El Guillatún

¿Estamos haciendo lo suficiente?

Girls playing violoncello

Dos jóvenes hacen música en el Skopje Trade Center, en Macedonia. Foto: Marjan Lazarevski

¿Estamos haciendo lo suficiente para que la música clásica en Chile sea una actividad que se desarrolle a un alto nivel en todos sus aspectos? Es una pregunta que constantemente se presenta en conversaciones informales sobre todo cuando músicos chilenos lidian con problemas a nivel laboral. Grandes conciertos, grandes solistas, pero no el público suficiente. Esta frase se repite con demasiada frecuencia en universidades, salas de conciertos, teatros y otros lugares relacionados a la música clásica. Por otro lado, estudiantes recién egresados y músicos que se encuentran trabajando hace un tiempo señalan lo difícil que es vivir de la música clásica hoy en día, incluso si se encuentra algún tipo de trabajo estable.

No obstante, las dificultades que presenta la profesión musical no es algo propio de nuestro tiempo. En ocasiones se desconoce cuán difícil ha sido para grandes compositores e intérpretes el encontrar la forma de desarrollarse laboralmente acompañado de una retribución acorde a su esfuerzo. Sin embargo, la gran diferencia es que en la actualidad da la impresión que la música clásica y las instituciones no terminan de entender que la forma de ejercer nuestra labor es y debe ser diferente a como se entendía hace muchos años. Y es en este punto donde está la dicotomía, ya que gran parte de nuestras autoridades y profesores fueron formados y se han desarrollado en un mundo muy distinto al actual. Internet, baja audiencia, ausencia de sellos discográficos, carencia de puestos estables en orquestas, son elementos que definen nuestra realidad, por lo que está en nosotros decidir si estos son obstáculos u oportunidades. Por esta razón, son varias las aristas que pueden ser abordadas y la posibilidad de estar a distancia manteniendo contacto con el medio permite dar algunas ideas sobre de qué manera podemos innovar y qué prejuicios todavía existen. Y son cuatro las ideas que me gustaría describir en esta columna.

¿Son los músicos y otras manifestaciones artísticas competencias entre sí mismos? La primera impresión puede ser afirmativa, pero un análisis realizado con mayor profundidad permite concluir que éstas no compiten, sino que crean más audiencia para una disciplina específica. Por ejemplo, hace unos meses el director de un centro cultural afirmaba su felicidad de poder haber competido de buena manera con el GAM. Sin embargo, están ubicados en zonas distintas y responden a distintas audiencias. Por lo tanto, competir entre ellos no es la solución, ni debe ser un objetivo. De la misma manera, la Orquesta Sinfónica no compite con la Orquesta Filarmónica; apuntan a distintos públicos, por razones culturales, sociales y geográficas. Más aún, desde el punto de vista numérico aún queda mucho espacio para crecer dentro de la población de esta ciudad. En otras palabras, no es una actividad de suma cero, por lo menos no en este momento donde el margen de crecimiento es muy grande justamente por la falta de audiencia. Competir en este nivel es mezquino y sólo genera una perspectiva negativa a largo plazo.

Otro punto es la estructura de nuestros conservatorios y facultades de música que parecen estar anclados en el siglo XIX. En primer lugar, hay poca conexión con otras carreras o facultades. ¿Cuántos estudiantes de literatura, ingeniería pueden tomar cursos electivos o de formación general en las facultades artísticas? ¿Cuántos estudiantes tienen acceso a la información de actividades dentro de su misma institución? ¿Cuánta colaboración entre instituciones similares existe? ¿Están nuestros estudiantes de música preparados para un mundo global a través del manejo de idiomas? ¿Les damos esa posibilidad? ¿Saben nuestros estudiantes cómo funcionan las corporaciones sin fines de lucro? ¿Saben cómo redactar un proyecto? Todas estas preguntas quizás no puedan ser respondidas por la totalidad del cuerpo académico, pero sí deberían ser propuestas por los académicos más jóvenes; sin embargo nos encontramos aquí con otro problema.

Las facultades de música han sido las más lentas en crecer hacia los estándares de universidades de excelencia internacional en relación a la incorporación de académicos jóvenes que han realizado estudios en el extranjero. Porque seamos claros, la música clásica es global, y nuevas perspectivas son siempre necesarias y bienvenidas. Pero no son pocos los músicos chilenos que encuentran poco espacio para volver, aspecto que espero abordar en un próximo artículo. Los postgrados y la experiencia internacional no son amenazas para los músicos que se han quedado acá. Son incentivos, oportunidades y cuestionamientos que nos hacen avanzar. Es una forma de poner nuestra educación de pregrado a prueba, para ver qué estamos haciendo bien y qué estamos haciendo mal. De lo contrario, la posibilidad de estancamiento es peligrosamente probable y ya realidad en algunas disciplinas. Porque ya no es como antes; hoy en día hay mayores posibilidades de perfeccionamiento y financiamiento, por lo tanto éstas pueden y deben ser aprovechadas.

Y finalmente, se debe analizar un cambio en cómo realizamos conciertos, cómo los financiamos, cómo se remunera, y cómo se cuantifica la actividad del músico. En artículos previos he descrito como el uso indiscriminado del concepto de entrada liberada ha llevado a una dependencia excesiva de financiamiento de los fondos estatales. Y para muchos sorprenderá que conciertos con entrada liberada realizados por músicos profesionales en muchas ocasiones no implica una remuneración para ellos. Y esto debe cambiar. El cobrar entrada permite diversificar el financiamiento, da un valor a la manifestación misma e incentiva la difusión a todo nivel. Además, permite que auspiciadores se involucren en los proyectos al ver un trabajo en ambas direcciones. Y posibilita que la entrada liberada sea utilizada como un concepto serio enmarcado en estrategias de audiencia y equidad social, y no como práctica standard.

Porque se debe entender que los tiempos de grandes agencias, grandes honorarios ya no están y que nunca fueron una generalidad. Y el ejemplo existe. No son pocas las agrupaciones de cámara, orquestas, solistas que han entendido este cambio. Se han involucrado en la difusión de sus actividades, en la generación de audiencias y en la producción de sus actividades a través de todas las herramientas tecnológicas posibles, colaborando con teatros y centros culturales. Menos intermediarios y mayor control sobre sí mismos y su propuesta; incluso más transparencia. Y de la misma manera es necesario que salas de concierto y centros culturales entiendan este cambio y colaboren con los músicos. En palabras simples, que los arriendos, si es que existen, sean en consideración a la actividad, y que la difusión y producción se desarrolle de manera colaborativa, ya que todos los actores deben salir ganando para tener perspectivas a largo plazo.

Frente a la pregunta inicial, la respuesta es no; no estamos haciendo lo suficiente. Y lo que se ha expuesto anteriormente son sólo cuatro áreas posibles. Podríamos agregar educación musical escolar, periodismo y crítica cultural, entre muchas otras. Pero quizás lo más importante de todo lo dicho es entender que Chile es un país pequeño y que la competencia entre nosotros mismos es mezquina, y que debemos entender cuán distinta es la situación actual a la realidad en la que conservatorios y facultades de música fueron creados. Sólo la colaboración entre los actores nos puede ayudar a subir un peldaño más. Porque las posibilidades de crecimiento son muchas, pero no eternas.El Guillatún

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