El Guillatún

Insistir en no olvidar / Danzar para recordar

Pampa

Pampa. Foto: Fabián Cambero

Este septiembre, al menos hasta la primera quincena y ya desde principios de este año, el tema que ha persistido con fuerza y recurrencia, es el de la memoria, particularmente de la memoria histórica que refiere al recuerdo de los trágicos hechos que se desencadenaron en Chile a partir del golpe de 1973. Desde los sectores sociales en general, el político y artístico en particular, se ha pretendido desde diversas aristas, dar cuenta de este ejercicio necesario de recordar. Volver sobre aquellos acontecimientos que han dejado una huella indeleble en nuestra manera de ser y estar en este país, de relacionarnos, e intentar construir un presente que nos permita convivir con ese dolor y esa fractura que hoy varias generaciones compartimos, es una necesidad y una responsabilidad social.

Sabemos ya que para algunos este es un tema que sólo nos hace mirar hacia un pasado que debiésemos olvidar, pero otros, insistimos en la necesidad imperiosa de mirar el pasado, con el fin de que éste nos permita entender los acontecimientos, lo que se hace muy difícil a la hora de pensar en los asesinatos, desapariciones, tortura y traición que sufrió un gran sector de nuestro país. No se puede olvidar, no se debe olvidar, porque sólo la justicia respecto de estos hechos hará posible algún día, quizás, construir un presente justo que nos devuelva a nuestros cuerpos, la sensibilidad y autonomía necesarias para relacionarnos en un contexto diverso.

El cuerpo, es la materia prima de la danza, y es en aquel cuerpo en acción donde se despliega nuestra memoria a ratos de modo fragmentario y otras de manera consistente en cuanto a la forma de establecer un discurso político y artístico que quiere dar cuenta de los sucesos traumáticos que han marcado nuestra historia. En tal sentido es que desde la danza y otras formas artísticas se ha trabajado por hacernos conscientes y sensibles en contra de aquellos cuerpos anestesiados que sólo reproducen un discurso hegemónico, situándose en la repetición permanente de lo mismo como conformidad respecto de una historia en la que parece no conviene escarbar.

En el año 2003, con ocasión de los 30 años del golpe militar, el Colectivo de Arte La vitrina montó la obra Carne de Cañón, instalando en el medio de la danza contemporánea, una manera particular de encarnar los acontecimientos en sus cuerpos y puesta en escena. Sin duda, fue una obra impactante en la que este grupo de artistas logró consolidar un lenguaje que venía trabajando hace más de 10 años, en el que los modos de representar e interpretar fueron un referente para un sector importante de los jóvenes bailarines y creadores de esa época, produciendo así mismo, resonancia entre sus pares.

La obra muestra, entre otras cosas, las contradicciones en las que incurre una sociedad que percibe toda transformación como una amenaza, frente a la cual el poder reacciona ferozmente contra los más débiles, convenciendo incluso a algunos de ellos que tal transformación es imposible.

Los cuerpos de los intérpretes, así como de los músicos que en ocasiones también danzan, dan cuenta de esto a través de la versatilidad interpretativa, conduciéndonos a los espectadores a transitar por diversos estados emocionales y anímicos, muchos de ellos contradictorios que nos hacen sentir en carne propia, aquello que aconteció.

10 años más tarde, y con ocasión de la conmemoración de los 40 años del golpe, la obra ha sido remontada tal cual fue creada en el 2003, mostrándonos que ni las heridas, ni el horror, han sido sanadas a pesar de las «políticas de reparación» y de las «políticas de la memoria», las que se instalan bajo un formato oficial que de alguna manera ha dejado a la justicia en un segundo plano.

Esos cuerpos danzantes nos hacen recordar y nos interpelan a no olvidar. Incluso abren el cuerpo del espectador que al final de cada función comparte sus experiencias públicamente, muchas de ellas silentes y guardadas en lo más íntimo de quienes las expresan, y que parecieran haber quedado atrapadas durante muchos años para quienes pasaron por esta traumática experiencia, convirtiéndose la obra en un disparador para las generaciones que lo vivieron en carne propia, y para las nuevas, un lugar de encuentro con un pasado que ha intentado ser borrado a la fuerza.

Carne de Cañón es una obra vigente que sigue interpelando el valor de no olvidar y que debiese ser vista por muchos más espectadores, sobre todo por los jóvenes estudiantes que han tenido acceso parcial a este pasado que nos ha marcado a todos como sociedad de manera directa o indirecta.

En un registro paralelo, y desde otro lugar, quiero citar la obra recientemente estrenada en el Ciclo de Danza de la Sala Arrau (agosto 2013), organizado por el Área de Danza del CNCA, Pampa, de la intérprete y creadora Carolina Cifras.

Esta puesta en escena, nos remite al presente de un estado actual de cosas que devienen de un pasado que ha corroído nuestra cultura y nuestros cuerpos.

A partir de la representación de lo que podría entenderse como una memoria de «corto plazo» que se expresa en la memoria del cuerpo de la intérprete, va dando cuenta de la decadencia del tiempo presente, permitiéndonos ver la facilidad con la que caemos en el olvido, instalándose entre nosotros esta especie de amnesia que nos vuelve inconscientes y a la deriva. Se muestra aquí, que nuestra cultura asume los hechos que arrancan de mucho tiempo atrás y que consumen esta decadencia como una cuestión casi natural.

Pampa nos muestra el vacío social, que a través de la construcción de un espejismo que quiere hacernos creer que todo ha sido transformado y construido por el neoliberalismo como lo único posible, pero a fin de cuentas, no hay nada.

Carolina Cifras, a través de esta segunda puesta en escena como creadora —la primera fue 2010— insiste en reflexionar acerca de esta sociedad chilena que desde su percepción y sentir, decae producto de su pasado e influencias.

Entonces, la pregunta que surge al evocar estas dos obras de registro distinto, es, de qué manera poder superar las fracturas y heridas del pasado, y para ello es necesario dejar de entender nuestra historia como algo que devino naturalmente, anestesiando los cuerpos y las conciencias. Por ello es que ahora, a 40 años de la violenta transformación que sufrió nuestro país, se sigue volviendo imperioso huir de la facilidad del olvido, ejercicio necesario que tanto Carne de Cañón como Pampa, a través de la danza, realizan de manera honesta, incisiva e insistente.El Guillatún


Carne de cañón. Foto: Fabián Cambero
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