El Guillatún

«La escritura vino como una manera de cartografiar el camino»

Rodolfo Reyes Macaya

Rodolfo Reyes Malaya. Foto: Francisca Toledo

Rodolfo Reyes Macaya (28), es un escritor chileno nacido en Punta Arenas. Titulado de Historia del Arte en la Universidad de Chile, en 2013 agarró sus cosas y se fue a Buenos Aires, Argentina, para realizar una maestría de Estudios Literarios en la UBA. Fue en la capital del país trasandino donde publicó su ópera prima, La proximidad del tsunami (Zindo&Gafuri Ediciones, 2015) libro de una infinita sensibilidad que transita entre la narrativa y la poesía, y que nos presenta a un personaje sumamente contemplativo, en momentos incluso abúlico, a quien le basta con mirar una pared o un árbol desde su ventana: «La serenidad, repites / es escribir algo en la arena / Dejar / que el viento lo borre».

Detrás de la sensación de algo que va a suceder pero no sucede, y de este «no hacer» que Reyes Macaya plasma en La proximidad del tsunami, «hay una crítica al hedonismo y el consumo de una supuesta generación que es incapaz de vivir de otra manera que no sea en búsqueda constante de estímulos exteriores (…) una generación de hombres y mujeres superfluos», explica el autor, quien también cuenta que puede pasarse días recluido sin hacer mucho, y quien hace poco estuvo laborando como cuidador de nogales en el campo.

Hoy en día de vuelta en Santiago, Rodolfo se encuentra trabajando en dos cuestiones, principalmente: su tesis de posgrado (Nada para ver: relaciones entre el cuadrado negro sobre el fondo blanco de Kazimir Malévich y el Bartlebooth de Georges Perec), «algo edificantemente inútil», según sus palabras, y en una novela que planea terminar a fines de este año, la cual «a grandes rasgos es un homenaje a todos los osos polares que mueren en Sudamérica», dice.

—¿Cómo se desarrolla tu relación con la literatura?
—A leer, empecé tarde. Aún más tarde empecé a escribir. Pasé toda mi infancia huyendo de los libros. Odiaba el colegio, y los libros «literarios», al menos en casa, constituían una imposición escolar. No así los libros de divulgación científica. En realidad, enciclopedias especializadas en animales e insectos y cuestiones del espacio. Esa las leía. Recuerdo que en la casa de mis abuelos había una enciclopedia de animales. Podía estar durante horas frente a ella a escondidas sin sentir el peso del tiempo. La literatura propiamente tal, aunque el concepto se desdibuja, empezó a interesarme en la adolescencia, esa reestructuración completa del mundo, donde se pierden las primeras batallas y suceden cosas indecibles. Tenía dieciséis años y no lo estaba pasando bien. La lectura de cosas como novelas y poemas se desarrolló en ese entonces. La escritura vino mucho más tarde, como una manera de cartografiar el camino.

La proximidad del tsunami es un libro fragmentado que incluye poesía y narrativa. ¿Cómo lo clasificarías?
La proximidad es un libro aparentemente inclasificable, que propone una hibridación de los géneros literarios, particularmente de la poesía y la narrativa, al mismo tiempo en que se despliega como una suma de fragmentos, o más bien restos y apuntes para conformar un libro que no vendrá.

—El personaje que habla en La proximidad deja la sensación de imposibilidad de movimiento, de la capacidad, quizás, única de mirar una pared o sus propios pies con calcetines impares. Es un personaje, sin duda, contemporáneo, sobrepasado por la ciudad y la abulia. ¿Existe un ánimo de crítica en el libro respecto a esta característica ermitaña y desinteresada de tu generación?
—El personaje de la segunda sección del tríptico, aquella que fue titulada «Es suficiente mirar una pared», reelabora las propuestas de Ivan Goncharov, en su novela Oblómov, donde el homónimo personaje destaca como ejemplo de indolencia y desidia. Es un personaje que prefiere no hacer y ve pasar las cosas frente a él, incapaz de inmiscuirse en ellas. También hay una crítica al hedonismo y el consumo de una supuesta generación, que es incapaz de vivir de otra manera que no sea en busca constante de estímulos exteriores, que es incapaz de mirar simplemente una pared y estar consigo misma, una generación de hombres y mujeres superfluos.

—¿Cuánta autobiografía hay en lo que escribes?
—Hay ciertos elementos autobiográficos, si bien completamente deformados, en los textos que he escrito. A menudo estos elementos funcionan como puntos de partida. Son recursos para enfrentarme al cliché de la página en blanco. A fin de cuentas, tomo lo que tengo a mano, como cualquier persona. Por ejemplo, hoy por hoy vivo en el campo y cuido una plantación de nogales. Desde que estoy aquí he hecho algunos relatos breves donde se repite un personaje. Este personaje vive en el campo y cuida nogales, como yo, pero es completamente diferente a mí, su vida tiende hacia otros derroteros. Esto me divierte. Muchas veces hago personajes para reírme de mí mismo, sobre todo cuando estoy atravesando procesos de indolencia. También me divierte el malentendido, y la primera persona hace que muchos lectores confundan la figura del narrador con aquella del autor. Creo que esta confusión se da por una necesidad y búsqueda frenética de lo real en nuestros días.

—¿De qué trata tu nueva novela?
—A grandes rasgos, la novela es un homenaje a todos los osos polares que mueren en Sudamérica, contrapunteado por un personaje que podemos llamar X. Luego de vivir un año con su abuelo en el sur de Chile, X regresa a Bs.As. para asistir al estreno de un documental sobre Winner, el oso polar del zoológico de Palermo que murió por las altas temperaturas del verano porteño 2012. X es músico. Ha compuesto el soundtrack del documental. Tiene una serie de conflictos con su pasado y la certidumbre de que cada episodio de su vida es el paréntesis de algo que se le escapa. En Bs.As. se reencuentra con Olivia, su ex novia y directora del documental y los esféricos hermanos Buxtos. Hay algo desesperado en cada uno de ellos. De algún modo, realizan actividades creativas y creen ser especiales, pero son tipos que hoy en día puedes ver producidos en masa. Son ridículos y he querido reírme, pero no he podido dejar de encariñarme, porque tenemos una especie de destino común. Además, son seres maravillosos al borde de la autodestrucción.

«PUEDO VIVIR CON MUY POCO»

—¿Cuál es tu meta como escritor?, ¿cómo te ves de aquí a veinte años?
—No quiero cargar mi vida con mucho peso. Mi única meta como escritor es escribir. ¿Escribir sobre qué? Es una pregunta importante y sin embargo secundaria. Podría escribir sobre el viento puelche que azota los coigües, sobre los desastres de una guerra que nunca he vivido, sobre el amor entre hombres que se hacen matar por nada en el desierto, sobre personas sencillas que son en realidad personas excepcionales, o podría escribir sobre nada, como quería Flaubert. ¿Escribir cómo? He probado diversos registros. Cada texto responde a esta pregunta de una manera diferente y en esa diferencia radica su valor. Por otra parte, dentro de veinte años, espero tener la dentadura indemne, el hígado aún dando la pelea y las piernas sanas para continuar la fuga.

—¿Para ti existe la inspiración?
—He sentido el vértigo y la gracia al momento de alinear palabras. Han sido momentos excepcionales en los que se modificaba radicalmente mi relación con el trabajo. En cierto sentido, en esos momentos la idea de trabajo quedaba suprimida. Me dejaba llevar. Muchas veces, después, en frío, volvía sobre el texto y me daba cuenta de que esa gracia había sido una ilusión. Una ilusión benevolente. Una suspensión del cansancio. Como cuando llevas horas caminando y llega un momento en que emergen fuerzas que ignorabas.

—¿Se puede vivir de la literatura?
—Al parecer, se puede, aunque me da la impresión que para esto hay que hacer una larga serie de infortunadas concesiones. De todas maneras, no es algo que me quite el sueño. Puedo vivir con muy poco.

—¿Cómo ves el panorama actual de la literatura chilena?, ¿qué poetas y novelistas destacarías?
—Lo veo con distancia, pues no llevo una vida social de escritor, rara vez voy al lanzamiento de un libro. La verdad es que me desagrada el glamour que he visto. Eso sí, hay varias propuestas que me interesan. Desde que volví a Chile me he dedicado, entre otras cosas, a ponerme al día. Aún me falta mucho. Hay muchos libros nuevos que no he tenido la oportunidad de leer.

—¿Tienes un escritor en particular como referente?
—Tengo a mis maestros, casi todos están muertos. Uno de ellos es Robert Walser.

—¿Qué libro estás leyendo ahora?
El hombre sin atributos de Musil. Una novela monumental, imposible e inconclusa, a decir verdad, una piedra angular en la literatura del siglo pasado. Me la prestó Vicente Braithwaite, que a veces oficia de guía de alta montaña. No creo que la termine, voy a tener que aprender a vivir con eso. También estoy leyendo los escritos de Málevich, el pintor ruso del cuadrado blanco sobre fondo blanco.

—¿Cuál es tu libro favorito?
—No tengo un libro favorito, aunque sí libros a los que regreso continuamente y también libros a los que quiero regresar. Como por ejemplo, Fuga sin fin (Joseph Roth); Discusión (Borges); El libro de la almohada (Sei Shonagon), y un largo e injusto etcétera.

—¿Qué te dejó tu experiencia en Buenos Aires?
—En Buenos Aires publiqué mi primer libro, conocí a personas que continúan siendo muy importantes para mí y también allí radicalicé mi soledad y comí muchísimo helado.El Guillatún

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