El Guillatún

Problemas sociopolíticos mundiales: arte, danza y sensibilidad perdida

Monsturos

Monsturos. Foto: Claudia Soto

Vivimos en un mundo absolutamente acelerado, en el cual nos consume la maquinaria y nos perdemos, muchas veces, en un sin sentido en el que nuestras acciones quedan completamente desarticuladas. En ese devenir diario constante nos vemos enfrentados al acontecer mundial, el cual, muchas veces, es feroz. En África los niños mueren de hambre, en Latinoamérica hay redes organizadas de crimen, en el Medio Oriente la guerra no da tregua. ¿Cuántas personas están pasándolo pésimo en este preciso momento, en situaciones realmente insostenibles? Muchos habremos quedado conmovidos por el sin fin de bombardeos a la franja de Gaza en las últimas semanas; mucha gente sufriendo, muchos niños muertos y huérfanos. ¿Cuánta gente? Cada uno de ellos importa, cada muerte vale, cada pérdida se lleva una parte valiosa de esta existencia que todos compartimos. Ni 1000, ni 100, ni 1 deberían morir.

Si observamos el mundo nos enteraremos que esto no es un hecho aislado, que pasa en muchas partes y que ha sucedido muchas veces en el transcurso de la historia. ¿Qué nos lleva a los seres humanos a comportarnos así una y otra vez? ¿Por qué el olvido? ¿Por qué nos deja de importar? ¿Por qué no nos afecta? Pareciera que intentamos huir (sin duda porque es doloroso), pero esto no es posible, no podemos no enterarnos, vivimos en un mundo completamente globalizado, en el cual, tarde o temprano, queramos o no, nos enteraremos del acontecer mundial. ¿Qué hacemos entonces que contribuya a este mundo? ¿Qué hemos hecho o podemos hacer los artistas? ¿La danza como arte puede dar algún tipo de respuesta a este acontecer mundial? Tengo la intuición de que el arte sí tiene un rol fundamental dentro de lo que es el sistema actual.

El arte, al trabajar y tratar sobre lo sensible, lo emotivo y expresarse desde ese lugar, es capaz de tocar una parte del ser humano que se encuentra muchas veces olvidada y perdida dentro del ritmo de vida actual. No estamos acostumbrados a percibir y atender nuestras emociones (pues esto interrumpe el sistema acelerado híper-productivo), no hay tiempo para afectarse y para reflexionar, llevando ello a una dificultad enorme para abrir la propia capacidad de empatía con los demás (cuando se suicida alguien en el metro lo primero que le preocupa a no pocos es que llegará tarde al lugar donde iba y no que una persona acaba de terminar con su vida). ¿Tiene algo que decir el arte? ¿Tiene algo que decir la danza? Pienso que sí. El arte puede hacer que nos encontremos con nuestras emociones y, dentro de ellas, con la imprescindible capacidad de empatía. El arte es capaz de tocarnos en lo sensible y hacernos pensar. Nos invita a detenernos un segundo y contemplar. ¿Quién no ha tenido esta experiencia con una buena película, con una pintura, con la música, con una escultura, con una obra de teatro, o también, con alguna obra de danza? El arte es el camino para encontrarnos con nuestra sensibilidad perdida.

Ahora bien, cabe preguntarse, ¿salvamos con el arte a las personas que en este mismo momento están sufriendo y muriendo? Un grupo de médicos chilenos viajará a Gaza para ayudar a rehabilitar a los más de 10.000 heridos que han dejado los bombardeos. ¿Se le está pidiendo lo mismo al arte (y a los artistas)? Por supuesto que no, cada disciplina debe cumplir con su tarea propia. Algunas versarán sobre lo más inmediato y urgente y otras se encargarán de contribuir a la formación del tipo de humano que es capaz de preocuparse más allá de su círculo cercano (como el ejemplar caso de estos médicos). Así entonces, la misión propia del arte en este ámbito es abrir la sensibilidad, la no indiferencia. Apunta a la formación de un ser humano integral no desvinculado del mundo y de la humanidad completa a la que pertenece. Esta idea no es ninguna novedad (lo que no quita su relevancia y que deba ser recordada), hace varios siglos ya lo señalaba el filósofo y poeta alemán Friedrich Schiller, quien destacó la fundamental tarea del arte y de la belleza en la inclusión del sentimiento y lo sensible como garantía para el cumplimiento de los ideales que, muchas veces, aunque pensados y reconocidos, se hallan presos de la apatía.

…Si resisto a la tentación y antepongo la belleza a la libertad, creo que puedo hallar disculpa, no sólo en mi afición personal, sino en los principios que justifican esa preferencia. Espero persuadirlos de que esa materia no es tan ajena a las necesidades como al gusto del siglo; y aun más: que para resolver en la experiencia el problema político, se precisa tomar el camino estético, porque a la libertad se llega por la belleza.
—Friedrich Schiller, La educación estética del hombre

El arte abre la sensibilidad del ser humano para permitirle garantizar el cumplimiento de los ideales que puede proponerse desde su libertad. En el caso que intento plantear, el ideal o valor a proponerse y realizar es el de la no indiferencia, es decir, la empatía y la preocupación por los demás y toda la humanidad.

¿Qué hacer y qué se ha hecho en arte para abrir esta sensibilidad? En el cine, por ejemplo, muchas películas hablan de problemas políticos y sociales tanto de forma directa como desde la vida cotidiana de quienes se encuentran envueltos en ellos. Esto facilita que nos conectemos con una parte diferente a la habitual de la que vivimos nosotros mismos en nuestras atareadas ocupaciones y que nos sensibilicemos con esos mismos contextos o acontecimientos para tomar conciencia de lo que significan. En la película La lista de Schindler se hace evidente el cambio que experimenta el protagonista desde el no involucrarse ni importarle lo que se hacía con los presos en los campos de concentración a tomarle el peso de lo que significaba cada vida y lamentarse por cada ser humano y cada existencia que no había podido salvar (y sin embargo, quienes son salvados por él le responden «quien salva una vida, salva al mundo entero»). De forma similar puede suceder con otras formas del arte (poesía, música, pintura, etc.) tocando de diferentes maneras a distintas personas y dando distintos énfasis según su propia historia, gusto o afinidad. Las obras de arte, mostrando situaciones, contextos, imágenes, sonoridades, colores, movimientos, pueden invitar a conectarnos con esa sensibilidad perdida, para que desde ahí podamos hacer un quiebre en nuestro cotidiano vivir y vincularnos con valores o ideales que nos unan como seres humanos y que nos conduzcan a hacer de este mundo un mejor lugar para todos. Esto podrá sonar utópico a algunos, pero las utopías y los ideales nos recuerdan justamente hacia dónde debemos encaminarnos y avanzar.

Respecto al caso particular de la danza, debe reconocerse su tremendo potencial: el movimiento del cuerpo humano es algo que todos poseemos y desde el cual todos vivimos nuestras experiencias. El cuerpo es una realidad maravillosa, en él se aloja la emotividad y la sensibilidad. El movimiento genera una apertura hacia esas emociones, hacia esa memoria corporal, hacia gran parte de nuestra vida y nuestra experiencia. La danza puede hacer una exploración enorme en ese lenguaje y comunicar aquello que no puede ser dicho —justamente aquello que se siente— aquello que no estamos acostumbrados a prestar atención. El cuerpo es una experiencia común a todos nosotros y gracias a ello podemos hacer múltiples alusiones que nos conecten con la realidad común que tenemos con los demás. El cuerpo tiene la ventaja de recordarnos que somos todos seres humanos, y por ello todos iguales pero diferentes a la vez, todos valiosos e importantes dentro de este mundo. Es mediante el cuerpo humano que podemos hacer todo lo que hacemos, y aunque pareciera que la tecnología borra esto cada vez más, aún la vivencia corporal es fundamental en nuestra existencia. Es para todos diferente e intransferible, y sin embargo para todos, es un universo común. Al poner ese cuerpo en movimiento, movilizamos nuestra historia, reaparecen nuestras experiencias, emociones y las vivencias que se alojan en él. Al movilizar nuestro cuerpo accedemos a otra realidad, a otra faceta de la existencia. De la misma forma, cuando vemos a otro cuerpo en movimiento, no es raro que nos intrigue, nos atrape y que de cierta manera nos cautive. Lo seguimos con la mirada y muchas veces sin estarnos moviendo nosotros mismos físicamente nos movilizamos de manera interna, siguiendo y estando con ese cuerpo. Estas experiencias, tanto para el que observa como para el que se mueve, nos abren y muestran nuestra sensibilidad, nos conectan con eso que no estamos acostumbrados a escuchar y percibir de nosotros. La danza, el cuerpo en movimiento, parece ser un vehículo directo a nuestras emociones y también a aquella sensibilidad perdida. Casos de obras en esta línea no faltan por nombrar. En la obra Monsturos de Isabel Plaza el movimiento del cuerpo, las miradas, las relaciones que se crean entre las intérpretes, nos muestran íntegramente cómo el ser humano es capaz de perder la empatía con sus semejantes para llevarlos a dominar, controlar e inclusive maltratar al otro. Muestra cómo el ser humano puede llegar a transformarse en una especie de monstruo y olvidar completamente el sentir su entorno y sus semejantes propiamente.

En suma, frente al olvido, la indiferencia y el individualismo en el que vivimos actualmente, hace falta promover una sensibilidad de preocupación por los demás y la humanidad completa. Hace falta atención a los sucesos del mundo y aprender a mirar más allá de nuestra realidad inmediata. Hace falta, no pensar en los seres humanos como números que mueren o viven azarosamente (por allá lejos, en otro continente), pues cada vida importa, cada ser humano es valioso. Todo esto lo olvidamos, producto del sistema actual en el que vivimos, en el cual todo es desechable —incluso las personas— con el ejemplo feroz de la guerra, pero además también en la vida común y corriente donde muchos funcionan así, tratando a los seres humanos como meros instrumentos, como meras cosas. Hay algo de la humanidad que se ha perdido, que se ha olvidado y tiene relación con su parte sentimental orientada a la capacidad de unirse y acercarse a los otros y a las situaciones que les toca vivir. Hace falta una sensibilidad que recuerde su ser como un ser humano capaz de vincularse a la humanidad, reconociendo y valorando a cada individuo en particular. El arte y la danza tienen aquí, si bien quizás no la única, sí una misión fundamental: reencontrarnos con nuestra sensibilidad perdida.El Guillatún

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