El Guillatún

Sí, necesitamos más filantropía… pero antes debemos…

Arianna String Quartet

Arianna String Quartet. Foto: Princess Ruto (CC BY 2.0)

Durante las últimas semanas diversos artículos en la prensa han tocado el tema del financiamiento de la cultura y su relación con la filantropía. En muchos de ellos se señala la necesidad de que la filantropía se desarrolle en el país fomentando a que los privados aumenten su contribución a iniciativas de este tipo. Por esta razón, se señala con frecuencia como referente el modelo anglosajón, especialmente el estadounidense, donde la participación de privados es enorme y sostenida. Sin embargo, gran parte de los artículos, o las opiniones de músicos y gestores, no hacen hincapié en una serie de diferencias fundamentales entre ambos sistemas (el nuestro y el anglosajón), con las implicancias que éstas implican. Esto es fundamental, porque la participación de privados en Estados Unidos no guarda relación sólo con el hecho de dar dinero; va más allá, teniendo relación con participación en proyectos, roles del directorio, sistema tributario de fácil entendimiento, y misión/visión de las instituciones culturales.

La primera gran precaución que se debe tener es el hecho de que la colaboración de privados en Estados Unidos se da a todo nivel, y no sólo a nivel de grandes empresas o particulares que donan millones de dólares. Muchas organizaciones culturales utilizan la figura de la membrecía o de pequeñas donaciones anuales para establecer una base de financiamiento. Y el número no es menor. Pese a que es cierto que los donantes se clasifican posteriormente de acuerdo a la cantidad de su donación, también se debe señalar que aquellos que donan menos dinero también pueden sentirse parte de esos proyectos. Y aquí hay un eje fundamental. La organización cultural norteamericana exitosa trata de mantener una constante comunicación con sus donantes, contando de los éxitos, los proyectos y los futuros sueños. No sólo espera la colaboración económica, sino que también es consciente de que debe mantener la donación en el tiempo de ese particular o privado. E incluso más; algunas organizaciones basan su funcionamiento en la donaciones pequeñas, pero masivas. Los aportes grandilocuentes son aquellos que aparecen en la prensa o en las páginas web de la institución con un título destacado; pero los otros son los que ayudan a dar sustentabilidad. Por lo tanto la pregunta que se debe hacer es la siguiente: ¿es posible en Chile implementar estas prácticas? ¿Es lo que queremos? Si la respuesta es afirmativa, no sólo debe haber un énfasis en las implicancias tributarias, sino que también debe existir una profesionalización de los aparatos comunicativos y de recaudación de los profesionales de esa área.

Pero hay más. Gran parte de las donaciones financian, sobre todo, proyectos educativos de estas corporaciones culturales. En otras palabras, muchas de estas instituciones, además de producir y crear temporadas artísticas mantienen un fuerte componente educacional dentro de su matriz de financiamiento que simultáneamente hace que la institución sea aún más visible y que su contribución al entorno sea mayor. Un ejemplo en Chile es el Teatro del Lago, que además de su temporada artística internacional mantiene una fuerte presencia en iniciativas educacionales a través de la Casa Richter, seminarios, clases magistrales, etc. Y en este punto es donde muchas organizaciones estadounidenses reciben, además de apoyos privados, un gran número de aportes estatales. Por lo tanto, la afirmación de que el Estado en el mundo anglosajón no ayuda a financiar la cultura es equivocada. Quizás no fomenta o subvenciona de gran manera la producción misma, pero indirectamente contribuye notablemente al sector educacional. Esto puede ser a nivel de conservatorio (incluso privados) y sociedades sin fines de lucro, entre otros.

Por otro lado, el énfasis educacional es también importantísimo porque ayuda a definir también las implicancias geográficas que el proyecto debe tener. ¿El alcance es comunal, regional o nacional? Esto ayuda a definir el rol y la misión, y simultáneamente define los marcos de financiamiento al cual la organización debe optar. Pensemos nuevamente en Chile. ¿Están nuestras instituciones definidas en cuanto a sus audiencias, sus implicancias e impacto? ¿Son proyectos regionales o nacionales? Una vez que se define ese rol, ¿están cumpliendo con ese impacto?

En vista del párrafo anterior conviene preguntarse, ¿qué es lo que queremos financiar? ¿Producción, funcionamiento o proyectos educacionales? ¿Qué financia el Estado, qué financia el privado? ¿Es lo mismo que el Estado subvencione una ópera como La Traviata, una ópera de un compositor chileno, o una ópera de la segunda mitad del siglo XX? ¿Es importante que el Estado fomente una producción de igual manera en la región de Tarapacá o la región Metropolitana? No es lo mismo. Y la razón es que las posibilidades de acceso no son las mismas. Y como he señalado en muchos artículos anteriores, la desigualdad en el acceso es el problema fundamental en nuestro país. El arte en Chile no está en condiciones de ser visto aún como industria, ya que los montos que genera no alcanzan para eso. La cantidad de subvención que la producción artística necesita, aspecto que se ve reflejado en el monto que financian los Fondos de Cultura, confirman esta apreciación.

Al mismo tiempo emerge otra diferencia fundamental: la repercusión que el costo de la entrada tiene en el financiamiento de la producción de una obra artística y si es posible que se convierta en un real aporte, haciendo modelos de estimación para ver si un proyecto es factible o no. Y nuevamente tenemos una diferencia fundamental entre el mundo anglosajón y nuestro país. En Chile, muchos conciertos son realizados con entrada liberada. Independiente del sector, ésta es una práctica que puede ser contraproducente como lo señalamos anteriormente en un artículo. La entrada liberada puede ser una buena herramienta en el marco de una política expandida de desarrollo de audiencias, pero no por sí sola. Si a esto sumamos el hecho de que en muchas ocasiones los intérpretes están haciendo el concierto ad honorem, las implicancias negativas a futuro son mayores. Nuevamente, el sistema anglosajón utiliza la recaudación de entrada como una parte importantísima del financiamiento. Esto implica que las necesidades de alcanzar al mayor número de auditores sea fundamental, sobre todo en organizaciones independientes y no ligadas a universidades o escuelas de música. La sofisticación y profesionalización de las personas encargadas de la difusión no debe ser sólo hacer afiches y enviar mails; implica una redacción adecuada que interpele al lector; actualizaciones constantes de una información explícita y no hermética sobre el artista; y una necesidad de alcanzar al potencial espectador en su lugar de desenvolvimiento natural y no sólo el auditorio. En este último punto, implica la necesidad de encontrar nuevos escenarios y plataformas que lleven a los artistas a lo largo de la ciudad y no sólo en el recinto tradicional.

También las diferencias salariales entre un país y otro son distintas. Lo que un músico espera que se le pague en un concierto entre un lugar y otro son cantidades también disímiles. Por lo tanto, si efectivamente la filantropía es aquello que se quiere fomentar, debe pasar necesariamente por la aceptación de remuneraciones profesionales para los músicos, y no sólo como un porcentaje de las entradas.

Finalmente, tenemos, quizás, una de las diferencias fundamentales. El rol mismo del directorio, la elaboración de su función y su visión. En primer lugar, en las organizaciones norteamericanas exitosas el directorio es un cuerpo diverso y comprometido en el cual cada miembro cumple una función específica. Pero más aún, todos son responsables de generar y atraer nuevos donantes en forma directa o indirecta. ¿Es igual en Chile? ¿Qué rol cumplen los directorios en las organizaciones sin fines de lucro? En Estados Unidos, muchas veces existen dos tipos de directorios. Por un lado el directorio principal con gente de distintas áreas (arte, leyes, economía, etc.) que permite una variedad de visiones, contactos, y accesos a distintos medios y donantes. Por otro, el directorio artístico, que cuenta principalmente con artistas que asesoran o dan opiniones al directorio y al director ejecutivo. Simultáneamente, las organizaciones exitosas dan independencia a su director ejecutivo una vez que el directorio ha aprobado los planes anuales, dando confianza al proyecto.

Cabe señalar que la filantropía conlleva una tensión y un riesgo ante el cual se debe estar alerta. En ocasiones donantes entregan su dinero, implícitamente con la condición de tener mayor injerencia en ciertas direcciones artísticas de la organización. Y aquí es donde el directorio y el director ejecutivo velan por la sustentabilidad de organización, aún cuando signifique perder una donación. La misión, la visión y la transparencia están primero.

De lo anterior se desprende que el desarrollo de la filantropía en Chile no se puede dar simplemente a través de un impulso tributario. Simultáneamente debe hacerse patente la definición del modelo de financiamiento que se tiene en mente y qué es lo que se quiere financiar; en otras palabras la visión que queremos como país. Actualmente casi la totalidad de la producción está financiada por los fondos de cultura. Incluso en lugares prestigiosos a nivel cultural, los artistas son quienes elaboran los proyectos y los centros culturales ceden su espacio. Y el problema es que esto es precariedad; no puede ser que al final los artistas deban realizar todo el trabajo. El centro cultural debe también gestionar financiamiento, colaborar en la difusión y permitir que el artista incluso a través del caché pueda obtener un mínimo digno después del esfuerzo de preparar el concierto, la obra o la producción artística respectiva. Si el centro cultural es inflexible aferrándose a un porcentaje fijo desde el comienzo, el artista puede terminar perdiendo demasiado dinero.

Esto ha llevado a que los fondos sean estrujados por artistas individuales y todo tipo de instituciones, entidades que idealmente deberían contribuir desde sus propios fondos a financiar iniciativas culturales, y no descansar en los fondos de cultura para este propósito como señalé anteriormente. Si las iniciativas para organizar temporadas son sólo de los artistas, se resta regularidad y sustentabilidad en el tiempo. Eso debe parar y se debe redefinir el rol de estas instituciones. Si a todo eso sumamos un problema que debería ser abordado en otro artículo, que son las diferencias salariales entre nuestro país y el mundo anglosajón, el problema sería mayor. Por lo tanto, si efectivamente la filantropía es aquello que se quiere fomentar, debe pasar necesariamente por la aceptación de remuneraciones profesionales para los músicos, y no sólo como un porcentaje de las entradas.

Porque al final de todo esto, ¿qué es la filantropía? ¿Cuáles son las motivaciones? Por un lado está el sentido de trascendencia, el legado que una persona quiere dejar en el mundo; deseos de dejar su nombre inscrito en una institución que simultáneamente es trascendente por su actividad e impacto. Por otro lado, los deseos de «equiparar» o aumentar las oportunidades de otros; las ganas de que las personas tengan acceso al tesoro que el donante ha descubierto en un concierto, una obra de teatro, u otro lugar. También está la fuerte convicción de que la sociedad civil debe jugar su rol en el desarrollo del país; y quizás ésta es la razón por la que la filantropía es tan fuerte en el mundo anglosajón. Por otro lado, debemos hablar del sentido de pertenencia, en el cual los habitantes del país quieren ser parte de proyectos sustentables, a través de la donación económica y el voluntariado. Es por estas razones que se puede afirmar que las organizaciones de beneficencia en Chile juegan un rol filantrópico fundamental (distinto en la definición del concepto), y quizás, cuando se señala que no existe filantropía, bastaría con mirar estos ejemplos para darse cuenta que el foco en Chile ha estado históricamente en otro lado, sobre todo por la falta de oportunidades e inequidad que todavía existe.

Por todo lo expuesto anteriormente, el desarrollo de la filantropía implica al menos una revisión y una conversación de los siguientes puntos:

Sólo una vez que definamos estos puntos, estaremos en condiciones claras de ver cómo, cuándo, y cuánta filantropía necesita nuestro sistema. De la misma manera que muchos artistas gritan a los cuatro vientos que debemos desarrollar audiencias sin decir cómo lo hacemos, esperando que otra institución lo haga, es necesario que los llamados a la filantropía estén acompañados de una serie de definiciones anteriores sobre nuestro sistema y del rol de nuestras instituciones de formación musical, y de los artistas. Sólo en ese momento podremos dar el mensaje con claridad e invitar a más actores a colaborar en el objetivo de una misión y una visión común.El Guillatún

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