El Guillatún

Informe para nadie. Parte 3

Informe para nadie - Ilustración por Mauricio Barriga

Ilustración por Mauricio Barriga

Señor Lector, gracias nuevamente por estar aquí. La paradoja que ofrece esta tercera y última parte es la misma en la que me encuentro yo como prosista, y es precisamente donde quiere ponernos Juan Radrigán. ¿Cómo terminar algo que no se sabe cómo empezó? La pregunta también es para usted.

Volvamos a la historia. Eloísa, Isidro y Martín aún están suspendidos en las tinieblas, como personajes en coma, detenidos en la aplastante inmovilidad bajo el árbol de manzanas. Comiéndoselas como si fueran marshmallows, por cierto. Hacia adelante no tienen dónde ir, hacia atrás no hay dónde volver, sin embargo deben decir una última palabra, terminar el ensayo sobre la eternidad. Concluir el Informe para nadie(n).

Isidro insiste en germinar el vientre de Eloísa, «no es por sexo», le dice, es por la humanidad. Eloísa a piernas cerradas no lo permitirá: «confórmate con la mano y el recuerdo de tu ex mujer», le contesta. Mientras Martín, sobrepasado por su propio pesimismo mira el árbol, no logra entender por qué está ahí, por qué ellos, por qué él, qué harán, qué harán, ¡qué harán!

¿Cómo salir de un lugar que no existe? La paradoja vuelve a hacerse presente. ¿Estar en el limbo es una oportunidad para cambiar el mundo o es una condena donde toda esperanza es una idiotez? Si es una oportunidad de construir un mundo nuevo, ¡Señor Lector!, dependemos de que un cojo, un tullido y una puta resentida logren ponerse de acuerdo. Una vez, por un momento. Y si estar en el limbo efectivamente es una condena para ellos, quiero saber por qué volvieron a condenar a los que ya nacieron condenados. ¿No es suficiente ya que estén vivos sin ser parte de nuestra vida?

¿Qué salvarías de este naufragio, crestona? Así parte el principio del fin, ¿o el fin de otro principio? Volvemos a la trampa donde el cazador no se presenta nunca. De cualquier manera, la vida consumida de estos tres personajes es razón suficiente para mantener sus argumentos.

¿Isidro logrará entrar en el vientre de Eloísa y construir un nuevo futuro? ¿Lograrán irse las sombras? ¿Qué pasará con el árbol de manzanas que nos espejea a Adán y Eva y el pecado original?

¿Alguien debe morir? Así como han muerto tantos por disidir. ¿Qué será de estos tres sobrevivientes de esta raza extinta?

Lea, pues. La noche llegó hace tiempo.El Guillatún

Informe para nadie

Juan Radrigán

(Tercera parte —y final— de publicación)

ELOÍSA: ¿Qué dices?
MARTÍN: Lo que oíste, y es lo más cuerdo que he preguntado.
ISIDRO: Responde, tu respuesta me interesa sobremanera.
ELOÍSA: Salvaría el momento en que alguien me levantó de las patas y dijo: «¡Es mujer!»… Y también salvaría con alma y vida una melodía que nunca se terminó de escribir.
MARTÍN: ¿Eso? Nunca hubiera imaginado que te tuvieras en estima ni que te gustara la música. Alabado sea el Santísimo.
ISIDRO: ¿Y tú que tiraste la piedra con aviesas intenciones, qué salvarías?
MARTÍN: (Después de un breve silencio) Nada.
ELOÍSA: Eso es imposible, hasta en la vida del Papa tuvo que haber algo que le hubiera interesado salvar. Cuenta, ya no tenemos nada peor que hacer.
ISIDRO: Vamos, Sancho, habla; que siempre por señales o razones se suelen descubrir las intenciones.
MARTÍN: Lo que haría sería borrar de la vida una bellísima tarde de otoño y a un hombre feliz que leía en el jardín de su casa. En realidad no leía porque los hombres felices no necesitan leer, pero tenía un libro entre sus manos… Se escuchaban voces de niños que jugaban.
ELOÍSA: Tus hijos.
MARTÍN: Se escuchaba una música, Chopin… Sí, era la Polonesa… Una mujer hermosa se acercó con refrescos.
ELOÍSA: Tú mujer.
MARTÍN: Se besaron.
ISIDRO: Cuando a la escorpiona se le olvidó besar comenzó mi libertad.
MARTÍN: Al hombre nada le faltaba, excepto seguir cumpliendo años tranquilamente, pues solo tenía cuarenta y era sano como una tortuga.
ISIDRO: Mi tortuga era epiléptica, hipertensa y asmática. Un desastre.
ELOÍSA: Cállate. Qué más te sucedió.
MARTÍN: Vi que de pronto el hombre feliz dejó de pasear sus ojos por el libro, miró hacia su bella casa, hacia sus amados hijos… hacia su esposa. Hacia su vida hecha, en suma, y se preguntó ¿Esto es todo?… Se levantó conmocionado, comenzó a caminar. Atravesó el jardín, la calle, la cuadra, se extravió en alturas y arrabales, recurriendo a esporádicos y desconocidos oficios de sobrevivencia. Fue mandoneado y explotado, aceptado y rechazado. Durmió en tugurios miserables, defendiendo sus magras pertenencias como a lo más valioso del mundo. Holgó plácidamente en plazuelas perdidas, sin nada que hacer por toda la eternidad de las horas. Chapoteó en brutales naufragios remotamente parecidos al amor. Fue intoxicado de historias tristes contadas sin tristeza por los vagabundos más tristes del mundo y pasajeras sin trenes ni estaciones que no sabían qué putas esperaban, pero que defendían a sangre y fuego su épica de la insatisfacción. Épica absurda, honesta, irracionalmente intransable… Cientos de humanos despedazados arrastrando las ruinas de un viejo y muerto amor. Todos a medio camino de nada, hipnotizados por la lejanía como el borracho por la sed. Todavía hay tiempo de llegar a tiempo, era la divisa. ¿Pero adónde? ¿Para qué?… (Queda mirándolos)
ISIDRO: (Después de un breve silencio) Con hijos tan desquiciados cómo la vida no iba a decidir que era mejor acabar con todo. Pero la haremos cambiar de opinión, no teman.
ELOÍSA: Quizás este pobre desarraigado sea una buena prueba de lo que alguien me dijo que éramos sobre este planeta: parásitos, elementos extraños. Anticuerpos. La tierra corcovea, las aguas se convulsionan y los vientos se enfurecen porque quieren librarse de nosotros, querida, y quieren librarse de nosotros porque estamos demás. Somos la enfermedad en un cuerpo sano.
ISIDRO: ¿Te dijo «querida»? ¿Te trató de querida?
ELOÍSA: Y no solo eso.
ISIDRO: ¡Desgraciado! (A Martín) Tanto necesitarla y tan puta que me fue a salir. (Pausa) Pero la duda que me corroe es otra, Sancho.
MARTÍN: ¿Cuál?
ISIDRO: Si ella es hermosa porque yo estoy solo o si realmente lo es.
MARTÍN: Eso es bastante subjetivo. En todo caso es la mujer más hermosa que conozco por aquí.
ISIDRO: Gracias. (Pausa) He estado meditando y tengo otra pregunta. Bien mirado, nada se salvó en la tierra de ser convertido en mercancía, incluyéndonos a nosotros, y eso transformó la vida en una lucha feroz por la existencia, ¿cómo podré evitar que vuelva a suceder lo mismo?
MARTÍN: Yo qué sé, cuando nací ya caían sobre la masa los hechos consumados, los efectos de pactos, convenios y negociaciones tomados por hombres para los que la tierra y las personas solo tenían importancia en la medida en que fueran rentables.
ISIDRO: ¿Y quién les dio ese poder?
ELOÍSA: Tu padre. Tu padre el cavernario.
ISIDRO: ¡No estoy bromeando, trato de saber cómo se fue incubando la tragedia!
MARTÍN: Ella no bromea. Cuando tu pariente descubrió que su lanza también podía atravesar hombres ese descubrimiento pasó a ser el drama del mundo: descubrió el poder.
ISIDRO: El poder de las armas.
MARTÍN: ¡Su poder, mierda!
ISIDRO: ¿Y qué sintió? ¿Temor? ¿Alegría? ¿Lloró? ¿Aulló?
MARTÍN: Quizás, pero lo que descubrió fue adictivo, muy adictivo.
ELOÍSA: Aunque también pudo sentirse atacado, y entonces fue el instinto de conservación. Yo abogo por eso.
ISIDRO: No les creo ni media palabra, inventan, especulan, manipulan. Qué lástima ser tan del montón, tan limitados. Tres completos analfabetos incapaces de ver más allá de sus narices con la responsabilidad de comprender por qué se vino abajo el mundo y de levantarlo de nuevo. Negra se ve la cosa, como dijo un ciego a otro. Pero por otra parte, Sancho, no olvidemos que nunca está tan oscuro como cuando va a amanecer. (Pausa) ¡Ah, si me hubieran tocado esos tiempos sencillos y gratos cuando para poblar la tierra bastaba con echarle el ojo a una autóctona, agarrarla de las mechas y arrastrarla para la cueva! (Canta y baila)
Así fue como empezaron
papá y mamá,
tirándose piedritas en la quebrá.
Y ya somos catorce
y esperan más…
ELOÍSA: ¡Y ahora canta y baila, de dónde saca tanto delirio este cristiano!
ISIDRO: De la plena conciencia de mi misión como ser humano. Si pudieran verse sin mí verían a dos espantajos enmudecidos por el terror, abandonados en un mundo sin ruidos, sin voces, sin colores y sin esperanzas… ¿Sería mejor?
ELOÍSA: Puesto así, no.
MARTÍN: Puesto como sea no cuentes conmigo para tus fantasías. Le daré un plazo inquebrantable a la vida para que abra o cierre esta trampa de una vez por todas. (A Eloísa) Tú sabes.
ELOÍSA: No sé nada. Algo farfullaste sobre eso, pero no te tomé en cuenta. (Se encoge de hombros) Para qué.
ISIDRO: ¡Importan una breva sus acuerdos o confabulaciones, nunca aceptaré el fracaso de la especie humana, lo sucedido fue un error en la cuenta, un traspié como tantos otros nada más!
MARTÍN: (A Eloísa) ¡Este tipo es rematadamente obtuso! ¿Tú volverías a parir a esos irracionales que nos dejaron solos en el mundo comiendo manzanas?
ELOÍSA: A ellos no. Pero en todos los campos hubo gente lúcida, maravillosa.
MARTÍN: Que no supieron o no pudieron defenderse de gente loca y horrible.
ELOÍSA: Como tú, que asesinaste a tu familia por un espejismo insano.
MARTÍN: ¡No fue por eso, no le des nombre a lo que no lo tiene!
ISIDRO: Todo tiene un nombre y un porqué, Sancho. Todo.
MARTÍN: Los bienes terrenales alcanzados me dejaron a mí mismo como único territorio explorable, pero dentro de mí no me esperaba el bien con los brazos abiertos, me esperaba un ser rabioso, loco y salvaje que no se conformaba con la meta alcanzada.
ELOÍSA: No debiste detener tu caminata. Ya no te servirá de nada, pero recuerdo un dicho zen: «Cuando llegues a la cumbre de una montaña, sigue subiendo».
MARTÍN: A ti tampoco te servirá de nada, pero recuerdo el consejo de un vagabundo: «No intente cruzar un abismo de dos saltos, porque se va a sacar la chucha».
ELOÍSA: Baboso.
MARTÍN: Es que no estábamos hablando de eso.
ELOÍSA: No estábamos hablando de nada; el tiempo no se decide a morir definitivamente, eso es todo.
ISIDRO: Nada morirá, queda tu vientre.
ELOÍSA: Y dale.
ISIDRO: Si no aceptas mi sabia arrastrarás por la tierra tus últimos años como un fardo de maldiciones.
ELOÍSA: Bájate los pantalones y fecunda a la tierra, cojo endemoniado. Decían que así lo hizo Eros antes de que hubiera nadie.
MARTÍN: No lo hagas, aparte de que va a ser grotesco verte corcovear con las nalgas al aire, te van a salir hijos ciegos y tenebrosos. Tal como la dejaron la tierra no está para parir ángeles.
ELOÍSA: (Se levanta) En todas partes del mundo, hubo un lugar de nombre indescifrable que no figuró nunca en ningún mapa. Al medio, siempre, crepitaba un fuego alimentado por hombres y mujeres que olían a naufragios y esperanzas. Algunos, los más, llegaban como a hurtadillas con sus ofrendas, otros ufanos hasta la soberbia. Qué los arrastraba hacia ese lugar, qué significaba ese fuego. Ayayai yo no lo sé, ayayai nunca lo supe. Ese fuego que les exigía más y más, que no se conformaba con su sangre ni con sus enseres. Atadura de insanos, recíproco amor asesino. Quién inventó ese ceremonial espeluznante. Ayayai yo no lo sé, ayayai nunca lo supe. Veo, vuelvo a ver a la mujer que llega con su hijo, que lo besa, que cierra los ojos y lo arroja al fuego… Y al hombre que lanza a su esposa, y al que se arranca un brazo y al que quema su último camino y se queda allí para siempre porque no tiene por donde regresar. Los veo, los vuelvo a ver a todos… Alguien llega conmigo, es un hombre que he amado por tiempos sombríos y tiempos deslumbrantes. ¿Qué pasa? ¿Por qué me traes a este lugar? Me mira, me besa, me abraza… y me lanza a las llamas. Me siente gritar, preguntar, me ve arder, retorcerme, llamarlo… Se aleja. Llegará a la pieza, se preparará un café, fumará. Tal vez le dolerá el silencio que se ha hecho de pronto en su vida, tal vez no; pero volverá a tomar su remendado violín y seguirá componiendo la obra que acaso me dedique desde el fondo más puro de su alma. ¡Ayayai yo no lo sé, ayayai nunca lo supe!
ISIDRO: ¿Qué fue eso?
MARTÍN: Su vida con un artista. Ellos alimentaban a cualquier precio el fuego que producía la emoción estética, o sea el pan del alma. Pero ese oficio de fogoneros enajenados era mucho más ignorado que apreciado. A la muchedumbre un mundo hermoso o un mundo feo parecía darle lo mismo.
ISIDRO: ¿Entonces por qué lo hacían?
MARTÍN: Eso nunca se supo. Es el único misterio bueno que recuerdo.
ISIDRO: No había pensado en ellos, tendré que solucionar ese problema también. Pero… ¿fueron necesarios?
MARTÍN: Como el agua a la sed. Pero ya te lo dije, ser artista fue casi una muerte civil. Nunca pudieron ser declarados oficialmente necesarios, por problemas morales, sociales y económicos.
ISIDRO: Especifica, qué problemas.
MARTÍN: (A Eloísa) Explícale tú.
ELOÍSA: No tengo idea de cómo hacerlo. Tropezaría con la estética, la belleza, lo objetivo, lo subjetivo y varias cosas más. Que en realidad importaban un cuesco, porque el arte ridiculizaba siempre al que trataba de explicarlo.
ISIDRO: No importa, lo pensaré después.
ELOÍSA: ¡Vaya, ya hablas como un verdadero jefe de estado!
ISIDRO: (Halagado) ¿Por qué lo dices?
ELOÍSA: Porque eso era lo que respondían todos los gobernantes cuando se les preguntaba por la cultura. Y si los apretaban mucho ponían a unos cuantos tecnócratas a diseñar algún fondo concursable que después manejaban los burócratas.
MARTÍN: Pero tu tiempo se acorta, salvador del mundo, apenas te queda tiempo para preguntarle a la vida por qué no acabó con nosotros también, por qué nos encerró en esta trampa donde el cazador no se presenta nunca.
ISIDRO: No es una trampa, y por lo que respecta a Eloísa y a mí todo está muy claro, eres tú quien enturbia la situación, porque eres malvado. (Pausa) Es un hecho que debes morir, y que tu muerte no acarreará divisiones porque no existe quien pueda vengarte. Pero debo preguntarme si es lícito crear sobre la sangre y la violencia.
ELOÍSA: No, claro que no, pero así fue siempre. Los caminos abiertos con sangre fueron los más cortos para llegar al poder, no puedes negarlo.
ISIDRO: No; pero no quiero ser recordado como un gobernante asesino.
ELOÍSA: No lo serás si te preocupas de actuar siempre en nombre de grandes palabras, como Dios, Patria, Orden, Familia y todo eso.
ISIDRO: Sería un fraude monstruoso.
ELOÍSA: Por supuesto; pero que funciona, funciona.
ISIDRO: He sido señalado por el destino para sanar las heridas del bien, para protegerlo y guiarlo en su nuevo reinado. No ensangrentaré el futuro. Esa es mi última palabra.
ELOÍSA: Es una lástima, porque solo el bien y el mal unidos nos harán libres.
MARTÍN: No le des más trigo, su mesianismo escolar fue entretenido, pero ya no lo es.
ELOÍSA: Lo es. Solo que cada vez menos. Fatalmente.
MARTÍN: Lo mismo sucederá con tus palabras y las mías, pronto perderán toda emoción, todo significado, y entonces seremos tres piedras, tres silencios… tres deshechos.
ELOÍSA: Que yo recuerde siempre terminamos así.
MARTÍN: Pero no de manera tan sádica, tan ignominiosa.
ISIDRO: ¡Váleme Dios, paréceme, Sancho, que no has entendido nada, Eloísa y yo cumpliremos nuestra misión a como de lugar. A contrasombras, a contramuerte, la cumpliremos.
ELOÍSA: Será después, ahora siento sueño, cansancio… y hastío.
MARTÍN: Yo también me siento agotado, pero no físicamente. Debo decirles algo.
ISIDRO: ¿Nuevo, fértil, positivo? Estoy presto a escuchar análisis y proposiciones.
ELOÍSA: Sea lo que sea, dilo después. Sé que andas con algo debajo del poncho, pero esta ha sido una jornada más larga que otras.
MARTÍN: Es una declaración de guerra.
ISIDRO: ¿Contra quién?
ELOÍSA: Eso no importa, todo el que inició una guerra lo hizo por rapiña.
MARTÍN: No es el caso.
ELOÍSA: Es lo que dijeron todos, envuelto en grotesca retórica. ¿Qué esperas obtener?
MARTÍN: Dignidad.
ELOÍSA: No es un mal sueño. (Pausa) Pero ya no fue. En este escenario aniquilado no importa, no significa nada.
MARTÍN: ¡Para mí es todo!
ELOÍSA: ¡No puedes dejar de ser cobarde y fracasado por un minuto de rebeldía, ya es absurdo y a destiempo, ya es inútil!
ISIDRO: ¡Eloísa tiene razón, ya perdiste la batalla, púdrete, guerrero acabado, cuelga tus armas!
MARTÍN: ¡No la hemos perdido!
ELOÍSA: La perdimos. ¿Contra quién podríamos alzarnos?
MARTÍN: Contra la vida. No creo que sigamos respirando porque Ella haya tenido piedad o porque tenga buenas intenciones para con nosotros.
ELOÍSA: En eso tienes toda la razón.
ISIDRO: No la tiene. Y cuidado con lo que dicen malcontentos, estoy alerta.
ELOÍSA: (A Martín) Sigue. Y termina pronto.
MARTÍN: Sé como obligarla a pronunciarse.
ELOÍSA: Qué maravilla, porque siempre tuvimos derechos, pero nunca como hacerlos respetar.
MARTÍN: Quemaré el manzano.
ELOÍSA: ¡Crestas!
ISIDRO: ¡Esa sería la insensatez más grande de la historia, el crimen más absurdo y deleznable!
MARTÍN: No podrán evitarlo.
ISIDRO: ¡Es el alma de Dios!
MARTÍN: No seas idiota.
ELOÍSA: Ese acto desesperado no barrerá las sombras.
MARTÍN: ¡Pondrá fin a algo, terminará este ultraje; la vida nos deja morir de hambre o crea otras condiciones de sobrevivencia, ¡condiciones humanas!
ELOÍSA: ¡Es un acto criminal!
MARTÍN: ¡No lo es, pagaré el mismo precio que ustedes por el bien o el mal que sobrevenga!
ELOÍSA: ¡Nada cambiará, la vida no es una persona, no se puede dialogar con ella!
MARTÍN: ¡Forzosamente debe existir alguien o algo superior, y ese algo tiene que reaccionar!
ELOÍSA: ¡Actuábamos como si existiera alguien que velaba por nosotros, pero nunca hubo nadie! ¡Teníamos una total libertad de comportamiento, si nos comportamos mal no hay más culpables que nosotros!
MARTÍN: ¡Vaca ñoña, vaca existencialista!
ELOÍSA: ¡Viejo llorón, viejo patético, traicionaste a tu familia y ahora te las das de soberbio!
MARTÍN: ¡Puta reseca, manca inútil!
ELOÍSA: ¡Despojo maldito, te voy a matar, te voy a matar! (Blande la varilla que usa para asar las manzanas, Isidro la sujeta) ¡Mata a este infeliz, mátalo!
ISIDRO: ¡Tiene que haber otra forma, la lucha por la vida no puede ser una lucha asesina!
MARTÍN: Eso díselo a ella. Pídele que deje de torturarnos, exígele que retire las sombras.
ISIDRO: Se irán, al principio también fue el caos y todo estaba envuelto en tinieblas, recuérdalo.
MARTÍN: ¡Patrañas, sino tomamos medidas drásticas nunca parará esta caída! ¡Nos hundimos, nos hundimos cada vez más!
ISIDRO: ¡Recapacita, que no prevalezca la fuerza estúpida ni la maldad!
MARTÍN: ¡Es mucho soportar cabronadas, si no sucede nada, que no suceda nada para siempre!
ISIDRO: (A Eloísa) ¡Aconséjame, no tengo palabras para hacerlo entrar en razón y no puedo revivir el pasado, la locura ya se apoderó una vez del mundo, háblale, háblale!
ELOÍSA: ¡Yo tampoco sé cómo hacerlo!
ISIDRO: ¡Estudiaste, sabes expresarte, sabes decir bien lo que quieres decir!
ELOÍSA: ¡No, no lo sé, supe hacia dónde estaba Grecia, cuándo fue la batalla de Waterloo y quién pintó la Mona Lisa, pero eso no sirve ahora.
ISIDRO: (Se pasea confundido) Necesito palabras. Palabras profundas, palabras hermosas que puedan llegar al corazón de estas bestias, viejo desgraciado, viejo de mierda porque no me mandaste a estudiar en vez de darme patadas y correazos, necesito palabras importantes, palabras al rojo vivo, deben existir cientos, miles o muchas más, cuáles son, dónde están, por qué no las conozco, por qué no se me ocurren, ellas tienen que salvarnos.
ELOÍSA: (Le pone un ensartador en las manos) Toma, estas son las palabras. No va a escuchar otras.
ISIDRO: ¿Y… y después?
ELOÍSA: Que te importa. A nadie le importó nunca.
ISIDRO: (Se acerca a Martín) No lo harás, ¿verdad que no lo harás, que es solo un arrebato pasajero?
MARTÍN: Tengo que hacerlo, Isidro, no te metas.
ISIDRO: (A Eloísa) No le creo. Pronto llegará la noche, descansará, y mañana será todo distinto.
ELOÍSA: La noche llegó hace tiempo, cojo pusilánime, y la mañana no llegará nunca.
ISIDRO: ¡Tengo el deber de confiar en que amanecerá, no me sumaré a la barbarie.
ELOÍSA: Tendrás que hacerlo. A pesar de todo lo sucedido, en esencia nada ha sido modificado, construir y destruir sigue siendo el pobre destino humano. Construir y destruir eternamente… mientras alguien invisible se ríe.
MARTÍN: Eso es bosta pura. Hacia adelante no hay donde ir, hacia atrás no hay donde volver, todo hace suponernos tres moribundos vencidos y pisoteados. Sin embargo vamos a decir la última palabra. Hay que ser muy animal para no sentirse maravillosamente alguien por un par de miserables minutos.
ELOÍSA: (A Isidro) ¿Entendiste? Nada lo detendrá.
ISIDRO: Nada… El también quiere ser alguien (Pausa) ¿Abrirás las piernas, Elo? ¿Las abrirás?
ELOÍSA: ¡No es momento para pensar en eso infeliz!
ISIDRO: No es por el sexo, es por…
ELOÍSA: ¡Lo sé, lo sé!
ISIDRO: ¿Lo harás?
ELOÍSA: ¡Actúa! ¡No sé para qué crestas, pero tenemos que defender nuestra vida! (Toma otro ensartador, se acerca a Martín)
ISIDRO: ¡Deja eso, criminal!
ELOÍSA: ¡No!
ISIDRO: ¡Déjalo, no es la forma! (Le quita el ensartador)
ELOÍSA: ¡No hay otra, cojo maricón!
ISIDRO: ¿No hay otra? (Silencio) Estaba seguro de que era posible un nuevo futuro, que bastaba con esperar que se fueran las sombras para empezar a construir de nuevo. Íbamos a ser grandes, triunfantes, en mi reino iba a vivir la primavera… Pero mi boca nunca supo explicar el bien, y una decisión negra y sangrienta fue más fuerte que mi verdad… Yo entiendo, el mal ruge, el bien habla en secreto, el mal presenta pruebas, el bien nunca se cansa de pedir sacrificios, yo entiendo. Pero este descalabro es mucha carga para mí; es mucha deshonra, Sancho, mucha deshonra. (Se entierra el ensartador)
ELOÍSA: (Después de un silencio) ¡Mira lo que hiciste, bestia insidiosa!
MARTÍN: No hice nada, no tengo la culpa de que sea un romántico de mierda.
ELOÍSA: Sea como sea es la alegría del hogar, ayúdalo.
MARTÍN: (Va, lo mira) No tiene caso, se lo enterró en el corazón. Bien decía la historia que los harapientos no se rebelaban.
ELOÍSA: (Mira) Parece que se mueve.
MARTÍN: Será por poco tiempo. (Breve pausa) Si quieres reza.
ELOÍSA: (Pausa) ¿A quién?
MARTÍN: (Pausa) Es cierto. (Pausa) ¿A su modo los manzanos deben sangrar, verdad?
ELOÍSA: Claro, como todo al que matan.
MARTÍN: Entonces tendré que hacerlo solo. (Silencio) Dije que lo haré solo.
ELOÍSA: Sí escuché.
MARTÍN: Pero no reaccionas. (Eloísa se encoge de hombros) Algo anda mal, no lloras, no rezas, no agradeces. Supongo que tampoco te opondrás a que mate al manzano.
ELOÍSA: No, ya no está Isidro y tienes la manía de cometer fechorías para sentirte alguien, me asesinarías como si nada.
MARTÍN: Curioso. Impresionante. ¿Qué fue del sostenedor del futuro, del caudillo de los sueños del mundo? Sangra asquerosamente sobre la tierra en ruinas, y tú, la fuente de la vida, se te desmoronaron los pechos, y se te secaron las entrañas. Varón y varona agonizan en las tinieblas esperando la hoja de olivo que no hay paloma que traiga. Qué final espeluznante. Qué sadismo. Qué mariconada.
ELOÍSA: Termina con los lamentos y anda a cometer tu último crimen. Ha sido un día interminable.
MARTÍN: No me engañas. Estás muerta, te suicidaste hace tiempo cerrando las piernas, pero muerta y todo no confío en ti. ¿Qué piensas? ¿Qué vas a hacer?
ELOÍSA: Lo mismo que hicieron siempre cada hombre y cada mujer: esperar. Las sombras se irán, la tierra sanará, y volverá a surgir algo que ni siquiera imaginamos. (Hacia el cuerpo de Isidro) Pero eso sucederá dentro de tres o cuatro milenios, Isidro. (A Martín) Se lo digo porque se equivocó en el cálculo, quizás no sabía que la tierra se toma millones de años para parir una nueva vida. Será una larga espera. (Pausa) Pero en todo caso no deja de ser una esperanza, verdad? (Se para) Bueno, siento un cansancio horrible, pero creo que a mí me toca preparar la comida. ¿Cómo vas a querer tus últimas manzanas, parricida?… ¿Crudas, cocidas o asadas?

Quedan inmóviles, absortos.

*** Fin ***
Encuentra el comienzo de este texto en Informe para nadie. Parte 1
y la segunda parte en Informe para nadie. Parte 2
Exit mobile version