El Guillatún

«Las canciones están en el aire y yo las bajo»

Trostrigo

Trostrigo. Foto: Diego Granados

Rodrigo Jorquera (29), Trostrigo, no se etiqueta con nada. Su estilo musical fluye como el cauce natural de un río, motivado sólo por su propia expresión y fuerza. «Yo no soy buen músico, soy buen transmisor de energía», afirma este guitarrista, compositor y cantante, quien ya cuenta con 5 discos de solista. Para él, las creaciones simplemente «salen», y es así, dejando que las ideas sigan su curso, que día a día su trabajo es más reconocido, sobre todo en Chile y Argentina, país en el que reside.

Sin haber estudiado música en alguna institución —su profesión es terapeuta ocupacional, carrera de la cual se tituló en la Universidad de Buenos Aires—, Trostrigo ciertamente tiene un talento innato para crear melodías contagiosas, alegres y potentes: sus ritmos son coloridos y llamativos para todo el que lo escucha por primera vez. Sin embargo, para él, el éxito que ha obtenido en el mundo musical se debe, en gran medida, a la red de amigos y personas con las que ha conectado a lo largo de su camino.

Por ejemplo, cuenta, con humildad, que la primera vez que se subió a un escenario para tocar guitarra eléctrica con su banda de punk de enseñanza media, en realidad no conocía sobre acordes ni punteos. Sus amigos le habían enseñado una semana antes dónde y cómo poner los dedos: «No fue talento, más que nada fue absorción de las instrucciones de mis amigos. Yo hacía lo que tenía que hacer en el momento justo no más», dice.

De una manera similar, a su llegada a la Ciudad de Buenos Aires en 2007, Rodrigo se vio rodeado de un ambiente artístico que lo fue llevando a tomar más la guitarra y escribir sus primeros temas que lograron, más adelante, conformar el disco Fffuuuhh (2009), donde habla de experiencias íntimas en una forma musical tranquila y agradable. Y así fue como todo comenzó.

Hoy en día, Trostrigo se encuentra enfocado en su trabajo profesional y, simultáneamente, presentándose en diversos escenarios porteños con su última creación: el EP Cajita de Pandora (2015). En la siguiente entrevista, hablamos con este artista —que cambió su Rancagua natal por Buenos Aires; la carrera de Ingeniería por Terapia Ocupacional y la música punk por el indie— sobre sus proyectos, ideas musicales y mucho más.

—¿Cuándo y cómo comenzó tu incursión en la música?
—No sé si soy músico. En la media me compré una guitarra eléctrica. A la semana tocamos un tema de la banda 2’ y yo sin saber tocar. No fue talento, fue más que nada absorción de las enseñanzas de mis amigos. Sí me costó, porque no fue «mi cosa» nunca. Hacía lo que tenía que hacer en el momento justo no más. Y cometía errores. Pero a los 15 años ya tenía una banda punk en Rancagua. Después formamos otra, con amigos. Y siempre creábamos canciones.

—Luego me fui a estudiar Ingeniería Civil Informática a Talca y me robaron la guitarra eléctrica. Ahí un profesor de la universidad, Francisco, me prestaba su guitarra criolla para tocar canciones y comencé a volverme más acústico. Justo en ese momento me llegó el disco de Gepe Gepinto (2005) y el de Manuel García Pánico (2005). Eso fue como una transformación de lo que venía escuchando y tocando.

—Te fuiste de Chile el 2007 y tu primer disco se presentó el 2009. ¿Crees que las experiencias que viviste en Argentina te ayudaron a ser el músico que eres hoy?
—De hecho, yo empecé acá. Lo de Chile era como una «pichanga» de barrio. La primera vez que «jugué en una cancha», fue acá (Buenos Aires). Me vine sin tener proyectos ni canciones propias. Acá fue donde hice mis temas, grabé y toqué… La soledad también influyó.

—Se dio la circunstancia que, cuando llegaste a Argentina, comenzaste a tocar música más folk, dejaste el punk de lado. ¿Puede ser que eso ocurrió como una forma de retornar musicalmente a tus orígenes chilenos?
—No. Son cosas que sucedieron, no le encuentro una razón lógica. Cuando empecé a tocar, obviamente me asociaban a Víctor Jara (por ser chileno) y me pedían que hiciera covers, pero yo nunca quise ir directamente a ese lado. Quise explorar más otro aspecto. Comencé con algo más o menos folk, pero eso se dio simplemente porque era a lo que mis capacidades llegaban. Nunca quise etiquetarme como folk. Pasaba que en ese tiempo, cuando te veían con una guitarra, decían: «Ah, este es folky», pero yo nunca quise que se me etiquetara así. Además, acá tuve tiempo para escribir, en Chile no. Acá me vi solo, sin amigos y justo conocí gente relacionada con la literatura, con la música y escuché bandas que admiré y me hice amigo de ellos. Entonces comencé a absorber como loco.

—Tu música tiene mucha energía. ¿De dónde sale esta inspiración musical?
—De que no soy buen músico, más bien soy buen transmisor de energía. Eso es lo que más importa para mí: transmitir algún sentimiento. Eso es arte. La única forma válida de arte para mí es la que está hecha para sanar, entonces tiene que disparar energía. Cuando hice el primer disco, muchas personas me dijeron que era luminoso. Yo no lo tenía muy asimilado, pero ahora sí. Entiendo que es como mi lema, tiene que ser algo luminoso y enérgico.

—Hay letras y videos de tu música, como El viaje y El Rey, que poseen temáticas de protesta o de sensibilización social. ¿Para ti la música también es una forma de hacer denuncia?
—No sé si denuncia, pero sí una forma de expresión. Si cuando expreso, denuncio, no es porque quiera denunciar, es porque quiero expresar.

—¿Crees que los músicos tienen que tener algún tipo de responsabilidad social en sus letras?
—Todo ser humano. No sólo los músicos. Pero tampoco es malo que alguien se dedique a hacer cosas que van por otro lado. No soy de la visión de que la única forma válida es criticar. De un disco, tengo una canción que critica, entre veinte. Las otras 15 hablan de distintas cosas, o sea, sale lo que sale. El Rey, por ejemplo, se trata de un jefe que tiene mi papá, que lo hostigó. Entonces me salió así, no es que quise hacer una canción de un rey que hostiga. Son vivencias y se reflejan. Capaz que en otros discos no tengo vivencias tan violentas, y ninguna canción es denuncia.

—¿Cómo es el proceso creativo de tus canciones? Hablas mucho de que la canción «te sale». ¿Cómo es eso?
—Somos canales. No tengo mayor responsabilidad en lo que hago. Tiene más responsabilidad el momento, la gente con la que me junto y que, justo en ese momento, entiendes cierta frase de cierta manera. Para mí, las canciones están como en el aire y uno las baja. Uno es como un computador que tiene Internet y capta cierta frecuencia y la baja. Pero no, no me siento un gran creador ni nada de eso. Sólo soy un buen canalizador.

—Hoy en día, ¿qué te sientes primero: músico o terapeuta?
—Ahora estoy viviendo más de la terapia ocupacional, así que todos los días voy a una institución, por lo tanto me cuesta sacar esa etiqueta. Una vez por mes soy músico, o cuando llego a mi casa y me relajo. Pocas veces soy músico. Más me interesa ser buena persona, que ser terapeuta o ser músico. Estar contento, estar bien rodeado, nada más.

—¿Por qué viviendo en Buenos Aires escribes siempre sobre Chile? ¿Sientes la necesidad de «volver»?
—Para mí es lo mismo estar allá o acá. No tengo añoranzas ni nada. Es como el mismo lugar. No es como que piense: «escribiré sobre Chile o sobre Argentina». Es algo más simple de lo que parece.

—¿Qué es para ti la patria?
—La patria es una ilusión. La patria y todas esas cosas son acuerdos para tener un grupo ordenado.

—¿Qué te ha dejado, en tu formación musical, la cultura argentina?
—La energía. Acá aprendí que una canción es más que una canción, es decir, abordar una canción también desde lo estético. A veces lo estético no es malo. Son cosas que te ayudan sinérgicamente a mostrar mejor tu mensaje. En Rancagua, cuando empezaron a ir bandas argentinas, vi cosas que no había visto antes en Chile. Y era eso. No era que fueran mejores músicos, era que mojaban más la camiseta en el escenario. Estoy hablando muy «futboleramente». Odio eso. Odio el fútbol [se ríe].

—¿Crees que es un poco quitarse la vergüenza? Los chilenos somos más tímidos.
—Totalmente. Acá los niños son escuchados cuando hablan en la mesa. Eso se nota en la sociedad. Nadie tartamudea al hablar acá, nadie se pone rojo. O sea, por ejemplo, cualquiera le puede decir al chofer en la micro: «abrime la puerta», sin pensarlo dos veces, sin tartamudear.

—¿Cuál ha sido tu mayor logro como músico?
—Tocar. No tenía ningún logro cuando llegué. Siempre cuento que llegué aquí sin guitarra. O sea, yo llegué con el plan de estudiar y después irme, pero pasaron cosas que no tenía programadas: primero, grabar una canción, una cosa envasada en un archivo mp3, ya era algo maravilloso; dos años después, cuando tenía veinte canciones, tocar en un escenario. Y gracias a eso, aunque no me sentí cómodo, Rafa Paz me dijo que le gustó lo que hacía, que grabáramos un primer disco. Y así fue.

—Entonces, ¿tu logro máximo ha sido llegar a ser músico?
—No, mi logro máximo ha sido autorrealizarme. Aprender a gritar en un escenario lleno de gente, no sé, frente a 50 mil o 60 mil personas. Eso es algo que nunca pensé que iba a hacer y me pone contento saber que he hecho eso. Ahora el desafío es tocar un poco menos, pero profesionalizarme un poco más. Estoy ensayando con la banda, capaz que conocer otros países de Latinoamérica. Si sale, bien; y si no sale, bien igual. Ya tengo canciones nuevas y va andando el motor.

—¿Qué esperas de tu futuro musical?
—Nada.

—¿No tienes alguna ambición? ¿Tocar en Viña del Mar?
—[Se ríe] Una vez respondí que no a esa pregunta en una entrevista y de titular pusieron: «Trostrigo: mi objetivo no es tocar en el Festival de Viña». No, no tengo ninguna ambición. Seguir jugando este juego… Mi deporte era hacer un disco por año y ahora es seguir haciendo canciones, tocando, conociendo gente, compartiendo. Más que eso, no.

—¿Tienes referentes musicales chilenos?
—Marcel Duchamp, Bebés Paranoicos, Fiskales Ad Hok. Había una banda que se llamaba Puerta de Trébol, de la cual escuché un disco y después no escuché nada más, pero estaba buena. Y después Chinoy, Gepe, Manuel García.

—¿Y referentes argentinos?
—Fun People es mi banda favorita. Después, Eterna Inocencia, Insumisión, Shayla.

—¿Y tienes referentes literarios?
—«Todo es poesía, menos poesía», dijo Nicanor. Trato de leer muchas cosas, pero no guardo los nombres. Ahora me hice amigo de los Poesía Estereo. Uno de ellos es Diego Arbit, de quien he leído algunos libros y lo disfruto a concho, porque veo que él es de verdad. Tiene poesía, me gustan sus libros. También J.J Benítez, con El Caballo de Troya, esa saga me gustó, esa teoría loca. Jodorowsky tiene un libro de poesía lindo. También he estado conectado con poetas por lo que hago.

—¿A qué se debe el nombre del disco Sangre (2014)? ¿En qué estabas pensando?
—Es una palabra fuerte, que da para pensar muchas cosas. Uno, la familia; después, la sangre de los muros, la sangre fría del que mata. También metí cosas conspirativas que me gustan. ¿Viste que dicen que están los reptilianos conquistando el mundo? Entonces incorporé lo de sangre azul del reptil. También lo del ADN basura. Eso me gusta de la sangre, los secretos que tiene.

—¿Cuáles son tus proyectos a futuro?
—Fortificarme con la banda.

—¿Cómo describes tu música?
—Sonidos que varían de cadencias yendo a lo infantil y a lo violento. Folklor bipolar. No, folklor no. No sé, pop energético. Pero es pop, a grandes rasgos.El Guillatún

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