El Guillatún

«Informe para nadie», teatro para pensar, y con muy chileno humor

Informe para nadie

Informe para nadie.

Radrigán es un pensador que crea imágenes poéticas. Pone en diálogos su desencantada visión del hombre, hace teatro, pero en realidad son meditaciones, «informes» sobre el lamentable estado de las cosas. Es filosofía expresada en un lenguaje sencillo, sin tecnicismos, directo, reconocible, que llega a todos. Pienso que sus obras se leerán en el futuro como la expresión filosófica, social y poética más real de nuestro tiempo y que la forma teatral será un dato secundario. Algo así como La Celestina, de Fernando de Rojas, que es teatro, pero es para leerla y estudiar a través de ella, esa época.

Radrigán nos entrega ahora un segundo informe, antes, en 1983, había emitido un primer Informe para indiferentes. Los dos tienen por materia el desencanto, el dolor de haberlo perdido todo, la mujer, que se ha ido, los hijos que lo acusan de haber dejado destruirse la familia por ir tras metas ideales, que no se alcanzan. Aunque han pasado más de 30 años, entre un informe y otro, la percepción central no ha cambiado. Mientras tanto en algunas de sus obras entró la música, la poesía popular, y algunos senderos comenzaron a abrirse, pero en esta obra, vemos que el desencanto persiste, y que hasta se ha agudizado. El Informe para indiferentes era para mostrarle, a los que creían estar bien, a los que se sentían seguros por tener un trabajo, que las cosas son más complejas, que la vida no es sólo trabajar y comprar cosas, que se necesita algo más para darle sentido, y él no lo encontraba. Este nuevo informe es más desolado, finalmente el mundo colapsó, vino la hecatombe que se esperaba. Todos han muerto, y de estos tres que quedan, no se puede esperar que inicien una nueva humanidad. Después de ellos, se acabarán los hombres sobre la tierra; este informe, es para nadie.

Dura tarea han tenido el director Andrés Céspedes y los actores para darle una forma teatral a este aluvión de desencanto que lo arrasa todo y que niega toda esperanza. La obra es oscura en las palabras y el espacio. El director la inicia en las penumbras, nos sitúa en la oscuridad física para acostumbrarnos a la oscuridad interior, a la incertidumbre, al pesar, a la rabia. Sólo hay un pequeño fuego encendido al centro del escenario. El tiempo en que transcurre es impreciso. Parece remitirnos al inicio de los tiempos, se alude a un lugar donde hay sólo un manzano y está rodeado por cuatro ríos. Podría ser el Paraíso del Génesis, pero más bien es el final de todo.

Los parlamentos son consideraciones sociales, alusiones históricas, frases que condensan diferentes formas de sabiduría. Los dicen los actores mientras deambulan por el escenario, no hay acciones propiamente necesarias. Se enfrentan dos hombres que pretenden a la única mujer, pero no se trata de amor, sino de sobrevivencia. Sergio Schmied interpreta muy bien a Martín, viejo y negativo; Daniel Alcaíno, es Isidro, cojo, un poco más joven, positivo, cree que es una obligación de ellos reconstruir una mejor humanidad. A Silvia Marín la vemos como Eloísa, la mujer a partir de quien se podría reconstruir la humanidad, pero eso a ella no le interesa, y ninguno de los dos hombres, la atrae.

Los parlamentos son debates, enfrentamientos de posiciones intelectuales que se suceden sin descanso. Un ejemplo: después de las dos Guerras Mundiales lo mejor de la humanidad se dedicó a pensar cómo evitar desastres como esos, pero vean cómo estamos, dice Eloísa, «Yo enseñaba historia y lo único que aprendí fue que había que prohibirla, borrarla de la memoria, porque sólo exhibía crueldades». Pero Isidro, que es positivo, piensa que «por ella sabíamos que cuando había más policías y soldados que civiles no podía haber libertad, que cuando existían demasiados abogados la justicia era una chacota y que cuando la pobreza era abrumadora no podía haber paz». Buena síntesis de la historia contemporánea.

Dentro de su oscura mirada, de pronto surge el humor, como cuando se refiere a Adán y Eva, «Uno hecho de barro y la otra de un hueso, tienen que haber sido feísimos», o «Dios inventó la democracia pero nunca encontró la forma de hacerla posible, democráticamente» y muy chilenamente juega con los dobles sentidos: El idealista Isidro, preocupado del deber que tienen de engendrar hijos para iniciar una nueva humanidad, le dice a Eloísa «¿cómo puedo meterte en la cabeza que no moriremos, que crearemos» y ella le responde «De ninguna manera. A mí no me meterás nada en ninguna parte. Nunca» y más aún, como ella se niega a tener relaciones, les dice que se las arreglen como puedan, que «Infinidad de hombres pasaron por la vida excluyendo a las mujeres de su actividad amatoria. Y lo pasaron la raja. Literalmente». No muy fino, pero si lo miramos bien, es un humor intelectual, que requiere establecer relaciones y que, a pesar de lo que dice, no es procaz. Radrigán es muy chileno hasta en eso, en el juego con el doble sentido y el humor que aflora hasta en las situaciones más penosas. Su humor y sabiduría popular lo llevan a establecer una máxima irrefutable «Lo que el orgasmo une, nada lo separa».

Este Informe para nadie parte de una hipótesis: «El mundo surgió del caos, la nada, la oscuridad», es su forma de interpretar las palabras del Génesis. Y luego establece las tesis, «Las carnes no aguantan más cansancio. El hogar está en ruinas, el exilio abarcó toda la vida y el dolor y pavor pesan como si fueran de piedra». Esto ha llevado a los hombres, por ejemplo a Martín, a verse muy viejo y agotado, pesan sobre él decisiones erradas, espejismos, tristezas, culpas, remordimientos, los muertos insepultos no lo dejan en paz. Al verlo en ese estado, Eloísa se acerca a observarlo y ve en él: «confusión, restos de hogar, huellas de mujer, nada grave, una simple y permanente tristeza».

Durante toda la representación vamos y venimos entre frases como ésas. Un cierto esbozo de dramatismo hay en la disputa entre los dos hombres por la posesión de la mujer, pero ella no está dispuesta a aceptar a ninguno de los dos. Todas estas muy intelectuales disputas llevan al inevitable final, el hombre positivo, el que siente que sobre ellos recae la posibilidad de crear un nueva humanidad que no tenga los defectos de la actual, Isidro, finalmente se suicida. Y como Martín es viejo y Eloísa no acepta nada, hasta ahí llega la existencia humana y este informe es para nadie. Y más humanamente aún, cuando ya todo va a terminar, Eloísa, como mujer, se para, mira a Martín y le dice: «Bueno, siento un cansancio horrible, pero creo que a mí me toca preparar la comida. ¿Cómo vas a querer las últimas manzanas parricida?… ¿Crudas, cocidas, asadas?»

El actor y director Andrés Céspedes fue recién uno de los actores en la puesta en escena de otra obra de Radrigán, El Príncipe Desolado, que en enero se presentó en Matucana 100. Dirigió con gran respeto este muy complejo texto de Radrigán, sin pretender creaciones personales, guió a los actores hacia su propia interpretación. Aunque se alude en el texto al manzano y son manzanas las que ofrece Eloísa, no puso un árbol en escena, quizás precisamente para que el paraíso quedara como una alusión, pero se entienda que estamos en la etapa final, no al principio. Silvia Marín, Daniel Alcaíno y Sergio Schmied muestran su profesionalismo en este texto de tan densa contienda intelectual, que no ofrece respiro. Tienen que superar, además, la mala acústica de esa sala pensada para ensayos de danza, y aún no adaptada para teatro. Recrean en cada función este clima de enfrentamiento en medio de la desolación, con oscuridades internas y externas. Hacen un gran trabajo.

Pleno y total Radrigán, alto en el pensamiento, en las imágenes poéticas que surgen de la desolación; cercano en el lenguaje y la percepción directa de la realidad. Se impone la desolación, pero a ratos, subrepticio, se cuela el humor. Quienes ya vieron la obra ¿recordaban estos pensamientos? Quizás sí, y muchos otros, pero más probablemente no. Es que Radrigán es un autor para leer. Es muy difícil de representar, es un teatro para pensar… y para afligirse.El Guillatún

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