El Guillatún

Reflexiones sobre danza y género: un desafío pedagógico

Escena del ballet «La Péri», 1842, libreto de Théophile Gautier (1811-1872), coreografía de Jean Coralli (1779-1854). Grabado, Francia, siglo XIX.

Escena del ballet «La Péri», 1842, libreto de Théophile Gautier (1811-1872), coreografía de Jean Coralli (1779-1854). Grabado, Francia, siglo XIX. Bibliothèque des Arts Décoratifs, Paris. Colección Maciet

Días atrás me sorprendí al constatar que en Chile aún hay colegios que conciben los talleres de danza como una actividad exclusivamente para mujeres. La sorpresa no se debió a que ignorase que muchas personas tienen esa visión de la danza, sino más bien a que caí en la cuenta de que hacía mucho que no me encontraba en un espacio que se rigiese por esa idea, y porque nunca me había tocado escuchar que una institución educativa proyectara un taller de danza para potenciar el lado femenino de sus alumnas.

Sobre esta última frase debo aclarar que estoy extrayendo palabras de una conversación, fuera del contexto en que fueron dichas, pero si elegí hacerlo es por lo que ellas encierran y representan, porque nos recuerdan que en nuestra sociedad aún persiste la visión de que el cuerpo juega un rol que va directamente relacionado con el sexo de las personas. Esta noción tan arraigada socialmente, en el medio de la danza se ha experimentado y perpetuado por siglos, dejando en claro que las mujeres deben moverse y ser de una manera y los hombres de otra, todo en perfecta coherencia con los patrones culturales imperantes.

A pesar de las diversas contestaciones emanadas por parte de coreógrafos/as e intérpretes a lo largo de la historia de la danza y a pesar del desarrollo y evolución de las técnicas y de su pedagogía, ésta continúa asociándose a las puntas, al tutú y a una silueta fantasmal de una mujer casi inexistente.

Cuesta romper con los viejos paradigmas, y por eso quienes nos dedicamos a la pedagogía en danza en el medio escolar sabemos que, por lo general, nuestros cursos estarán compuestos principalmente por alumnas aun cuando las clases estén pensadas para todos los estudiantes y sean inclusivas, de exploración, sensibilización y autoconocimiento en pos de un aprendizaje global de la danza.

Por supuesto que este aprendizaje no está exento de contenidos específicos propios de las técnicas y sus estilos metodológicos, pero convengamos en que la educación que promovemos en los establecimientos educacionales busca entre otros aspectos, desarrollar habilidades corporales propias en el área, potenciar el gusto por el arte de la danza y sobre todo brindar, a quien la experimente, la posibilidad de enriquecer su forma de ver y habitar el mundo.

En el ámbito escolar, este tipo de objetivos es transversal a todas las áreas de la danza. Nuestra obligación en tanto educadores, es transmitir su riqueza y alejarnos de imágenes construidas en base a patrones o modelos preestablecidos. En los tiempos que corren, requerimos ampliar el enfoque de nuestra profesión y volver su enseñanza más inclusiva.

Lo femenino y lo masculino, escribe Margarita Tortajada Quiroz, «son construcciones y simbolizaciones sociales y culturales realizadas a partir de la diferencia biológica de hombres y mujeres. Esa división genérica abarca a las personas y sus conductas objetiva y subjetiva, así como a todos los ámbitos de la vida y actividades. Según un conjunto de prácticas, ideas, discursos y representaciones sociales se establece lo que es “propio” de cada sexo y se determina la supuesta superioridad de uno sobre el otro. Este proceso estructura psíquicamente al sujeto, modifica su imaginario y determina su manera de vivir el propio género y de percibir al opuesto», añade citando a Marta Lamas para concluir apoyándose en Bourdieu: «Los hombres, en tanto sujetos y “forma acabada de la humanidad”, se identifican con cualidades como poder, fuerza, inteligencia, acción y lógica; su contraparte se ha definido como objetos: mujeres sumisas, débiles, delicadas, emocionales, pasivas e irracionales».

El ballet clásico ha sido la mejor expresión de esta caracterización. El hombre es siempre dominante y poderoso, su vestuario acentúa sus atributos masculinos, se muestra fuerte y claramente heterosexual. La mujer en cambio permanece liviana y etérea, desposeída de fuerza, desprovista de formas exuberantes, virginal, siempre dominada, pasiva, dispuesta para ser admirada, observada y deseada.

Durante el período del ballet romántico, en el siglo XIX, aunque la mujer continuó interpretando los mismos roles, tomó preponderancia como centro escénico indiscutible desplazando al hombre y relegándolo a acompañante y punto de apoyo o «tercera pierna». Como nunca antes predominó como criterio que la bailarina debía ser bella y el ballet esencialmente sensual. La imagen de la mujer fue idealizada a través de la ballerina y nunca representada por medio de la experiencia real de la intérprete que está sobre el foro. Se crea la ilusión de una fantasía.

En estos roles no había espacio para la ambigüedad, y aunque podría pensarse que se trataba tan solo de una interpretación, observamos que en la historia del ballet su repertorio ha sido reacio a los cambios y variaciones de estilo, y en cambio su imagen ha calado hondo en el imaginario del gran público, mucho más de lo que cualquier obra contemporánea ha conseguido hasta hoy.

No, no se trataba de una interpretación, también se estaba representando una forma de mirar el mundo donde no solo eran moldeados la mujer y el hombre, sino también todas aquellas personas que «escapaban» a una identificación «genérica clásica».

Aun así, es innegable que el mundo de la danza evolucionó. Si en Rusia Nijinsky fue más allá de las convenciones con propuestas artísticas que impulsaron el desarrollo del ballet, en Estados Unidos mujeres como Loie Fuller, Isadora Duncan y Ruth St Denis optaron por una danza que cambió por completo el cuerpo y la imagen de las mujeres. A ellas les seguiría la primera generación de la danza moderna entre las que se encontraban Doris Humphrey y Martha Graham, que no solo romperían con el ballet clásico, sino que conquistarían su autonomía en tanto maestras, creadoras, coreógrafas, directoras y empresarias, además de establecer otras formas de relación y conciencia corporal, apropiándose de sus cuerpos en tanto instrumento de expresión y libertad.

Gracias a esta generación se removieron los estereotipos y las reglas inamovibles, también se sucedieron diversos grupos modernos y postmodernos que continuaron y profundizaron los estudios del cuerpo y del análisis del movimiento hasta llegar al contemporáneo actual y las prácticas somáticas.

Este recorrido que aquí solo me permito enunciar, fue abriendo puertas a distintas reivindicaciones en el plano corporal, sin embargo, persiste una nebulosa respecto a cómo deben abordarse las construcciones de género en un arte tan categorizado como el nuestro.

Les Ballets Trockadero de Monte Carlo, compuesto por un cuerpo de baile íntegramente masculino, optaron por la parodia; haciendo uso de una técnica académica muy depurada, se dedican a ironizar el repertorio del ballet clásico, interpretando ellos mismos tanto los roles masculinos como femeninos de cada obra. Con un mayor despliegue en la puesta en escena y menos ironía, el coreógrafo Matthew Bourne en su versión de El lago de los cisnes optó por instalar un cuerpo de baile masculino donde originalmente era femenino.

Pero observando estos ejemplos cabe preguntarnos si ellos se salen realmente del discurso tradicional y consiguen romper con los estereotipos que se han construido en torno al género. Porque una cosa es que en la danza participen de diversas maneras cada vez más hombre y mujeres, y otra muy distinta es lograr que ella no esté centrada en fortalecer identidades de género específicas. Este aspecto es optativo al momento de proponer un montaje coreográfico, pero en la formación en el ámbito escolar, es una prioridad.

En tanto profesores de danza nuestra responsabilidad es promover un aprendizaje sensible que permita a los estudiantes ampliar la gama de sus movimientos y cualidades.

¿Cómo trabajar en esta línea?

Consuelo Pacheco nos decía en un artículo anterior que la emoción era el alimento del músculo y que por esta razón era muy importante generar espacios de confianza, espacios seguros que faciliten el auto-conocimiento para poder abordar el movimiento desde lo que somos. Al referirnos a «lo que somos», estamos lejos de interpretaciones racionales y más cerca de la línea de la investigación personal o de experimentación. Vivenciar las posibilidades corporales sin etiquetas ni modelos, conectados con el propio cuerpo y relacionados con el entorno no solo facilitará ese proceso, sino que brindará a nuestros estudiantes la capacidad de matizar, regular y redirigir sus intenciones y energías.El Guillatún

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