El Guillatún

Opus 7 / Cómo llegar al Nirvana sin dolor, en una lección

A los jóvenes poetas que no quieren mojarse con agua fría, ni tampoco que los entierren vivos

La pintora francesa Séraphine se ganaba la vida como nana y dedicaba sus noches a pintar árboles inmensos, con ojos, plumas y dientes, tan vivos que parecían hablar a quienes los miraban. Tras las paredes de su humilde habitación, sus vecinos podían oírla cantar a la Virgen, mientras pintaba. Cada noche, repetía el mismo rito, entraba en un estado de gracia y sus manos hacían milagros. Desafortunadamente para el resto de los mortales, aquellos momentos de inspiración son escasos y fugaces.

Así, Santa Teresa de Calcuta tuvo una experiencia mística a los 36 años y pasó el resto de su vida tratando de recordarla. ¿Será lo mismo para los poetas? ¿La iluminación poética los golpea cuando menos se lo esperan y, extasiados por la experiencia, vuelven cada día de su vida a sentarse en su escritorio, esperando, inquietos, que se desencadene de nuevo la inspiración? Escribir se vuelve un infierno entre dos relámpagos místicos y el poeta probaría cualquier ejercicio ascético con tal de adelantar la próxima cita divina.

Cuentan que, para alcanzar el Nirvana, ciertos monjes budistas solían encerrarse sin agua ni comida en tumbas selladas. Les dejaban un agujero por el cual sacaban la mano y tocaban una campana hasta secarse y transformarse en momia. ¿Será imprescindible pasar por las temibles y dolorosas prácticas místicas para poder escribir bellos poemas? Si nos sentimos desesperados por volver a sentir el éxtasis del alumbro, aquí viene un método de menor riesgo que no implica ni voto de silencio, ni duchas heladas, ni tampoco huelga del hambre. Rainer-Maria Rilke se dirige a un joven poeta que le ha pedido su opinión sobre los versos que ha compuesto:

«Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del recuerdo? Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones de ese vasto pasado. Así verá cómo su personalidad se afirma, cómo se ensancha su soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito de los demás. Y si de este sumergirse en su propio mundo, brotan luego unos versos, entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos. (…) Pues verá en ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y voz de su propia vida».

Amen, Rainer-Maria, si usted lo dice, entonces será. Quizás Rilke haya encontrado la incógnita en la ecuación que resuelve el misterio del primer impulso: es decir, aquel coraje inspirado que se necesita para empezar a crear o para comenzar cualquier acto libre y nuevo. Monjes o poetas, el éxtasis creador nace del arte de saber mirar y recordar.El Guillatún

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