La música y el Este
Cómo atraer al público con un programa menos convencional, es una lectura del segundo concierto de la Orquesta Sinfónica de Chile. «Compositores del Este», otros compositores, otra música, otro lugar. Porque de repente nos dimos cuenta de que la música venía de alguna parte y no fue siempre de cuna universal (?). Bach era alemán, Beethoven era alemán, Brahms era alemán: los «Compositores del Este» están al este de Alemania. ¡Y cuántos compositores! Prokofiev, Stravinsky, Shostakóvich, Rajmáninov, Jachaturián… la camada de compositores del siglo XX más popular viene del Este. Y como la mayoría de los que se conoce son rusos y son varios, todo el punto sobre el Este corre el riesgo de desmoronarse, por lo que sugiere apuntar hacia algo más que puramente físico.
En una parte del libro La escritura del gesto (2002), el compositor y director de orquesta Pierre Boulez dice a Cécile Gilly que para un director musical «es preciso saber gestionar artísticamente una institución de modo que, sin maltratar al público, podamos hacer que cobre conciencia de la evolución ineludible del lenguaje y de la sensibilidad». A Boulez le preocupa la calidad del programa en tanto sea una combinación que eduque y siga entreteniendo. A Leonid Grin también. Reclamar esta necesidad en el siglo XXI significa aceptar que la música clásica no se escapa de las características de una música comercial. Si no fuera por Beethoven o Tchaikovsky las salas no se llenarían (cuando se llenan). La música de vanguardia del siglo XX por sí sola no pudo persuadir al público de la evolución musical que Boulez y otros reconocen en ella. Lo que está pidiendo es un cambio de estrategia.
En este caso, consiste en tomar un puñado musical de esa región que dé cuenta de una otredad, que sea famosa e inexplorada. El programa estuvo conformado por la Sinfonia Sacra de Andrzej Panufnik (Polonia), Scherzo Capriccioso Op.66 de Antonin Dvořák (República Checa) y Sinfonía N°5 en Si bemol mayor Op.55 de Alexander Glazunov (Rusia).
El más extraño de los exponentes es Panufnik. Esta música de 1963 busca una emocionalidad que según el compositor habita en el seno de la identidad polaca. Basada en el Bogurodzica, un canto gregoriano en polaco y que hizo de primer himno nacional, la pieza se sumerge en un mundo de solemnidad cristiana y grito caballero, dos ejes de la tragedia polaca. Como sinfonía responde a una estructura casi programática antes que una muy clásica. Se divide en 3 visiones y un himno final que ocupa la mitad del desarrollo de la obra. La idea del espacio y el silencio son importantes para reforzar la naturaleza de la música como visión, además de exigir una dirección clara que mantenga el molde orquestal. Éstas transitan desde una fanfarria que introduce el elemento ceremonial hacia espacios de contemplación y fuerte agitación. Toda la composición es atravesada por persistentes disonancias que no se ponen de acuerdo y que rodean la solemnidad con turbaciones angustiantes que siguen a pulso lento el discurso, dando espacio para llenarse de esos colores retorcidos hasta aterrizar en un final grandilocuente. La recepción del público evolucionó desde un aplauso cauteloso hacia un reconocimiento decidido.
Dvořák debía ser el complemento que jugara a lo conocido. Esta pieza no es de las fundamentales en la obra de Dvořák; es más corta y jocosa que la de Panufnik, ayudando a destacarla, lo que no significa que el Scherzo Capriccioso sea una pieza tan ligera. Presenta dificultades rítmicas interesantes que están relacionadas además a contrastes entre preguntas del tutti y respuestas de un parcial de la orquesta. En las secciones centrales es muy cuidadoso en la construcción de frases que poseen mayor intimidad. También hay un desarrollo sobre sonoridades que remiten a las danzas eslavas. Desde ahí empuja frenéticamente la música y pierde cualquier atisbo de delicadeza precedente. Quiebra la atmósfera religiosa de la pieza anterior y levanta el ánimo de fiesta, haciendo con la música un atractivo contrapunto en el primer bloque.
La Sinfonía n°5 de Glazunov reúne en sí misma el espíritu de este concierto. Glazunov no es de los compositores de primerísima línea, pero no es un desconocido. Está en el medio y, curiosamente, su música también. No es exótica —según una perspectiva germana del romanticismo— como podrían serlo sus contemporáneos rusos, tan fáciles de ubicar en esa esfera musical. Comparte algunas sonoridades de la música de Tchaikovsky, aunque no está completamente entregado a las mismas aspiraciones, conserva la influencia de esa escuela rusa más intuitiva como se ve en el segundo movimiento de esta sinfonía. Ideológicamente, la música de Glazunov sigue siendo «rusa», la de Tchaikovsky no. Glazunov se sumerge en una nube de indeterminación, rezagado, en otra cosa. Eso es el Este.
El Este es un puente a su vez real y figurativo. En el Este conviven Dvořák y Panufnik, en ese espacio que permite abrirse al mundo musical que hay entre Rusia y Alemania. Glazunov tiene los mismos problemas de venta que Boulez, siendo que el lenguaje musical del primero se acerca mucho a los hits de venta. Qué otra demostración se necesita para entender que la evolución del lenguaje no es sólo estilística sino también histórica. Abrir un programa es una batalla que concierne a la música contemporánea, cuya primera tarea hoy debe ser constatar que hay —y que hubo— más música.El Guillatún