Ronald Heim: «No se puede montar una obra de teatro sin tener una opinión sobre la actualidad»
Joven dramaturgo que consagra su trabajo a pasos de gigante
Catalogado por diferentes medios nacionales como una «revelación» para la dramaturgia chilena emergente, Heim —egresado de teatro en la Universidad Mayor en 2007 y con apenas 25 años de edad— tiene claro que sus obras se han posicionado en la agenda cultural gracias a un trabajo colectivo, logrado mediante la construcción de discursos que sobrepasan la individualidad y llegan a lo generacional. Desde allí, este joven director y guionista, nos habla de los objetivos principales de sus obras y nos relata sus inquietudes sobre el mundo del teatro hoy.
Ronald Heim nos habla también sobre su trayectoria, la que surge casi de improviso y que, hasta el momento, ha sorprendido al mundo del arte. Empezando con su obra Iael, corre (2008) con la compañía País Triste, Heim no se detuvo y al año siguiente estrenó Parir (co-dirección Daniela Mahana, 2009), para luego seguir con Plomo (2010); y actualmente, Llegar. Además, ha sido asistente de dirección de connotados artistas como Guillermo Calderón y Alexis Moreno.
Actualmente, se puede conocer el trabajo de Ronald Heim, asistiendo —de viernes a domingo— al Teatro Mori, donde se presenta su obra Llegar, continuación de Parir (2010, co-dirección de Daniela Mahana), ambas de la compañía País Triste. Con excelentes críticas, en su elenco destaca la presencia de Alejandro Trejo, quien encarna al padre que vuelve tras la derrota de sus ideales políticos a encontrarse con unos hijos ya crecidos.
—¿Cómo y cuándo se gesta tu interés por el arte?
—La verdad, no sé. Nunca fui muy interesado por el arte. Cuando tenía 16 ó 17 años lo único que quería era pasarlo bien, hacía puras leseras que ahora recordarlas me dan un poco de vergüenza. Pero pensar en el «arte» o interesarme por él, a esa edad, nada. Yo fui de esos alumnos que se metieron a estudiar teatro sin saber muy bien lo que era ni para qué servía. Por impulso, no más. O por moda, si alguien quiere contra restar mi respuesta. Pero a pesar de eso me iba bien, aunque en primer año no sabía quién era Chejov; o qué había hecho mi director de escuela; ni menos había ido a un museo por espíritu propio (…) Ahora que lo pienso mi interés por el arte recién se está gestando, quizás hace uno o dos años atrás. Hace poco he podido entender qué es lo que me gusta ver y qué tipo de teatro quiero hacer. Y cuando entiendes eso empiezas realmente a interesarte.
—Como hemos mencionado, has logrado posicionar —mediáticamente y en el mundo artístico— con éxito al menos tres de tus trabajos. ¿Consideras que es difícil cimentar un camino de dramaturgo y/o director artístico en Chile?
—Cuando me llamaron para decirme que El Guillatún quería hacerme una entrevista estaba en una banca del parque forestal cortando una tabla con un serrucho; el teatro todavía no estaba abierto y había que adelantar pega, no importaba dónde ni cómo (…) No sabíamos si todo iba a resultar. Sabíamos que estábamos atrasados, pero teníamos fe. Creo que eso resume un poco lo que significa cimentar un camino en Chile, sobre todo en el arte. Suena un poco a circo pobre, pero es verdad. Tienes una idea en la cabeza de lo que quieres, en mi caso escribir y dirigir, pero la realidad es otra: es más dura y a la vez más entretenida porque te da la oportunidad de cambiarla. Y creo que en los primeros años está bien que sea así, uno aprende más de la experiencia que de los aplausos (…).
—Desde tu perspectiva, ¿cómo describirías la escena actual del teatro en Chile?
—Voy a responder esta pregunta sin rodeos: hacer teatro en este país es vergonzoso y humillante. La escena actual varias veces me ha sorprendido con montajes maravillosos, con dramaturgias espléndidas y actuaciones sensibles, y eso me consuela. Porque a pesar de las adversidades vuelvo a cargarme de energía y recuerdo por qué creo en la cultura como agente de análisis y vehículo social. Pero, ¿de qué sirve eso si no hay una política cultural de gobierno que fomente y desarrolle la cultura de verdad? ¿Cómo es posible que mi ministro sea Axel Schumacher de Fuera de control? ¿Cómo es posible que hayan recortado los fondos de cultura? ¿Cómo es posible que los actores no tengan previsión ni Isapre? ¿Cómo es posible que me encuentre con 12 de mis 18 ex compañeros de escuela y todos estén cesantes, algunos incluso trabajando en un supermercado después de haber estudiado en una universidad privada? Por eso digo: aquí el teatro puede llegar a ser de calidad, tenemos historias de sobra que contar, frustraciones por montones que mostrar, poetas escondidos en cada rincón de Santiago (…) En síntesis, la escena actual en Chile artísticamente es potente, pero funcionalmente patética y desastrosa. Y los actores también tenemos responsabilidad.
—Estudiaste teatro, pero te has dado a conocer en el ambiente artístico como dramaturgo y director. ¿Siempre pensaste que «tu camino» estaba escribiendo y dirigiendo? ¿Existió un proceso de pasar de ser actor a director, o son asuntos relativamente ligados?
—(…) Creo que las tres cosas están ligadas, sobre todo en teatro. Escribir, dirigir y actuar. Si falla alguna, la obra se empieza a trizar sola. Y la gente se da cuenta. Dice: me encantó la actriz, pero el texto era malo. O me gustó mucho lo que decía, pero no le creí. En mi caso me gusta escribir las cosas que pienso y no tomar otros textos que ya hayan pensado por mí. Menos que no reflexionen sobre un tema que no me interese. Las veces que he escrito lo he hecho pensando en el actor o la actriz que va a decir las palabras, eso es un plus, trabajar con gente cercana, porque los conoces y sabes qué palabras les van a quedar a la medida. Y sabes también lo que quieren ellos como personas, no como intérpretes. Finalmente, creo que todo es como un acto reflejo, casi de sobrevivencia: tú quieres algo y, si te mueve, en el fondo siempre vas a encontrar la manera de decirlo o ponerlo sobre el escenario, no importa que no hayas escrito nunca, o no hayas dirigido nunca, o te consideres un pésimo actor. Lo importante es que no te deje respirar.
—¿Alguna vez te veremos actuando?
—Sí. A veces me gustaría escribir un texto y actuarlo yo. No sé cuándo, pero me gustaría sacarme la espina clavada alguna vez. Y si lo llego a hacer, ensayaría un año, me pondría a dieta, diría los textos todos los días antes de dormir, dejaría de fumar, haría mucho ejercicio y haría un trabajo de investigación teórico de personaje brutal. Lo digo porque a veces creo que los actores se olvidan de lo que significa subirse a un escenario y que la gente se levante de sus camas un domingo para verlos actuar.
TREJO, PLOMO Y LLEGAR
—¿Qué es para ti trabajar con actores consagrados como Alejandro Trejo quien, además, en artículo de La Segunda alaba tu «solidez» y buen trabajo? ¿Lo esperabas?
—No, no lo esperaba. Trabajar con Alejandro fue fundamental. Llegar de la compañía País Triste de alguna manera exigía que sobre el escenario hubiera una real discusión generacional, entre los anhelos políticos pasados de un padre (que re aparece después de veinte años) y lo que piensan sus tres hijos, de 30, 25 y 20 años (que no sabían nada de él). Y Alejandro profundizó mucho en el espíritu de esas discusiones, buscó dentro su vida y nos mostró con su actuación la desilusión de un período de nuestro país que sólo conocíamos por libros y fotos. Creo que esa es la principal riqueza de trabajar con un actor de vasta experiencia: que siempre vas a saber menos que él; que siempre vas a haber vivido menos que él; que siempre algo te puede enseñar (…).
—Tu trabajo Plomo (2010), obra que tiene como temática el desastre ocurrido luego de la erupción del volcán en Chaitén, fue construido en base en una visita que realizaste con otros artistas de la compañía Teatro Afuera y que se extendió por una semana y media a esa localidad en el sur austral de nuestro país. ¿La idea de la obra surge antes o después de su visita al lugar? ¿Cuál es la importancia, para ti como artista, de conocer en primera persona de lo que se plasma en un trabajo?
—La idea de la obra surge antes de ir a Chaitén. Surge porque la temática principal de la compañía Teatro Afuera era precisamente hablar de las regiones, analizar sobre ellas, de sus micro-identidades, de sus problemas a distancia que nadie conoce (…) y en base a esa discusión, extensa por semanas, decidimos ocupar la erupción del volcán —que entregaba en sí misma condiciones extremas y radicales— como pretexto para hablar de lo que queríamos. Después de esa decisión dijimos: «ya, Chaitén», tomamos un bus y fuimos a ver qué tan verdad o mentira era esa cuestión de la explosión. Y nos encontramos con muchas sorpresas. Fue importante ir, muy importante. Porque hablando con la gente (hablamos hasta con el alcalde), nos dimos cuenta que cada persona velaba por lo suyo, por sus propios intereses. Incluso después que les explotó un volcán en la cara (…) Era un gran enredo. Nosotros tomamos ese enredo y lo hicimos una obra, con sus mismas contradicciones «héroes» y «villanos». Tratamos de cortar todo el asunto de la tragedia por un lugar más humano, no televisivo, ni prejuicioso, ni epopéyico, sino que todos los problemas los abordamos desde lugares humanos, frustrados y esperanzados.
—Llegar, tu actual obra que es continuación de la exitosa Parir (2010), trata del padre que vuelve y que posee un pasado político que lo hizo desligarse de su familia en algún momento de su vida. ¿De qué manera está presente una crítica a los procesos históricos políticos de nuestro país en tu trabajo?
—Más que una crítica a los procesos históricos, es un análisis de las consecuencias. O sea, de manera más simple, sin pasado no hay futuro. Ahora, la obra no alaba el pasado centrado en la figura del padre como un ex revolucionario desilusionado por el fracaso de su ideal político, sino que lo sumerge, lo subyuga a la opinión de una nueva generación creada por sus propios genes, sus hijos. Que inevitablemente conciben desde otros ojos esta la sociedad donde están viviendo. Hay una hija que le gusta la plata; otro no está ni ahí con la justicia social; y la más chica es igual al padre, cree en esta suerte de revolución, pero no de la misma manera que él. Vuelvo a repetir lo mismo: no se trata de criticar los procesos sociales, esos ya ocurrieron y no se puede hacer nada contra eso, se trata de volver a analizarlos, de darle la vuelta, de volver a comprenderlos, y para eso, nuestra generación tiene una gran responsabilidad de decir qué es lo que quiero rescatar de ellos y qué quiere condenar también.
«UN LUGAR POLÍTICO EN SÍ MISMO»
—A tu edad has montado cuatro obras de autoría propia: Iael, corre (2008); Plomo (2010); Parir (2010) y ahora Llegar (2011). Además, has sido destacado en diferentes medios de comunicación nacional como artista «revelación». ¿Cómo describirías el proceso, profesional o creativo, que te ha llevado rápidamente a ser reconocido por tus pares y por el público?
—Quiero aclarar primero que todas las obras no son de autoría mía, tienen una autoría colectiva. Y esa siempre ha sido la idea, lograr que un grupo en su totalidad se una por conseguir algo, por decir algo, por defender algún tema o discurso actual; independiente a quién haya escrito la obra, quién la haya dirigido, diseñado o quién sea el protagonista. Así entonces, se posesionan como obras rabiosas, críticas y generacionales, más que personales. Esta aclaración anterior creo que da cuenta un poco de cómo enfrentamos lo procesos creativos: desde el grupo. Ahí radica la importancia del ensayo y las discusiones dentro de él. Uno no puede montar una obra si no sabe qué decir ni de qué hablar. Menos, si no tiene una opinión acerca del contexto actual donde se va a mostrar la obra, es decir, hoy. Fundamental es llegar a la hora y ensayar harto.
—Quiero aprovechar esta pregunta para agradecer a Daniela Mahana. Con ella co-dirigimos juntos Parir y arreglamos mucho el texto en nuestros ensayos (6 meses de trabajo duro). Fue mi primera experiencia de dirigir una obra de a dos, y puedo decir ciegamente que de a dos es mejor que de a uno.
—¿Qué tan importante es para ti entablar debates sobre política o procesos sociales en las artes?
—Creo, y cada vez me convenzo más de que el teatro es un lugar político en sí mismo, y debería seguir siéndolo, por obligación. Y eso no significa hablar necesariamente de política, menos de politiquería y partidos políticos, se trata de ejercer la cultura como en ejercicio libre, de análisis, crítica y opinión, aunque a muchos no les guste que les refrieguen directamente cuán cerdos son y cuán aberrante es la sociedad que están planteando.
—Si pudieras definir tu escritura, tus creaciones, ¿qué características o nombre le darías a lo que haces? ¿Cuál es la esencia de tu trabajo?
—Qué difícil. Escribo de lo que veo y lo relaciono con lo que pienso. Eso. No escribo nada que sea mentira o absolutamente inventado. Trato que siempre las obras tengan un poco de humor para ir refrescando a la gente cada cierto rato. A veces resulta, a veces no. La esencia es que sea honesto. Que hable de la realidad por muy cruda y fuerte que sea, que no tome partido radicalmente por una verdad, sino que tenga contradicciones. Que sea social porque se ocupa de la sociedad, porque se basa en ella. No sé qué más.
—¿Cuáles son tus proyectos a futuro? ¿Te encuentras escribiendo una nueva obra?
—Por el momento, no tengo. Me gustaría empezar a escribir guiones de cine o series de televisión. A veces veo algunas y creo que a pesar de ese formato tan cuestionado éticamente, se pueden hacer cosas que mezclen el divertimento con la obligación moral de hacer pensar a la gente.El Guillatún