El Guillatún

Danza perceptiva: reaparece lo que está

Danza perceptiva

Foto: Camila Castro

Estoy acostada en el suelo en una sala amplia junto a un grupo de personas. La primera indicación es solamente sentir cómo está el cuerpo, pequeño como un punto, grande, pesado. Me siento entre medio de estas descripciones, no tan pequeña, no tan grande, algunas partes más pesadas que otras y algo adormilada. Empiezan a dar más premisas: percibir las zonas que se apoyan en el suelo, cuáles no, atención a la respiración, empujar, cambiar de posiciones, cambiar los niveles. En ese transitar de preguntas al cuerpo aparecen más elementos en mí, estoy más activada. Se genera una especie de danza, están todos moviéndose, se nota un grado de intensión y presencia cuando me cruzo con alguien. El aire me escanea, la temperatura sube, me atrevo a probar lo que va saliendo de esa atención, propia y compartida, aparecen miradas, diálogos, insinuaciones como punto de partida a la improvisación.

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¿Cómo estamos presentes a la hora de hacer danza en las clases, al presentar una obra, al compartir una improvisación? La percepción es un elemento que está impregnado en esta acción, ¿hasta dónde la ocupamos, qué de lo que tengo o hay fuera me pierdo? Sin duda, el cuerpo hace sin preguntarse tanto, sin embargo, si ponemos atención en ello se puede hacer una danza más completa. Nuestro cuerpo en su biología y biografía, está constantemente recibiendo y entregando señales, unas más conscientes que otras.

Importante es la percepción, tanto del cuerpo «biológico» como «biográfico» en la danza, es decir, desarrollar la conciencia corporal de la mano con ir reconociendo lo que deja en nosotros las experiencias, los recuerdos y el ahora. De esta manera estamos presentes de una manera más completa. Al hacer una danza más consciente existen más probabilidades de crear lenguaje, relaciones y vínculos con lo que nos rodea, generar algo más verdadero.

La capacidad de unir estos dos ámbitos es fundamental, se va compenetrando lo que se puede realizar dentro del espacio de las técnicas que se enseñan, corporalidades específicas que funcionan de una manera determinada con lo nuevo que cada uno tiene, que conforma lenguaje, hasta llegar a producir identidad. La particularidad de quien danza es un aporte, que puesto en relación con una técnica específica o combinación y mezcla de lenguajes lleva a reinventar ese espacio que compartimos desde un lugar muchas veces cómodo, sin preguntarnos tanto, sino que más bien estando por allí, por acá.

¿De qué forma estamos presentes? Ese es el punto a tratar, porque en general cuando una actividad se vuelve cotidiana se hace sin pensar mucho, viviendo casi por inercia o costumbre el día a día. Focalizar nuestra atención, estar presentes de verdad en cualquier actividad que hacemos, la transforma; es ahí donde surge algo, donde podemos reflexionar y muchas veces conectarnos con algo que no vimos, que estaba ahí, pero sin que alguien lo dotara de sentido.

La simple acción de caminar puede tener muchos matices y pasar de algo cotidiano y repetitivo a un mundo por vivenciar. Durante semanas caminé una hora para llegar hasta mi casa, pasando por la Alameda, a todas horas muy transitada, y por avenidas con bastante ruido de autos. Generalmente pensaba y detestaba lo lleno que estaba, el acelerado ritmo que la mayoría lleva, las bocinas de los autos, y muchas veces lo agresivo de algunos. Decidí cambiar el foco de mi trayecto y empecé a jugar buscando los espacio vacíos, hasta donde podía caminar tras una persona, qué pulsos nuevos aparecen en esa caminata. Luego incorporé la bulla e intenté separarla, aparecieron conversaciones, palabras repetidas, historias y anécdotas, risas, consejos, cambios de voces, palabra sueltas. La hora de camino pareció ser mucho más corta y productiva gracias a que cobró sentido otro aspecto de ese trayecto repetido por días, mirarlo al revés y desentrañar los sonidos. Es similar a lo que se hace en la danza, en las improvisaciones cuando se está conectado con lo que pasa más que con lo que supongo que ocurre de una manera, por la costumbre de la repetición, o por hacer desde la forma.

El lenguaje crea realidad así como la realidad crea ese lenguaje. Se nutren los espacios, la danza que uno propone tiene de la experiencia y de lo externo. Está en el límite, o más bien jugando entre un lugar y otro, trayendo de la experiencia de lo que sentimos en el cuerpo, huesos, el peso, los recuerdos y lo que percibimos del otro que baila, lo que propone el espacio o los sonidos que están. Esto se da al abrir los sentidos, aquel lugar del que hablaba Merleau Ponty, en que el cuerpo «es constituyente tanto de la apertura perceptiva al mundo como de la “creación” de ese mundo». La percepción es una construcción del cuerpo, dotada también de la huella, de sus conocimientos y experiencias. Es decir la realidad se inventa a cada momento de acuerdo a lo que entiende y deja entenderse el cuerpo, de lo que se capta y entrega.

Esta creación de realidad en el presente, con el cuerpo muy concretamente, se puede ver en la improvisación en danza. Es el momento en que se despliega efectivamente lo que hablamos, donde la percepción tiene que estar abierta para poder dialogar y relacionarse con otros (personas, espacio, con una música, en una conversación, etc.). Hay una intención y disposición para que ocurra algo, hay una escucha de esa realidad y una transformación de la misma a través del lenguaje, de la conjunción de las técnicas que son herramientas comunes y del cuerpo biográfico, social, de quien está participando.

Si estamos presentes en la sensación propia, es mucho más evidente para el otro lo que está ocurriendo, se hace visible y se abre un camino de posible conversación. La conciencia del cuerpo permite que haya un diálogo con más confianza, como en el caso del «contacto» que la escucha en cada pequeño instante es necesaria, ejemplo de la importancia de la impresión que hacen nuestros sentidos y de los caminos que se pueden abrir si se está dispuesto a ocupar esa atención.

Quedarse dormido, esperar o despertar y hacer. Sentirse y sentir. Bailar con los ojos cerrados en la pieza y bailar con el otro, todo va de la mano, ese intermedio en que se está con uno pero que se es capaz de «salir» y entrar en relación. La danza es eso, tiene esa necesidad de hacerse colectiva y creativa. No es magia, es percepción de uno y del otro en la que hay que trabajar. La creación se hace más fácil si nos entendemos, surge algo que no pasó desapercibido. Al bailar algo puede modificarse si es necesario sin tener que «parar y repetir», sino que por la escucha y cambio evidente de la situación. Escucharnos y salir. Escucharnos y acordar con la mirada, con el ritmo, con la respiración que es ahora cuando hay que hacer.

El arte tiene la capacidad de unirnos, de hacernos compartir y potenciar, lo que queramos, el deseo que emerja de cada grupo-espacio en que nos relacionemos. Vivir la danza desde el cuerpo concreto (huesos, dolores o lesiones, peso, músculos, líquidos) en conjunto con lo que cada uno tiene (historia, pensamientos, gustos y necesidades), le da fuerza, genera una danza más creativa, nos obliga amablemente a entrar en algo, nos anima a encontrar y estar presentes, abrir la cabeza y desarmar algo de ahí dentro, ponerlo en movimiento.El Guillatún

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