El Guillatún

Opus 6 / La necesidad de correr detrás del conejo blanco

Al Rey Arturo

El Rey Arturo recibió el llamado de Dios de la manera clásica: un foco de luz morada traspasó las nubes gruesas y negras y deslumbró al caballero. Una voz solemne de patriarca resonó en toda Gran Bretaña y le pidió que reuniera a los caballeros de la mesa redonda y que se fueran todos a buscar al Santo Grial (es decir el cáliz en el cual Jesús y sus discípulos bebieron durante la Última Cena y en el cual recogieron la sangre de Cristo). Y en verdad, Dios ni siquiera le dijo por qué tenía que hacerlo. Confiando ciegamente en las razones del Todo Poderoso, el Rey Arturo se fue a la buena de Dios, sin saber ni por qué ni cómo. De esos hechos históricos nacieron el best-seller de Chrétien de Troyes y una película de los Monty Python.

Una de las primeras escenas de Santo Grial cuenta el encuentro del Rey Arturo con el sabio Bedevere durante el juicio de una mujer sospechada de brujería. La falsa nariz de zanahoria y el sombrero puntiagudo con los cuales los campesinos disfrazaron a la pecadora son las pruebas de su culpabilidad. Tal muestra de oscurantismo atenta contra las convicciones del hombre de ciencia Bedevere y el caballero se interpone:

—¿Cómo saben que es una bruja?
—Porque tiene la apariencia de una bruja —grita la muchedumbre.
—¿Qué otras pruebas tienen?
—Me transformó en salamandra —interviene otro hombre—. Bueno, ya me mejoré… ¡Quemémosla! ¡Quemémosla!
—Escuchen, existe un método que permite saber si es realmente una bruja —contesta Bedevere—. ¿Qué hacen con las brujas?
—¡Las quemamos!
—Y fuera de las brujas, ¿qué más queman? —pregunta Bedevere.
—¡Otraaas brujaas!
—¡Madera!
—Madera, exactamente —confirma Bedevere—. Entonces, ¿Por qué las brujas se queman?
—¿Porque están hechas de madera? —se arriesga un campesino.
—¡Bien! Por lo tanto, ¿cómo podemos saber si esta mujer es de madera?
—¿Ocupándola para construir un puente?
—¿Pero no existen puentes de piedras? —contesta Bedevere, y después de un tiempo de reflexión, añade— ¿Se hunde la madera en el agua?
—¡No, flota!
—¿Y qué más flota? —pregunta Bedevere.
—¡Los patos! —interviene el Rey Arturo que asistió al juicio desde su inicio.
—¡Exactamente! Por consiguiente, si esa mujer pesa lo mismo que un pato, es de madera, y entonces, es una bruja.

Y desgraciadamente, la mujer era del mismo peso que el pato.

Con el emblemático tema de la búsqueda, los Monty Python nos muestran que algunos saben perfectamente lo que buscan pero no saben cómo encontrarlo. Otros saben qué están buscando pero no saben por qué lo buscan. Y quedan los que, como Bedevere, caminan de un paso muy seguro, pero no tienen la menor idea de a dónde los llevarán sus certidumbres.

¿A dónde queremos ir con esto, queridos lectores? Bueno, tampoco lo sabemos muy bien. ¿Qué buscamos en nuestra época? ¿La salvación? Muy pasada de moda. ¿La justicia? Muy peligroso. ¿La verdad? Ahora dicen que cada uno tiene la suya. ¿Nuestra verdad interior? Eso seduce bastante hoy en día. Nos gustan el viaje iniciático en los secretos de nuestro inconsciente y el caminar en tierras exóticas y hostiles hasta encontrar en una pieza oscura, debajo de un velo de terciopelo negro, un espejo. Sea lo que sea su tema, todas las novelas tienen una búsqueda y si no tienen, es porque hablan de desesperación.

Pero la búsqueda no siempre se presenta a nosotros con la apariencia obvia del mandamiento divino o de un conejo blanco que hay que perseguir hacia subterráneos encantados. La búsqueda es algo ambiguo, que, como lo canta Facundo Cabral, se confunde a menudo con el placer del paseo.

«Hace tiempo que en el tiempo algún hombre preguntó lo que ahora estoy buscando, lo que alguno ya encontró. (…) Extranjero en las ciudades, compatriota del camino. Amante de los desiertos y el silencio del vacío. Las ilusiones del alma empujan a mi esqueleto, para que siga buscando porque buscar es el cuento».

Queridos lectores, al menos tenemos una certidumbre: qué rico correr detrás de algo…El Guillatún

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