Las voces del profeta
En todos estos meses en que llevo escribiendo sobre el proceso de hacer canciones y registrarlas, he evitado llegar al que parece ser su momento final: la publicación. Ese día emocionante para los fans en que el disco o single sale a la luz y se enfrenta a los oídos populares, donde pierde el secretismo y misterio de su gestación, pero gana en la amplificación de llegar a la multitud y en ocasiones hasta convertirse en leyenda.
Da la impresión de que la canción muere ahí, o es una forma de decir que se inmortaliza; pero eso depende del artista, y es entonces cuando algunas canciones pueden llegar a tener una segunda, tercera, y más vidas, a medida que transcurren los años y la creatividad no disminuye. Yo, en mi experiencia como cantautor, siempre he sido malo para memorizar los fraseos exactos de mis voces en los discos, y muchas de mis canciones han ido mutando en vivo hasta que ni siquiera recuerdo exactamente como las canté originalmente. Bueno, también tiene que ver con que no soy precisamente un «fan» de mí mismo, y he leído recurrentemente el caso de músicos que no son muy asiduos a escuchar sus propios discos una vez que son terminados.
Uno de los mejores ejemplos de este desapego por la versión grabada y publicada es Bob Dylan, dueño de una discografía inmensa que lleva más de medio siglo. Sus shows en vivo son a menudo desconcertantes para los asistentes no-dylanólogos, es decir, quienes llegan por su status de leyenda viviente (le he visto dos veces y es como ver a Hendrix o Elvis) y sus canciones de compilado de grandes éxitos (Blowin’ in the wind, Like a rolling stone, Just like a woman, etc); pues se encontrarán con canciones irreconocibles a la primera escucha, y una voz deteriorada por el paso del tiempo, pero que ahora sabemos que siempre fue la de un impostor, un actor que podía interpretar a varios personajes dentro de una canción, una gira, o una discografía.
Muy lejano al estereotipo de cantante de reality-show que nos vende la TV actual, la voz de Dylan debutó para el gran público a comienzos de los 60s descrita por adjetivos como «chillona», «rasposa» o «desaliñada». En una época en que gente como Sinatra y Elvis marcaban la tendencia de lo que era una voz «correcta», Dylan vino a ponerle voz propia a la figura que conoceríamos después como el cantautor, marcándole el camino a gente como Lou Reed, Leonard Cohen o Tom Waits. Sin embargo, el propio Dylan vino a sorprender a sus seguidores y a la prensa musical en el año 1969 con una nueva voz, lisa, suave y perfectamente melódica como la de un crooner. Era el disco Nashville Skyline, grabado después de una larga época de retiro en el que se alejó de la vida pública y las giras, aduciendo un cambio de prioridades basado en su rol de padre de familia y renegando de la etiqueta «profeta de su generación», la cual corría indisoluble junto a su característica voz poco pulcra.
Si bien el cantautor atribuyó esta nueva voz al hecho de que había dejado recientemente el cigarrillo, algunos amigos y conocedores de su obra sabían de antecedentes de una voz similar ocupada a comienzos de los 60s, además del hecho de que Dylan siempre fue un gran conocedor de toda la música americana, y su talento como creador de un personaje incluía un sinnúmero de personificaciones por conocer (años después se convertiría en un cantante de música cristiana). El mejor ejemplo de esta mutación es la canción más conocida de este disco: Lay Lady Lay, una dulce melodía que además fue publicada como single aquél mismo año 1969, y se convertiría en una de sus canciones más versionadas por otros artistas. No puedo evitar recordar que Nashville Skyline fue el primer cassette que me regalaron de Dylan, cuando yo era adolescente y aún no conocía bien su obra… ¡lo primero que pensé fue que me habían estafado! Esta no era la voz que conocía de Bob Dylan, ni se le parecía. Yo estaba acostumbrado a escuchar a solistas y bandas en que la voz siempre era la misma a medida que pasaban los años, y este caso me desconcertaba un poco.
El tiempo pondría las cosas en perspectiva, y si bien nunca llegué a ser un dylanólogo, he escuchado prácticamente todos sus discos y tengo mis voces favoritas de Dylan —en particular la de juventud en su disco Blonde on Blonde (1966), y la madurez de Time Out of Mind (1996)—, y hace unos pocos años me vería en uno de sus conciertos tratando de descifrar que canción es la que está comenzando. Incluso me topé con la misma Lay Lady Lay, canción que ha tenido muchas más vidas después de 1969, como es el caso de esta versión registrada en vivo en 1976, en donde la canción inevitablemente regresa a aquel furioso «profeta de su generación», recientemente alejado de su esposa, la vida familiar, y de vuelta en la vorágine de las giras.El Guillatún