El Guillatún

Opus 8 / Morir en el escenario

A los fabricantes de ataúdes customizados

Quizás el éxito de Dalida no haya sido tan rotundo en Chile. Dalida fue la sublime Miss Egipto 1954 que causó sensación en la música pop y disco de los años 50 hasta principio de los 80. Grabó sus discos en once idiomas y su alta silueta, sus vestidos de lentejuelas y su ligero pero no menos sexy estrabismo la convirtieron en un ícono de moda y un ideal femenino para los transformistas. En uno de sus mayores éxitos, cantaba: «Yo quiero morir fusilada por un proyector mortal, frente a una sala llena».

Morir en el escenario, cuando uno es artista, es bastante grandioso, un pelo trágico y aparece como el cumplimiento del destino. Sin embargo, tal ambición requiere preparación. Uno no se despide de sus fans con una muerte mal orquestada. Además, hay que seguir cultivando su personaje hasta el final: el rockero, quien extrañamente ha preferido hasta ahora expirar en la tina en lugar del escenario, debe más bien sufrir una sobredosis mientras que la cantante de disco debe aceptar morir aplastada por una bola de espejos.

En fin, si uno lo piensa, muy pocos artistas se despidieron con un buen espectáculo. Estuvo Les Harvey, del grupo Stone the Crows, quien murió electrocutado durante un concierto, tal como Keith Relf de los Yardbirds. Recordamos también al barítono Leonard Warren, quien, mientras cantaba «¿Morir? Una cosa terrible» sucumbió en el escenario del Metropolitan Opera de Nueva York (bueno, es lo que cuenta la leyenda). Ahora bien, al final del Top 50 de las muertes de estrellas, se encuentra Jean-Baptiste Lully, quien dejó este mundo después de haberse plantado un bastón en el pie mientras contaba al compás… y durante un ensayo además.

¿Qué tiene de malo querer hacer de su vida una obra de arte hasta el último suspiro? Algunos dirán que no es más que pura vanidad: ¿Cómo? ¿Ante el temible final que espera a toda creatura de Dios, usted sigue preocupada por los diamantes de su sudario? ¿No está usted llevando el esnobismo un poco lejos? ¿Acaso usted atravesó la vida sin enterarse de las cosas graves e importantes?

Morir en el escenario y provocar la incomprensión del público, eso sí es irse con brillo. Si Dalida hubiera podido explicarse ante aquellas acusaciones, hubiera probablemente dicho: «Yo, quien lo elegí todo en mi vida, también quiero elegir mi muerte». Y, aunque hay que admitir que el margen de maniobra es bastante limitado cuando se trata del vasto debate muerte versus derecho de decidir, habrá de preguntarse: ¿No será una gran pérdida de tiempo tratar de posponer el fatal destino en lugar, precisamente, de darle, gracias a una puesta en escena de nuestra composición, un toque personal?

Miss Egipto 1954 se preocupó menos de temer a lo inevitable que de seguir fiel a sí misma y su última voluntad tiene aires de indolencia heroica digna de algún James Bond apuntado por un 35mm y que, no por eso, pierde su sentido de la réplica. Si el diablo está en los detalles, puede que la trascendencia esté también, a veces, donde uno menos se lo espera…El Guillatún

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