El Guillatún

¿Es su música política?

Imagen de la película «Brassed Off» (1996)

Imagen de la película «Brassed Off» (1996).

Queridos lectores,

Cansados de la corrupción, muchos dicen que la música y la política nunca deberían casarse. Muchos piensan que la música debería ser un edén al abrigo de las maniobras políticas, las ilusiones de democracia y las seudo-guerras justas. Así, al rechazar las reglas retorcidas del juego, los músicos se pueden dirigir directamente al pueblo, con verdadera empatía, y hacer que su música tenga el don de agarrar por las tripas a los que se alienan en el trabajo y elevarlos por encima de sus problemas.

Es cierto, la música puede ser liberadora sin adherir a un programa político. Ahora bien, sin un conjunto de medidas políticas adaptadas, la música puede convertirse en un mero producto entre tantos otros. Bajo la presión de un sistema que invierte solo donde hay promesas de beneficios, la música puede perfectamente, en lugar de elevar al hombre, no ser más que un opio que lo deja arrinconado entre sus audífonos y sus pantallas.

Es por eso que, en El Guillatún, reflexionamos a menudo sobre las dificultades de tener una carrera artística en Chile. En efecto, las escasas subvenciones públicas a los proyectos artísticos y el sistema de financiamiento a corto plazo que ofrecen los concursos no pueden acabar con la precariedad en la que se encuentran numerosos artistas chilenos. Es entonces legítimo ver multiplicarse los ejemplos de artistas que encuentran un contexto más favorable en el extranjero, como lo ilustran las entrevistas realizadas este mes por Nicolas Emilfork y Mijaíla Brkovic respectivamente a Camilo Sauvalle y Rodrigo Jorquera. Y en cuanto a los que tomaron la decisión de quedarse, como lo contaba Juan Antonio Sánchez en su artículo Fin de gira, es con plena conciencia de que tendrán que dedicar parte considerable de su tiempo en ser su propio manager antes de poder lidiar con los desafíos de la creación artística. En tal contexto, la tentación es grande de elegir el camino más fácil y los eternos ritmos embrutecedores que prometen a los productores ventas masivas.

Nos podrían decir que en un sistema neoliberal que no cree en el Estado providencial y con tantas desigualdades, la cultura no tendría por qué ser una prioridad de las políticas públicas. Así, en junio pasado, la temporada de la Orquesta Sinfónica de Copiapó fue cancelada porque la Municipalidad decidió dedicar los recursos que le estaban destinados a la reparación de los daños causados por los aluviones de marzo (leer Orquestas, Renuncias, Fragilidad e Innovación, por Nicolás Emilfork). Es cierto, la cultura nunca es una emergencia. Nunca es vital, por lo menos a corto plazo. Sin embargo, muchas veces es justamente lo que nos da la energía de seguir luchando cuando el suelo parece derrumbarse bajo nuestros pies.

Por lo tanto, si el apoyo público a los músicos profesionales en Chile es ya tan complicado, ¿qué será del apoyo a la música amateur? ¿Será legítimo considerar a los músicos amateurs como una preocupación aún más marginal? ¿Debe el músico amateur resignarse a encerrarse entre cuatro paredes y nunca conocer los arrebatos y la euforia que solo pueden suscitar la escena y la orquesta?

Si, como lo evoca Camilo Sauvalle en su entrevista con Nicolás Emilfork, la existencia de artistas profesionales es alimentada por la existencia de los amateurs —porque les dan alumnos y audiencia—, más allá de eso, la música amateur puede convertirse en un potente motor de la vida comunitaria.

Éste es el rol que tienen las bandas, las orquestas municipales o las orquestas de mineros y obreros por ejemplo. Muy común en Europa, en particular en las regiones industriales del Norte, son generalmente asociadas a una red de escuelas de música asociativas, organizadas por una federación nacional, que proponen clases a bajo costo y préstamo de instrumentos. Aquellas orquestas pueden alcanzar a tener una centena de músicos, de toda edad y de todo medio social. Además de ser muchas veces como una segunda familia, son la prueba de que unidos, los ciudadanos podemos llegar a la excelencia. En fin y sobre todo, son instancias en las que si nos escuchan.

Saludamos en Chile a las orquestas de la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles, a la Conchalí Big Band y a todas las otras iniciativas que dan la oportunidad de reunirse en torno a la música. Que se multipliquen y que encuentren el apoyo público que se merecen, ya que, amigos de El Guillatún, sus contribuciones son seguramente mucho más significativas que un concierto de U2 en el G20. Son la expresión de la unión solida del pueblo, sin la cual ninguna lucha social podría llegar al éxito.

¡Hasta la vista!El Guillatún

Exit mobile version