El Guillatún

Adorables Pájaras Libres

Marjorie Ávalos es Mirta Carrasco en la obra «Jaula uno ave dos»

Marjorie Ávalos es Mirta Carrasco en la obra «Jaula uno ave dos».

Es un día jueves de junio y en la Sociedad de Escritores de Chile se inauguran los homenajes que conmemoran los 10 años de la muerte de la poeta Stella Díaz Varín, con quien tuve la suerte de compartir en varias ocasiones. Pero no voy a la SECH, tengo otro compromiso. Voy a Matucana 100, al estreno o mejor dicho al re-estreno de Jaula uno ave dos, obra de danza de Vicky Larraín, bailarina y maestra de quien también tengo la fortuna de ser amigo. La obra se estrenó hace 20 años y hoy vuelve a ser puesta en escena gracias al programa Patrimonio Coreográfico del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, CNCA. Vicky hace 20 años, pienso. 1996. Y luego pienso en Stella, muriendo hace 10 años, 2006. Una década, dos décadas, arcos de tiempo que se suspenden, que se vuelven ceniza cuando la función comienza y ese ayer se vuelve hoy, se proyecta en mañana. Seguimos siendo jóvenes, seguimos siendo niños, seguimos en pie de guerra, seguimos resistiendo. Para bien y para mal, seguimos.

Stella murió siendo algo así como una poeta incomprendida, se va tejiendo su estampa como un mito, una artista de envergadura que no tuvo el merecido reconocimiento en un país que juzga y prejuzga a sus creadores con una liviandad pasmosa, en donde sus mejores hijos son maltratados. Lo testimonian desde Gabriela Mistral hasta Roberto Bolaño yéndose de Chile para poder escribir. Si hay un lugar donde se inventó eso de que «nadie es profeta en su propia tierra», ese lugar debiera ser este territorio que llaman Chile y al que yo majaderamente le niego la categoría de país, porque no le veo ni en su «Roja de Todos», el verdadero sentimiento que se supone forja a una nación. Más que país este es un supermercado caro y malo, lleno de cámaras y guardias, de clientes que esperan la jumboferta o la santa yapa y acumulan puntos néctar.

Perdón si me voy por las ramas. No importa, si por las ramas es que andamos, me responde una voz interior, femenina. Es como una voz de Vicky/Stella. Esa fuerza, ese ímpetu. Vos dale. Pienso cuánto en común tienen Stella y Vicky. Pero no me refiero a los personajes, hablo de las artistas. Hay hoy en día una enorme facilidad para creer que los artistas son los personajes y no sus obras. Gente que sabe quién es X porque la vio en una entrevista en TV, pero jamás ha leído su libro o visto su obra, y que con total desparpajo te dice: sí, claro que la conozco. Tanto Stella como Vicky son mucho más que los mitos que alrededor suyo se construyen, que las sitúan como viejas punks, locas rudas y geniales. Victoria Larraín, la bailarina que a los 18 años bailaba desnuda en medio del mayo francés; a la que no le dieron nunca un fondo, ni bola ni tribuna porque criticaba todo lo que hacían los mediocres que hasta hoy gobiernan. Vicky Larraín es mucho, tanto, demasiado más que eso. Es de esas artistas que hablan en sus obras, que desprecian y se niegan a convertirse en un personaje para portada de revistas. Incomprendidas hasta por eso. Porque cada vez que hablan meten las patas: acusan de tonto y de impúdico al rey que por vanidoso no piensa que pueda estar desnudo.

La Vicky está aquí conmigo, en esta trinchera de rabia. Rabia y más rabia Vicky. La rabia el oro sobre la conciencia, la rabia —coño— paciencia, paciencia. Vicky agradece. Va a comenzar la función. Esta obra se inspiró en el caso de Mirta Carrasco, la primera «mujer-gallina» descubierta a mediados de los años 90. Una mujer criada en un gallinero, tullida, embrutecida, torturada. La obra de Vicky, por entonces, la alcanzaron a ver unos cuántos, tuvo una temporada corta. Y hoy, afortunadamente, vuelve a escena. Por eso es que Vicky agradece la presencia del ministro Ottone. Y el ministro sale a escena y, humilde, no dice palabra. Y yo pienso que todo sigue estando al revés, como hace 10 o 20 años. Nada ha cambiado. Porque si alguien debiera agradecer es el ministro. Porque él y su sueldo se deben a la existencia de genios como Vicky. Y es a ella a quien todos debieran darle las gracias, por crear y por seguir creando.

Pero todo se suspende, como dije, porque de pronto la escena palpita, y es la propia Vicky la que se las ingenia para participar en una coreografía que conoce al dedillo y que modifica para poder seguir entrando en ella como en un bolero. No le importa que haya pasado el tiempo, no le importa ser una mujer madura, porque sigue teniendo energía y vida y rabia para bailar y zapatear la cueca sola. Entonces hace un prólogo, presa en un tul plástico y hasta el más lego entiende la dificultad de decir algo, cuando no podemos respirar ni movernos, cuando nos han cercenado el ojo, las manos, el habla, querer despertar de una pesadilla y no poder. Entones sale a escena el ave. La protagonista, la mujer gallina. Vicky se ha transmutado y su fuerza y el color y el dolor de sus movimientos han sido absorbidos magistralmente por otra bailarina, a la que tardo en reconocer. Es Marjorie Ávalos. Nos conocemos, pero nunca la había visto en escena, y su interpretación me quita el aliento, me eriza los pelos y llena los ojos de lágrimas. Marjorie es Mirta, tiene brazos que quieren ser alas, piernas que rascan el suelo como las garras de un pollo, una boca que se proyecta en pico, la mirada estrábica, lateral, y el sobresalto constante en una espalda cerrada, el andar asustadizo de las aves de corral. Marjorie baila de la mano de Vicky, y se las ingenian para que la tragedia de la mujer gallina sea la tragedia de un país que perdió todo rasgo de humanidad, un país donde hubo degollados, desaparecidos, torturas dignas de un film gore, y donde aún hay hoy mujeres a las que les sacan los ojos y a las cuales se les notifica que el agresor quedará libre porque la infidelidad es un atenuante. Todo eso está dicho en el mágico código de la danza, en cómo se mueven ambas, en un diálogo que duele, conmueve y perturba, hecho de cuadros que casi llegan al butoh.

Salgo de la sala con el ánimo cojeando, tras un aplauso cerrado. Hay una serie de coincidencias atroces que me rondan la cabeza. En el homenaje a Stella Díaz Varín, ese que me he perdido en la SECH, debe estar leyendo o haber leído ya, una amiga poeta llamada Karo Castro, con quien como editor estoy trabajando para publicar su primer poemario, que se titula, rayos y centellas, La mujer gallina. Y se trata de otro caso similar, el de Corina Lemunao. Pienso que Karo debe venir a ver esta obra, y le cuento de estas coincidencias a Vicky. No logro articular muy bien las ideas. Hay algarabía porque el estreno ha sido un éxito. No reconocí a Marjorie cuando estuvo bailando, pero ahora que sale del camarín es la misma con que hemos andado en más de alguna marcha. La abrazo y agradezco. Mujeres gallina, un país con mujeres gallina, pienso. Hay un vino de honor y el ministro se queda unos instantes. Yo aprovecho un descuido, y ahueco el ala.

Me voy pensando en Vicky. En sus cuentos y crónicas, que corregían con su amigo Aristóteles España, otro poeta incomprendido que murió hace muy poco también sin el reconocimiento merecido. No quiero que la Vicky vaya a dejar este mundo en las mismas condiciones que lo hizo el Tote, o la Stella, o la Ximena Rivera, o una larga lista en la que estoy incluso tentado de incluir hasta la mismísima Violeta. Mujeres que ya por ser mujeres son las primeras en recibir mi más profundo respeto, sobrevivientes en este país que se refocila en su machismo de sueldos desiguales, de femicidios salvajes y de mujeres que crecen en gallineros, mientras otras se declaran próvida y «prestan el cuerpo». Pero que además de ser mujeres nacieron artistas y geniales y libres. Condenadas al caldo frío y a la colilla del pucho. Adorables pájaras libres que fustigan el aire, que hieren el firmamento gris, que abren surcos de luz en la paquiderma mirada de los zombies que se desplazan por la ciudad.

Es un texto desordenado éste, ahora que releo. Pero no lo voy a someter a mis cuidados de escritor. Lo dejaremos que fluya. Se entiende finalmente el fondo del asunto, aunque me haya ido por las ramas y haya hecho comparecer en un mismo baile a vivos y a muertos. Celebro el regreso a la cartelera de Jaula uno ave dos porque me parece que todos deben ir a verla, urgentemente, como antídoto o terapia de shock para enfrentar estos días terribles en que se nos narcotiza con cualquier cosa redonda y nos sorprendemos rabiando por las tomas y protestas de otros que tienen más rabia aún, los pendejos lumpen; y olvidamos que hay decenas y centenas y hasta miles de femicidas libres, asesinos impunes, criminales y delincuentes poderosos que se ríen a mandíbula batiente de todos los que a diario tomamos el metro, apoyados y sostenidos por una cáfila de operadores y ministros mediocres, gobernantes que han hecho de la política un circo, a quienes elegimos en un cadalso como quien elige entre la soga o la inyección letal. Todos somos Mirta, Corina, Nabila. Podrán encerrarnos en gallineros y sacarnos los ojos. Pero no podrán con nosotras. Una sola será nuestra lucha y nuestro triunfo.El Guillatún

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