El Guillatún

Identidad en movimiento, desafío de la danza

Álvaro Salinas y Andrés Millalonco

Álvaro Salinas y Andrés Millalonco. Fotos: Dagoberto Inostroza, Gabriel Orellana, Matías Libeer, Rodrigo Farah

Algunos temas nos rondan con insistencia, tropezamos con ellos continuamente, nos sorprenden a la vuelta de cada esquina en forma de texto, de imagen o charlas informales. En el pasado asociaba este fenómeno con la casualidad, pero hoy sé bien que hay cosas que una busca porque forman parte de grandes cuestionamientos, esos que nos acompañan de por vida. Lo maravilloso es encontrar a otras personas que siguiendo esa misma línea de pensamiento y haciéndose preguntas similares son capaces de crear al tiempo que encuentran respuestas.

En mi caso, aparece una y otra vez todo lo relacionado con la identidad. El tema es sin duda complejo ya que estarán de acuerdo con que es difícil concebir lo identitario como algo estático o como una simple suma de características.

Hace poco se estrenó en nuestro país el documental Genoveva de Paola Castillo Villagrán. Esta cinta, una obra autobiográfica, da cuenta de la búsqueda de los orígenes de esta directora chilena, a través de la única foto que posee de su bisabuela materna, quien podría haber sido mapuche. Este hecho, completamente invisibilizado al interior de la familia, se vuelve el motor de una investigación exhaustiva, que durante ocho años la llevan a construir una imagen que no es una sino todas aquellas que nos llegan desde la historia, los medios de comunicación y la cultura nacional. Según la propia realizadora, aunque la estructura de este trabajo es una búsqueda familiar, en realidad es una excusa para hablar de nuestra relación con el mundo indígena.

«Y entonces recordé…», suena la voz de Paola en el documental y como si de una invitación se tratara, todos recordamos experiencias personales, anécdotas o cosas que hemos escuchado. Las imágenes se superponen inagotables. Al instante pensé en compañeros(as) de profesión, preguntándome acerca de cómo nos relacionamos desde la danza con lo originario y con nuestro patrimonio cultural.

Me falta tiempo para pensar en todas las personas que debiera entrevistar, por eso, me remitiré solo a la experiencia de dos personas, quienes insertas en compañías de danza y en la enseñanza de la misma, se encuentran hoy sumergidas en la construcción de identidades.

Andrés Millalonco Pincheira: la libertad de elegir

Parecía inevitable, debía preguntar por sus apellidos, pero durante el corto tiempo que compartimos como estudiantes de danza, jamás me atreví a hacerlo. Quizás, el respeto que decimos sentir por el otro, no es sino prejuicio o temor a herir susceptibilidades. En este caso, nada estaba más lejos de ello; sin asomo de complejos y con mucha mayor claridad que la que tenía siendo más joven, admite, Andrés responde a todas mis preguntas.

¿Que si ha experimentado en carne propia la diferencia? Por supuesto, sobre todo porque reconoció tempranamente su homosexualidad. A eso se sumó haber estudiado en un colegio inglés y ser más moreno que el resto de sus compañeros. Imagino que su apellido Millalonco no hacía más que confirmar el origen de sus características físicas.

Sin embargo creció sintiéndose libre, libre de jugar como quería, libre de bailar, libre de no verse obligado «a ser el macho recio, hediondo» que respondiera a los cánones familiares. Eso se lo agradece a su madre, y aunque ella nunca le ocultó la legitimidad de su apellido mapuche, de ser hijo y nieto de mapuches, esto no fue un tema de interés para él hasta su ingreso a la universidad. El entorno le hizo sentir la necesidad de indagar más sobre ese mundo y su cosmovisión.

«Soy alguien muy concreto. Lo que no tengo, es lo que no necesito, al menos así lo pensaba y ha sido gracias a mis amigos que me he interesado por esa otra parte, porque fuera del significado de mi apellido paterno [cabeza de oro en mapudungun], yo no sabía nada. Esto lo hago por mí mismo, busco lo emocional imaginario a través de mi historia mapuche. En ella busco también mi energía masculina. Quiero develar lo que soy y lo que quiero, develar de dónde vengo».

«Cuando viajamos con la compañía [Danza en Cruz] a México, nos relacionamos con el mundo indígena y con ello creció la necesidad de saber más y de comunicarlo. Creo que al indagar sobre lo que soy, voy descubriendo también lo que puedo hacer en la danza al margen de lo que me impongan por trabajo, en un entrenamiento o en una composición».

Quienes hemos disfrutado de sus intervenciones como bailarín, sabemos que uno de los aspectos que caracteriza su movimiento es la relación de suspensión que logra establecer entre éste y su cuerpo. Andrés es capaz de dar fuerza e ímpetu a su interpretación al tiempo que levita sobre la escena. En Fragmentos de un Gavilán, de la Compañía Danza en Cruz, pude verlo este año en acción y con claridad percibir que dejaba su alma y su carne en la danza, haciendo acopio de una enorme potencia sin que decayese o bajase su energía. Hay algo en él de suspensión perpetua en todos los sentidos. Pienso en ello cuando me dice que está buscando la conexión con la tierra.

«Estoy acostumbrado a que me digan que soy muy aéreo y quiero encontrar esa comunión con la naturaleza que se asocia al mundo mapuche, con la tierra y lo natural. Estoy creando en torno a ello». Me explica que le gusta trabajar con cualidades innatas, que valora la capacidad de bailar desde lo que se tiene, desde lo que se es. Destaca su necesidad de incidir en nuestro mundo y desde la danza. Creo que ya no podrá concebir el separar los temas que hoy forman parte de su identidad. «Reconozco en mí aspectos que se asocian al mapuche, no solo están mis rasgos físicos, también lo noto en comportamientos que se traducen en constantes estados de alerta». ¿Y cómo te sientes respecto a esa identidad mapuche? «Siempre supe que era gay, desde los cinco años he podido elegir y hacer lo que deseo. Estoy aprendiendo Mapudungun y me gusta poder decir soy gay, soy mapuche y… ¿qué más soy?» Vas integrando, ¿la identidad sigue activa y móvil? —le pregunto. Me responde rotundo «¡Si!».

Álvaro Salinas Rebolledo: compromiso y pasión en acción

En el marco de un seminario de investigación sobre educación en derechos humanos, me llevé la grata sorpresa de verlo programado junto a la bailarina Lissette Schwerter, con la ponencia Pertinencia cultural como derecho en los procesos de aprendizaje en artes. A través de ella compartieron las experiencias vividas en Camiña en el marco de las Comitivas Culturales (proyecto asignado por el Servicio País Cultura).

Esta iniciativa, llevada a cabo junto a los músicos Héctor Garcés y William Aravena, tenía como objetivo principal propiciar en la comunidad el rescate de su propia cultura y al mismo tiempo abordar las nociones de identidad, patrimonio cultural e interculturalidad. Por eso, además de enfocarse en que reconocieran sus propias danzas tradicionales como el Huayno o la Cacharpaya, entregaron nuevas herramientas corporales a través de la danza contemporánea que pudieran ser integradas a lo tradicional, respetando siempre la cosmovisión de la zona.

En el ámbito musical, trabajaron en relación al mundo andino para introducir el estudio de la música. «Allí aprenden solo desde el hacer, son cultores; al entregarles información teórica pudieron entender cómo se hace la música», me explica Álvaro.

Hace un año fundó la Agrupación Sentires junto a un equipo de bailarines(as) y pedagogos(as). De carácter folklórico, ésta cuenta con un elenco principal y una escuela de danzas tradicionales dirigida a distintos grupos etáreos. Sobre ella me cuenta: «Nuestra misión es rescatar elementos tradicionales de diferentes culturas para traducirlos en una proyección escénica, siempre desde un sustento teórico y empírico. Con cada material que trabajamos procuramos ser delicados y cuidadosos para no trasgredir la tradición, pero con la plena conciencia de que una agrupación artística de carácter folklórico no tiene solo la labor de entregar danzas o músicas, sino también otros elementos que aparecen en la cosmovisión de cada cultura y que deben ser considerados».

Así queda expresado en Tapati Rapanui, obra de la agrupación que retrata una festividad Rapa Nui, donde una vez al año se elige la reina de la Tapati. «Es muy importante porque en ese momento la isla se divide en dos y cada bando apoya a una de las candidatas a reina. Tanto ellas como los grupos deben competir en pruebas artísticas y deportivas que sumarán puntaje para que una salga coronada reina».

La misma dedicación y meticulosidad se refleja al abordar otras técnicas del folklore y la cultura latinoamericana, al respecto relata: «En estos momentos estamos realizando un trabajo que tiene como objetivo principal llevar el cajón peruano al escenario. Desde ahí surge la idea de que no somos solo bailarines, somos intérpretes que también cantamos y ejecutamos. Tuvimos la suerte de vivir un proceso de aprendizaje junto al profesor Juan Carlos Puyó, gracias a quien pudimos construir nuestros propios cajones siguiendo un ritual ancestral que él aprendió en el norte de Perú. Desde ese lugar pudimos entender la percusión y la música para traducirla en el movimiento y tiene mucho sentido pues cuando nos sentamos en el cajón, al percutirlo y sentir su vibración es algo que luego vemos que se manifiesta en la danza misma».

Siguiendo la línea de su misión, la agrupación está sumergida en el estudio de la historia y los alcances de este instrumento en la cultura actual. «El cajón peruano no solo está presente en la música y las danzas afro peruanas, lo estamos viendo en las cuecas bravas, en las danzas colombianas, mexicanas, es decir, trasciende diferentes etnias».

Para este segundo semestre, preparan desde el lenguaje contemporáneo un proyecto vinculado con la cultura mapuche. Se inspira en el caso de las hermanas Quintreman, activistas que lucharon contra la expropiación de sus tierras en la zona donde luego se erigiría la central hidroeléctrica en el Alto del Bio-Bio. «Trabajar lo mapuche es siempre un acto político, por eso insisto en que Sentires no solo quiere mostrar lo tradicional sino también lo que acontece en el panorama actual y que es parte de nuestra cultura».

Tanta convicción me deja con la sensación de tener una tarea pendiente. Pienso que tal vez podemos comenzar por averiguar sobre nuestras historias personales, de manera de acercarnos a la comprensión de lo que somos al interior de una cultura. Así al menos, seremos responsables respecto a lo que transmitimos y sobre este punto, en el mundo de la danza, tanto intérpretes como pedagogas(os) tenemos sobrados espacios de incidencia.El Guillatún

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