El Guillatún

«Todos creen que la historia es una iglesia sacrosanta que no hay que tocar»

Baradit autografiando «Lluscuma» en Filsa 2013

Baradit autografiando «Lluscuma» en Filsa 2013. Foto: Felipe Zubieta

Jorge Baradit (44) es un hipertexto. Salta de un nombre a otro con la soltura de quien habla sobre un solo tema. Pero en su caso los mezcla todos, literatura con política, chamanes con ciber redes, la historia reciente del país con mitos ancestrales.

Si a finales de los años 80 se presentaba en minúsculos bares de Valparaíso con su banda punk; en el 2013 llena salas en ferias literarias y los fanáticos se quedan hasta el cierre del evento para que les firme un ejemplar.

Baradit, diseñador gráfico de profesión, irrumpió en la literatura con la novela Ygdrasil en el año 2005. Después del éxito que tuvo entre los seguidores de la ciencia ficción, Jorge no ha dejado de escribir y en la Filsa de este año presentó su sexta entrega: Lluscuma. En esta novela se trasviste de Fernando Camargo que es nieto de un militar que participó en la dictadura de Pinochet. Fernando debe enfrentarse a ese oscuro pasado familiar y a unos extraños videos que contienen un supuesto contacto con extraterrestres. La historia contiene gran parte de la historia reciente del país, chistes políticos contemporáneos, guiños de cultura pop y muestra un país que se divide entre sus raíces indígenas y las redes wi-fi.

Sentado en Plaza Ñuñoa Jorge dice que quiere sacar los mitos y la historia a la calle, que no le gusta que estén encerrados en museos. Mira a los libros como una plataforma entre muchas otras ya que no piensa en escribir, sino que en narrar. Dice todo esto al lado de los nuevos locales que se instalaron en el sector. Los mismos a los que trata de arribista en Lluscuma, la novela-excusa de esta entrevista.

—La primera versión de Lluscuma salió en forma de serie los días sábados en el diario La Segunda. ¿Cómo fue ese proceso y luego el traspaso al formato de novela?
—Yo no escribí una novela y la partí en 24 pedazos, la escribí semana a semana, incluyendo cuestiones de la contingencia. La Segunda compró que esto tuviera libertad creativa y una calidad de un escritor en una vitrina, escribiendo con una pistola en la nuca. Luego tomé ese material, que puede considerarse como un work in progress, y lo edité, llené los huecos argumentales que correspondían, reforcé personajes que estaban débiles y establecí vínculos entre situaciones que no estaban tan claras.

—¿Qué fuentes revisaste para revivir el suceso del cabo Valdés?
—Me leí La noche de los centinelas, entrevisté a un par de personas y de ahí solté los perros. No soy un periodista ni tampoco un investigador, lo que hago es echar mano de la memoria. Imagínate que el registro de la realidad se hace con dos o tres herramientas de espectro muy limitado, y en base a esos registros establecemos un relato que se cruza con otro que es igualmente pobre, se llega a un consenso influenciado por un montón de cosas como intereses económicos, de clases, religiosos y finalmente tenemos un producto muy pobre al que nosotros llamamos historia. En eso basamos también la construcción de la cultura. Entonces cuando alguien me dice «yo voy a las fuentes duras» me cago de la risa. ¿Qué es una fuente dura? Lo que yo pretendo es construir a partir de la memoria como fragmentos, flashbacks, colores y olores en el aire. Es como levantar una instalación a la que le doy un sentido narrativo y estético de ficción.

—Al inicio del libro hablas de los sucesos extraordinarios que ocurrían en Chile durante los 70, luego señalas que en la actualidad hay políticos que hablan con fantasmas. ¿Son estos sucesos una presencia constante en nuestra historia?
—Es propio del ser humano. Nosotros vivimos 1,5 millones de años sumidos en un paradigma donde la cuestión del espíritu, el mundo paranormal y mitológico está presente. Ahora no tenemos más de 200 años con otro paradigma que intenta imponer otra visión del mundo. Ese intento de nuestra literatura de hacerle una quimioterapia al realismo mágico fracasó brutalmente. Como la nueva narrativa y Mc Ondo, que urbanizaron el tema, que parece más un accidente de los 90, esas ganas de ser europeos o gringos que agarramos después de la dictadura.

—Actualmente ese foco aplicado en los 90 no es predominante. ¿Cómo explicas este cambio?
—Hay una venida de vuelta. Quisimos dejar de ser bananeros extirpando aspectos que no había por qué extirpar. Además, con el reconocimiento de la cuestión indígena nos empezamos a «contaminar» con sus cosmovisiones que consideran el espíritu y las energías. Hay toda una ola de vuelta después de los escépticos 90 donde no estábamos ni ahí y queríamos parecer gringos y se llenaba de Mc Donalds. Creo que es una señal de madurez abrazar lo que uno es.

—Fernando Camargo, protagonista de Lluscuma, sostiene el peso de la herencia de pertenecer a una familia de militares que actuaron en la dictadura. ¿En esta tercera generación sigue existiendo esa carga?
—Creo que lo que va a empezar a pasar, y que está bien escondido en la novela, es que ahora vienen los nietos, y éstos van a preguntar qué pasaba en sus familias. Esta oleada que se viene, de la que habla Lluscuma, es de parientes inocentes que se van a ver enfrentados a esa realidad espantosa. Son heridas largas y nosotros somos un país muy joven.

—En tus novelas existe un énfasis en los ambientes y la estética más que en los personajes. ¿Es una búsqueda deliberada?
—Uno de los problemas que tiene la escritura de género es que tiende a aplanar a sus personajes. Pero la razón por lo que pasa esto en Lluscuma es que el libro está contado en primera persona. Lo que quiero describir es la disociación violenta que se produce en Fernando Camargo. El tipo está mirando el mundo detrás de tres cristales empañados de colores, está percibiendo la realidad de una manera trastocada, sus amigos son fantasmas, ni siquiera sabe si existen. El verdadero personaje es el cerebro de Camargo. No sabe si lo que ocurre afuera ocurre realmente o si es una metáfora de algo.

Lluscuma tiene saltos temporales constantes y la guerra pierde el sentido al no saber contra quién se sigue peleando. ¿Crees que ha cambiado la lógica de tiempo lineal?
—Totalmente. Los partidos se están viendo en diferido, estás viendo una jugada y desde la casa de al lado están gritando el gol. Además está la simultaneidad de Latinoamérica frente a la linealidad de Europa. Allá se construye en capas, rompen algo para construir otra cosa, acá todo convive. Tenemos sistemas feudales conviviendo con el capitalismo, hay guerrillas mezcladas con narcotráfico y grupos indígenas que administran casinos. Los gerentes de las transnacionales se pueden ir a Ecuador a tomar ayahuasca con un chamán.

—¿Crees que somos conscientes de esto?
—Para nada, somos fantasmas, vivimos entre sueños tapando horrores de la realidad. Puedes estar parado al borde de la calle mandando un mensaje de texto y pasa una bestia de 20 toneladas a 80 km por hora a centímetros tuyo y no te inmutas. No somos conscientes de que en cualquier momento podemos morir. Vivimos anestesiados, por eso los artistas se matan, se mutilan se rapan, se abren el pecho, se arrancan a Etiopía o sufren crisis violentas porque son unos gallos que abren un poco más los ojos. Son los que ven el horror en el que estás metido.

—¿Lluscuma es una ventana a ese horror?
—Me gusta un término que ocupo hace años que es hiperrealidad. Esta forma de acumulación de estímulos y datos para reflejar una realidad que es múltiple, que se superpone, que no es lineal. Una literatura realista tiene como requisito extirpar todo lo raro que sabemos que tiene la vida, para ser considerada real. Nunca vas a ver en una novela realista elementos sci fi con los que convivimos todos los días. Nunca vas a ver elementos del terror y la fantasía con los que convivimos familiarmente. Entonces ¿qué de real tiene? La idea de la hiperrealidad sugiere la abertura de muchos ojos para sacarnos los puntos ciegos y poder ver con ojos de insecto lo que realmente está pasando, que es mucho más complejo.

—En la novela repasas los hechos más emblemáticos de la historia de Chile (colonización, Guerra del Pacífico, Guerra civil de 1891 y el golpe de Estado de 1973), en Synco también trabajaste la historia reciente del país. ¿Por qué te basas en esos momentos?
—Está esa necesidad de los 90 de olvidar el horror. Veníamos tan cagados que lo único que queríamos era olvidar y meter los cadáveres bajo la alfombra. Hasta que llega una generación nueva a cuestionarte por qué tienes ese elefante en el living. Has modificado tu casa en función de justificar ese cadáver. Ahí vienen las voces sensatas que te conminan a sacarlo, que es lo que está pasando ahora. Eso tiene que ver con un ejercicio de memoria y tiene que pasar por lo personal y lo nacional. En lo personal me interesa encontrarle sentido a la historia de Chile, especialmente desde el juego. Me gusta descubrir que Arturo Prat era espiritista, que el 11 de septiembre se han producido tres violentos hechos de nuestra historia, que el terremoto del 2010 fue el despertar de la serpiente que es Chile y vinieron las demandas sociales.

—¿Te ha traído problemas tomar hechos históricos para tus obras?
—Sí, todo el mundo se ofende. Cuando salió Synco, a nadie se le había ocurrido escribir algo frívolo con nuestra historia. Pensábamos que la historia era una momia en el museo de Historia Natural. Entonces, una novela donde le agarrabas el poto a los dos personajes más queridos de nuestra historia, Pinochet y Allende, fue controversial. Gente de izquierda me trató de filonazi por haber recuperado el personaje de Miguel Serrano. Gente de derecha me amenazó de muerte. Me mandaron mails firmados por huevones fachos por intentar lavar la imagen de Allende. Todos creen que la historia es una iglesia sacrosanta que no hay que tocar. Cuando afuera la novela histórica es uno de los géneros más vendidos.

Lluscuma se conecta deliberadamente con Ygdrasil, Synco y PDK. ¿La consideras como una magna novela donde recoges tus anteriores trabajos?
—En todas me ha ido pasando eso. He ido construyendo un mundo que se basa en el anterior. Mi idea del arte no viene de la literatura, Burroughs dijo que las artes visuales le llevan cien años por delante a la literatura. Mi formación viene de ahí, entonces para mí el producto no es la obra. La obra es una cosa grande, invisible, sostenida en el aire. Por eso hago clips, documentales, novelas. Me interesa la obra como una molécula, que se va armando, que va creciendo, no como un paso detrás de otro.

—¿Por eso no te declaras escritor?
—Es que me interesa la palabra narración. Porque no involucra sólo el juntar letras, es también la acción oral, el video, la música, cualquier plataforma con la que quieras contar algo. En particular PDK es eso, ahí hay un juego, un sitio web, un soundtrack, un blog con cuentos, una novela gráfica, hay un montón de elementos que conforman la obra en su totalidad. Es una molécula suspendida en el mundo físico y blando que se llama obra. Mi obra es multiplataforma no por una huevada ondera, sino porque es lo que sé hacer. Me interesa cualquier plataforma expresiva para narrar.El Guillatún

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