El Guillatún

La guerra de los clones

Bruce Willis en «Armageddon»

Bruce Willis en «Armageddon» (1998). © Touchstone

Queridos lectores,

En estos tiempos de descanso veraniego, El Guillatún tiene tiempo para meditar sobre el sentido de la existencia y un escalofrío corre a lo largo de su virtual espinazo cuando llega a la siguiente conclusión: ¿qué puede ser más trágico que leer en su epitafio: «fue un hombre de lo más común»? Nuestro paso por este mundo podría resumirse a esta frase asesina y a pesar del esfuerzo agradecido de las pompas fúnebres para embellecer nuestro destino, somos una mayoría aplastante en saber en el fondo de nuestra alma que sobre nuestra lápida no aparecerán las palabras «gran explorador», «gran héroe de guerra» o «gran astronauta»…

Este presagio macabro tampoco ayuda a relativizar el espanto ante la peor amenaza del tercer milenio, es decir el fundirse en la masa anónima de los individuos y, un día, descubrir que llevamos puestos esos uniformes y máscaras grotescas de The Wall de Pink Floyd. Por suerte existe un motor potente que despierta nuestro deseo de sobresalir de la masa de los clones: el American Dream. En el American Dream, un humilde trabajador puede convertirse en héroe nacional y sus proezas, resonar en la memoria de las generaciones que lo seguirán.

Sin embargo, el American Dream introduce en nuestra imaginación una pequeña idea depredadora: no se trata de alejarse de un conformismo ciego para ser un hombre libre —como lo hubiera dicho, de manera resumida, algún Jesús o rebelde setentero— sino que se trata de sobresalir del común de los mortales para ser un hombre extraordinario. O sea, si uno quiere sobrevivir en una sociedad de masa, tiene que ser el mejor. De hecho, es el mensaje de la mayoría de las películas de catástrofe: a medida que la línea de falla de The Big One va tragando a los sinfines de individuos impotentes, un chofer de taxi —que en el pasado fue campeón de kung-fu, piloto de avión supersónico y Premio Nobel de física nuclear— logra pasar entre los meteoritos y tsunamis y termina condecorado por el propio presidente de Estados Unidos. En nuestra época, ser un héroe significa haber sobrevivido a la selección natural, poder en un futuro cercano sobrevivir al Apocalipsis y lograr, en el día a día, sobrevivir al capitalismo.

Ahora bien, si creemos no corresponder a este perfil, tampoco tenemos que desesperarnos, ya que el American Dream también nos dice que todos nos podemos convertir en el número 1. Basta con aprender a explotar los recursos inagotables del extraordinario potencial que duerme en nosotros. Aquel potencial genial está amordazado por un sinfín de malestares con los cuales tenemos que acabar y para lograrlo, tenemos a nuestra disposición múltiples métodos: las terapias, la auto ayuda, el coaching… Gracias a ellos, lograremos romper nuestras cadenas mentales y morales y por fin, liberar nuestra potencia creadora y depredadora, y quizás, también, lograremos ganar la guerra de los clones.

Qué extraño totalitarismo estamos experimentando hoy en día. Es un totalitarismo suave que nos alienta a querer cumplir nuestros sueños. Nos ayuda a perfeccionarnos, a desarrollarnos, a crecer… para poder por fin, un día, quizás, experimentar una intensidad de vivir que hasta ahora solo los héroes de televisión conocen. Y mientras estamos ocupados a convertirnos en personas extraordinarias, la Tierra gira, las estaciones pasan, y hombres anónimos aman, viven, sufren y mueren.

Queridos lectores, su digital interlocutor les desea una vida común y banal, un epitafio aburrido y una indiferencia total por parte de los telespectadores del canal nacional.

¡Hasta la vista!El Guillatún

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