Roberto Devereux, el amor y el poder: «Se al mio piede amor ti guida, innocente sei per me!»
«Nunca habrá una Reina sentada en mi trono con mayor deseo de cuidar celosamente a mi país, cuidar de mis súbditos y dispuesta a poner en peligro su vida por la felicidad y la seguridad de los suyos», dijo Isabel en su Golden Speech frente al último parlamento que dirigió. La reina Isabel I de Inglaterra es un personaje fascinante, tanto para la historia como para la literatura, el cine o la ópera, y así es como Gaetano Donizetti la hizo personaje de tres de sus óperas: Elisabetta al Castello di Kenilworth (1829), Maria Stuarda (1835) y Roberto Devereux (1837). Esta última ópera estrenó por fin en el MET de Nueva York en esta temporada y fue transmitida Live in HD en el Teatro Nescafé de las Artes el sábado 16 de abril.
La obra es un drama histórico y se titula con el nombre del último amante de la Reina, Robert Devereux, conde de Essex. Pero es Isabel la verdadera protagonista. Si bien el rigor histórico del libreto de Salvadore Cammarano flaquea en parte del argumento (los motivos de la caída de Essex y la abdicación de la Reina), retrata a la perfección la personalidad de la última soberana: llena de contradicciones dividida entre su rol público y su vida íntima en una época en que necesariamente se contradecían.
El argumento trata la caída en desgracia y muerte de Roberto tras su fracaso militar. Isabel pretende perdonarlo si vuelve a amarla, pero ella intuye que él ama a otra: Sara, mujer del duque de Nottingham y amigo de Roberto. Sara fue forzada a casarse con Nottingham, pero sigue queriendo a su antiguo amor y borda un pañuelo que le regala. Al ser aprehendido, le es arrebatado a Devereux el pañuelo de Sara, el cual llega a poder de la Reina, quien furiosa firma la sentencia de muerte. Nottingham al ver el pañuelo de su mujer, quiere venganza. Arrepentida, Isabel espera que Roberto le envíe el anillo que anteriormente le dio en garantía de seguridad. Sara llega con el anillo, tardando por haber sido retenida por su marido y antes de que la Reina revoque la condena a muerte, Roberto es ejecutado: Isabel reclama venganza.
En su estructura musical, la obra está dividida en tres actos, y cada uno de ellos en escenas y varios números claramente distinguibles como fue el estilo hasta la segunda mitad del siglo XX. El maestro Maurizio Benini fue el director musical de esta producción. Roberto Devereux es una de las grandes obras del bel canto italiano, por lo que contar con un experto en este período de la historia de la ópera es un lujo, pues sabe imprimirle las variaciones correctas al ritmo, así como a la intensidad de la interpretación.
La partitura de Roberto Devereux es exigente en los cuatro personajes principales y de todos los cantantes que puedan enfrentarse con agudos y escalas por montón, así como de riqueza en el centro y graves. La soprano Sondra Radvanovsky fue soberbia como Elisabetta, uno de los personajes más complejos del bel canto, tal vez junto a Norma de Bellini. Hoy en día podemos mencionar a Elena Mosuc y a Mariella Devia como a intérpretes destacadas del papel, pero Radvanovsky tiene la ventaja que a su saludable y virtuosa voz la acompaña una interpretación impecable que la convierten, posiblemente, en la mejor exponente actual del personaje. Elīna Garanča retrató a Sara, duquesa de Nottingham casi a la perfección. La bella mezzo-soprano sigue en su mejor momento y es una de las mejores en su cuerda, pero su actuación en algunos momentos adoleció de frialdad, sobre todo en un rostro muy serio y poco expresivo. Matthew Polenzani fue Roberto Devereux y Mariusz Kwiecien, el Duque de Nottingham. A ambos los vimos en enero en Los Pescadores de Perlas en roles bastante similares, volviendo esta vez a ser los amigos que se vuelven rivales. Ambos son grandes cantantes e intérpretes. Lord Cecil y Sir Gualtiero Raleigh, pequeños personajes, pero tan importantes en la vida de Isabel, fueron correctamente representados por Brian Downen y Christopher Job.
La dirección teatral de Sir David McVicar fue realmente espléndida. La puesta en escena tuvo una sola locación: un gran salón con tres puertas, columnas y balcones a ambos lados, más varias lámparas. Lo interesante es que ese único espacio albergó la Corte, la casa de los duques de Nottingham, la torre de Londres y las habitaciones de la Reina, y funcionó a la perfección. El color predominante de la escenografía fue el negro, pero la iluminación impidió que se convirtiera en una puesta oscura y lúgubre, viéndose, por el contrario, realista y ad hoc con la vestimenta ostentosa y el maquillaje pálido de la protagonista. Vestuario y maquillaje fueron apegados a la historia, y la inspiración en las decenas de retratos de Isabel es notoria y notable. Por último, la actuación de solistas, del coro y de personajes mudos fue excelente, especialmente de la personaje principal y del coro femenino, que si bien tiene una participación pequeña musicalmente, estuvo casi la integridad de la obra sobre el escenario, como muestra de los ojos y oídos acosadores y siempre presentes de la Corte en la vida de Isabel I.
El MET saldó una deuda histórica llevando a su escenario a Roberto Devereux, tras más de cincuenta años desde que ésta fuera revivida en los sesentas, espera que valió total y absolutamente la pena. La velada no tuvo verdaderamente puntos bajos y no me atrevo a decir que compite con la grabación de 1969 dirigida por Charles Mackerras y protagonizada por Beverly Sills, pero al menos sí será un referente de calidad.
La vida de Isabel es apasionante e intrigante. La mujer más poderosa del mundo carecía de libertad para dirigir sus afectos al mismo tiempo que a su gobierno, problemática que se actualiza hasta el día de hoy cuando se juzgan incompatibles ciertas vidas públicas con algunas vidas privadas. ¿Por qué no todos tienen (tenemos) derecho a ser libres en los afectos? Radvanovsky, como una Isabel anciana, al borde de las lágrimas se inclinó y agradeció la ovación del público por una Isabel llena de poder, pero humana tras enormes vestidos, peluca y maquillaje.El Guillatún
Il mio core a te perdona…
Vivi, o crudo, e m’abbandona
In eterno a sospirar.