Entrama
Integré el grupo Entrama desde sus inicios hasta exactamente el concierto de lanzamiento del segundo disco (Centro), es decir desde comienzos de 1997 hasta diciembre del 2001, pero siempre pongo énfasis en que no sólo fui uno de sus miembros fundadores, sino que Entrama es, de algún modo, una idea mía. Esto puede ser discutible, ya que allí confluyeron distintas necesidades creadoras, y rápidamente se transformó entonces en el proyecto personal de muchos, pero en estricto rigor cronológico es verdad.
Desde mucho tiempo antes sabía que formaría un grupo con esas características, y lo sentía como una llamada inevitable.
El destino me juntó musicalmente primero con el cellista Rodrigo Durán, el «Peje» (a quien le conté de este sueño) y el charanguista Ítalo Pedrotti en Terra Nova, y decidimos convocar a Pedro Suau (compañero de Licenciatura en Música), quien incorporó a Pedro Melo; y por otra parte yo conocía a Manuel Meriño pues coincidíamos en el grupo de Magdalena Matthey. Ese fue el sexteto inicial, con el que «reciclamos» el repertorio que constituyó nuestra primera presentación en un acto de la Fech en el entonces Teatro Baquedano, en 1997: «Mediterránea», «La chinchilla», «Festejo» y «El plazo del ángel». El encuentro del percusionista, en cambio, fue azaroso aunque sincrónico: en una fiesta, Ítalo le comentó a un músico que recién conocía que con su nuevo grupo estaban buscando a un percusionista especial, distinto, como el que había grabado la percusión del disco En ronda, del grupo Ortiga. «¡Pero si ese soy yo!» le dijo su interlocutor, sorprendido y halagado. Era Carlos Basilio. El último integrante de la primera época fue un amigo de Pedro Melo que asistía a todos los ensayos, pero que consideramos como invitado durante bastante tiempo, a pesar de que incluimos un tema suyo en el primer disco: Daniel Delgado. Esa fue la formación de los tres primeros años, con la que grabamos el primer disco (Entrama) e hicimos la música para un documental sobre Roberto Matta (Un siglo de mente, de Pablo Basulto). A fines de 1999, a través de Manuel Meriño, se incorporó el baterista Marcelo Arenas, y quedó así constituido el noneto que duró hasta mi último concierto oficial.
Aunque fui yo quien inició el fuego, Entrama nunca tuvo un director en el sentido tradicional, y mi rol fue más bien el de «capitán del equipo». A pesar, entonces, de lo cercano de la recomendación, pienso que ésta es una de las propuestas instrumentales más originales e interesantes de la música chilena de los últimos 20 años.
El sonido que construimos en los dos primeros discos constituye un camino por el que muchos músicos han transitado —de hecho actualmente varios grupos «suenan» a Entrama—; el grupo se ha renovado (Manuel e Ítalo tampoco siguen, se incorporaron Memo Correa y Sebastián Iglesias), y sus conciertos suelen estar repletos de seguidores fieles e incondicionales.
Recordando aquellos 5 primeros años, entonces, quiero compartir algunas ideas que me parecen importantes.
En cuanto a conformación instrumental, Entrama es emparentable con la Nueva Canción Chilena debido a la presencia de la guitarra y los instrumentos andinos que caracteriza a Inti Illimani (tiple, charango, quena y zampoñas) y debido al violoncello que dio el sello al Quilapayún de la Cantata de Santa María; el bajo, la guitarra eléctrica y la batería, más la flauta traversa, por otro lado, lo acercan a la fusión de Congreso o Fulano; y el acordeón, el ronrroco, el quenacho, la guitarra de cuerdas de metal, el cajón peruano y percusiones de diversas culturas, y otros instrumentos como el didjeridú, sitúan la sonoridad en Latinoamérica principalmente pero abierta al mundo.
Como la Nueva Canción, también se basa en determinados ritmos folclóricos (huayno, festejo, choriño), pero no pretende tocar en estilo; lo suyo es una búsqueda más experimental, más «fusionada», y sobre todo porque es exclusivamente instrumental. De hecho no se puede hablar de Entrama sin reflexionar sobre el fenómeno de la música instrumental. La comprensión de la música instrumental requiere una concentración particular, y precisa evidentemente el conocimiento de un «lenguaje» específico. Entrama se enmarca en este universo sonoro, y a pesar de que, como sucede con prácticamente todos los creadores, quiere llegar a la mayor cantidad de personas posible, su «mensaje musical» es primeramente comprendido por los músicos (viene a mi mente mi tío Eugenio Dittborn, citando a Bertold Brecht: «un artista que no le dice algo a otro artista, no le dice nada a nadie». El impacto que produjo Entrama en el reducido medio musical chileno fue muy rápido: el día de nuestro primer concierto oficial se concretó la grabación de nuestro primer disco, y a fines de ese mismo año —1998— la SCD nos reconocía con dos premios: a Manuel Meriño como mejor guitarrista del año, y a mí como mejor compositor de fusión). Sin embargo es un fenómeno paradójico: la música instrumental requiere de una relativa «iniciación» en un lenguaje determinado y al no tener letra ni ser cantado no es tan potencialmente popular, pero paralelamente eso mismo permite su comprensión «universal»: no necesito conocer el idioma de la canción, los sonidos hablan. De algún modo la música instrumental contiene un mensaje que llega más directamente a la mente y al corazón de cualquier persona, y es esa condición esencial la que nos habla y seduce a los músicos.
Conocer los gustos e influencias que los integrantes traían permite contextualizar mejor esta situación: Egberto Gismonti, Hermeto Pascoal, Piazzolla, Flairk, Ralph Towner, Pat Metheny, Paco de Lucía, Dino Saluzzi, Gurrufío, Editus, Latinomúsica viva, Horacio Salinas, Tilo González, Roberto Márquez, Antonio Restucci… Luis Advis, Héitor Villalobos, A. Lauro, Leo Brouwer, Bach, Satie, Ravel, Stravinsky… Los Beatles, Violeta Parra, Víctor Jara, Chico Buarque, Caetano Veloso, Sting, Jacques Morelembaum, El Misterio de las Voces Búlgaras… y muchos más. Hay cantantes, poetas y cantautores, pero la gran mayoría es música instrumental, vinculada al folclor y la música popular latinoamericana, al jazz, al flamenco, a la música clásica, al pop, y a distintos folclores y músicas étnicas del mundo. Y aunque haya letra, nuestra principal atención está en la música, en lo que la música está «diciendo».
Todas estas influencias inevitablemente afloraron en nuestras ideas y propuestas musicales, pero también se mezclaron nuestros conocimientos y gustos, y el resultado no podía sino ser una mezcla, una «fusión». Si no me equivoco, el término «fusión latinoamericana» comenzó a ser utilizado de forma regular a partir de Entrama.
Entrama continúa una tradición muy propia de la Nueva Canción Chilena, del Canto Nuevo y de la Fusión: la de conjuntos numerosos. Inti illimani, Quilapayún, Illapu, Congreso, Fulano, Santiago del Nuevo Extremo, Barroco Andino, Napalé, Ortiga, La Hebra, Huara, Aranto, Huaika, y los más recientes Merkén, Dakel y Ajayu; pero una fundamental particularidad lo diferencia: se trata de un colectivo, integrado casi en su totalidad por compositores. Y aquí es donde residen dos características centrales: primero —y ya mencionado más arriba— la ausencia de la figura clásica de un director, y segundo, la práctica de la creación colectiva.
Los grupos musicales suelen formarse alrededor de la figura de un creador, buen instrumentista (generalmente pianista o guitarrista), y muchas veces de personalidad fuerte, dominante, de liderazgo natural (ya sea por esa personalidad o por el respeto que despierta su música o su talento) o impuesto (a veces incluso de forma despótica). El resto de los músicos normalmente se integran por el instrumento que tocan (amén de la afinidad estética). En Entrama ninguno de estos «paradigmas» se cumplió; ni los músicos fueron elegidos pensando en su específico rol instrumentístico, ni había un compositor líder convocándolos.
Viéndolo a la distancia, yo diría que fueron dos las características principales que cumplíamos los integrantes de Entrama, y que sin proponérnoslo fuimos considerando necesarias a la hora de juntarnos: primero, un espíritu creativo, una actitud dispuesta al juego y la experimentación; y segundo, una personalidad inclusiva, abierta, respetuosa, una actitud dispuesta al diálogo, una natural vocación para funcionar armoniosamente en un grupo humano. En ambas cosas fuimos más allá: en cuanto a lo creativo, Entrama terminó transformándose en un taller de creación, en un laboratorio en el cual cada uno podía probar sus inquietudes y búsquedas musicales y para lo cual estábamos todos disponibles, y asimismo cada uno estaba dispuesto a permitir que todos «metieran la cuchara» en su idea; y en cuanto a la relación, fuimos un grupo absolutamente maravilloso, en el cual el humor y el cariño eran la forma natural para relacionarnos. Hay grupos con músicos que se llevan pésimo, peleas constantes, mala onda permanente, pero que musicalmente funcionan bien; en 5 años, no recuerdo una sola mala onda. Hubo, eso sí, crisis; algunos integrantes debieron distanciarse y después volvieron, pero no por problemas de relación humana.
Sin embargo que estas dos características fueran prioritarias no quiere decir que no fuera importante la capacidad instrumentística; de hecho todos los integrantes de Entrama son grandes instrumentistas, prácticamente todos formados en distintas escuelas de música, y todos trabajábamos profesionalmente como músicos; pero el interés por la creación y la actitud siempre dispuesta al juego hacían que estuviéramos preparados para cambiar de instrumento en cualquier momento. El Peje, en el cello, y Marcelo Arenas, en la batería, eran los únicos fijos; el resto nos movíamos adonde fuera necesario o adonde nos resultara más entretenido en ese momento. Quizás Pedro Melo y yo encarnáramos mejor esta característica, debido a nuestra condición de multi-instrumentistas.
La composición musical es una actividad solitaria. Requiere tiempo, paciencia; es como cocinar a fuego lento. La explicación de la elección de determinados sonidos o ritmos o secciones no es necesariamente racional; participan la intuición, la sensación, la emoción, incluso el azar: un error puede ofrecer una solución inmejorable frente a un determinado problema. Pero es definitivamente un trabajo personal, como personal es el gusto y la sensibilidad, como personales son las ideas y la imaginación. Que dos personas puedan ponerse de acuerdo para crear música juntas es muy difícil. ¿Cómo se explica que hayamos podido hacerlo entre tantos? Poníamos nuestra individualidad y nuestro ego al servicio del oído colectivo. Nos dábamos cuenta cuando algo sonaba bien, sin importar quién lo proponía. Fue una hermosa experiencia de trabajo creativo colectivo, que he vuelto a experimentar con Cholga Trío en España y con Sagare Trío acá en Chile; pero la cantidad de integrantes en Entrama hacía que fuera un desafío y un logro más difícil.
Estaban presentes el cariño, el respeto y también la admiración mutua. Creíamos en nosotros, en el otro. Fueron años de constante aprendizaje junto a extraordinarios músicos creadores, cada uno de los cuales podría liderar un proyecto personal.
Hay, asimismo, aspectos complicados, de los que también quiero hablar.
Cuando empezamos con Entrama nuestras edades fluctuaban entre los veintitantos y los treintitantos. Todos teníamos familias, hijos, responsabilidades, cuentas que pagar; sin embargo nunca se nos pasó por la cabeza que el proyecto Entrámico tuviera que transformarse en nuestro sustento, y puede que eso haya sido un error; pero estábamos totalmente imbuidos del entusiasmo juvenil, de la pasión, con tantas ganas de hacer cosas que ese solo hecho constituía un alimento importante. Sin embargo que 18 años después esa situación se mantenga no deja de ser un asunto complicado.
Yo antes hacía más tocatas sin pensar siquiera en recibir plata a cambio. ¿Cuándo cambió eso? ¿con la llegada de más hijos? ¿con la necesidad de generar lucas para pagar las mil cuentas? ¿«el fin de la inocencia»? Hay músicos que no mezclan el trabajo, lo que les da el sustento, con la música que aman, como si no quisieran contaminar ese espacio sagrado con el «sucio» dinero. Es una postura comprensible, respetable (viene a mi mente el caso de Francisco González, «el pollo», extraordinario guitarrista clásico de los años 80-90, que cansado de lo sacrificada y poco respetada que era la vida del músico se puso a trabajar como asistente de vuelo en American Airlines y no tocó más guitarra…). El problema es que la música que uno hace corre el riesgo de transformarse en un hobby. El otro extremo es el de los músicos que no hacen nada si no hay dinero; también es comprensible, aunque está el riesgo de que desaparezcan la pasión, el corazón, el espíritu, es decir el motor que los llevó por este camino.
Soy de la idea que la música que hacemos debe generar el sustento que nos permita vivir dignamente. Es nuestro arte, nuestro oficio, y debe ser nuestro trabajo social, inserto y vigente en una comunidad; como el del panadero. Cuando digo «la música que hacemos» me refiero, en el caso de los creadores, a nuestras composiciones, nuestras búsquedas, a nuestros proyectos musicales. Gismonti, Piazzolla, Paco de Lucía, Ralph Towner, Leo Brouwer, Horacio Salinas, Carlos Aguirre: para ninguno de ellos su música es un hobby.
Otro asunto también complicado en relación a Entrama: cuando hay 9 músicos funcionando colectivamente, como una cooperativa, es normal que sean pocos los que pongan más energía, y que la mayoría descanse en ellos. Pero a la larga esto puede significar un desgaste irremediable, mental, emocional, e incluso físico. Yo estuve cinco años manejando el barco, soplando el fuego, me compré instrumentos musicales pensando en Entrama e incluso una camioneta para trasladarnos, y terminé agotado con la sensación de empujar un transatlántico. Quiero creer que es natural que, por la cantidad de música que empecé a crear, necesitara concentrarme y ponerle energía a un proyecto personal en solitario.
Proyectos como el Entrámico son desafíos para espíritus «guerreros», como el Peje: vive en Concepción, y desde hace 18 años que viene a los ensayos, los conciertos, las grabaciones, trae las particellas de sus composiciones llegar-y-leer, ha organizado varias giras; un ejemplo, músico consciente como hay pocos. Recuerdo que después de ir a dejar a sus hijos al colegio y antes del ensayo con la Sinfónica, le quedaba una hora que ocupaba componiendo. Ídolo.
Sea como fuere, han pasado 14 años desde mi último concierto con ellos (como integrante oficial; después he vuelto a tocar como invitado varias veces y espero seguirlo haciendo), y Entrama continúa y goza de buena salud, con crisis que se han superado y seguirán superándose, como todo grupo humano. Han grabado dos discos desde entonces, han ido de gira a Canadá, a Perú, a Argentina (en donde coincidimos el año pasado), y ahí va el barco, avanzando lento pero seguro (no puedo evitar el pensamiento: debieran estar tocando en los festivales más importantes del mundo…).
No he hablado casi de la música… no he contado anécdotas, no he dado ejemplos concretos de cómo trabajábamos colectivamente… he querido, por ahora, compartir sólo estas reflexiones, y dejar rebotando las ideas para continuar en una próxima entrega.
Adjunto dos videos, con música del Peje, de aquellos años: «Juego», grabado en 1998, y «Cinco pasos», grabado el 2001, en el lanzamiento de Centro.El Guillatún
Agustin Arenas
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Oiga don chicoria, se puso a hablar de historia y tradicion y ni por si acaso se le pasó por la cabeza los Blops y Matias Pizarro…eso de las bandas “que suenan a Entrama” me pareció un mucho pasao pa la punta, pero son visiones y ya.
Saludos.
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Simón Varas Vargas
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Estimado, para uno, un estudiantillo que vagas nociones tiene sobre la música y la teoría, el aporte de ustedes es invaluable.
La destreza de sus músicos y la cantidad de sentimientos transmitidos quedan al descubierto e invaden mi abierto corazón.
Muchas gracias por lo que han hecho para la música y los músicos chilenos en especial, pero que también ha calado profundo en quienes sin saber mucho gustamos del folklor latinoamericano, que el lenguaje de ustedes recorra el mundo…
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leonel yañez
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Entrama nos sigue y le seguimos. Son sintesis de la musica nuestra, continental y universal.
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