El Guillatún

Opus 13 / La verdad está ahí fuera, pero no vayan a proclamarlo a los cuatro vientos

Monty Python and the Holy Grail

Monty Python and the Holy Grail (1975).

A los que no se supieron callar

Si ustedes también están hartos de escuchar los sermones de iluminados pretendiendo «sacar el velo de ignorancia que nos tapa los ojos», los delirios de visionarios gritando que «estamos perdidos» o las alucinaciones de creativos que ven la belleza donde solo hay decadencia, les invitamos a recordar la sabiduría ancestral cuyos secretos nos traerán paz y silencio de una vez por todas…

Breve guía de armonía grupal y de neutralización de los elementos perturbadores

1.- El arte de ridiculizar

Muchos se desesperan ante el zumbido incesante de los marginales, pero si nos dejamos guiar por la experiencia de los ancestros, encontraremos el camino a la resistencia. Así, el arte de ridiculizar es una herramienta antigua y potente contra los elementos perturbadores. Dicen que ciertos maestros lograron, gracias a su paciencia y empeño, la destrucción total de la molestia y pudieron llegar a conocer la satisfacción de ver a sus enemigos caer por desgaste. Recordamos una iniciativa ejemplar que sigue inspirando en muchas partes del mundo: en 1937, nuestros incansables nazis encontraron el tiempo, entre tantas actividades, de organizar una exposición de «las artes degeneradas», confiando en la capacidad del buen pueblo de distinguir entre el arte y las aberraciones de mentes insanas. Por lo tanto, las obras del expresionismo alemán, cuya anormalidad había sido demostrada científicamente, fueron expuestas, con el humor tan característico del tercer Reich, en cuadros chuecos, olvidados por el suelo o colgados al revés… qué manera de reírse.

2.- El infalible linchamiento

Permitiendo lograr resultados visibles e inmediatos, el linchamiento debe su éxito a la magia de la histeria colectiva. En todas partes donde la subversión sigue obstaculizando el buen pensamiento, las fuerzas del orden organizan apedreamientos, latigazos y ejecuciones que no solo acaban con la molestia sino que también permiten a la comunidad reforzar el vínculo solidario en torno a un evento festivo. Ahora bien, y sin quitarle el mérito a lo anteriormente mencionado, hay que reconocer que nada vale la formidable espontaneidad de la muchedumbre, como lo confirma este tesoro de crónica policial: durante la guerra de 1870 entre franceses y prusianos, un aristócrata de Hautefaye —un pueblito perdido en el vasto campo francés— se atrevió a hacer un comentario tan ambiguo que los aldeanos lo sospecharon de ser un espía. Enseguida, y en nombre del amor a la patria, todos, del panadero al alcalde, persiguieron al desgraciado, lo torturaron, lo quemaron vivo y se lo comieron, literalmente.

Opinar entre medio de la muchedumbre es un juego peligroso ya que en ella, los cerebros se apagan y las tripas se fusionan para tragar en su oscuridad a cualquier elemento perturbador. La muchedumbre no necesita respuestas. No pregunta, no titubea, ni tampoco duda. Atraviesa los años, idéntica, ahogando a los desafortunados que se encuentran nadando a contracorriente y aplaudiendo a los guías que, para dirigirla, se conforman con seguirla.El Guillatún

Exit mobile version