El Guillatún

Fieramente Humano, o Jesús se detuvo en Olivos 837

Fieramente Humano

Fieramente Humano. Foto: Manola Palomera Echeverría

Ahora que Juan Radrigán es Premio Nacional y maestro indiscutido que en cada temporada tiene cuatro o cinco de sus obras en escena, que ya ha obtenido casi todos los reconocimientos posibles, puede darse un gusto: ha vuelto a tener su propia compañía. La primera fue el Teatro Popular El Telón, luego la compañía Locos del Pueblo con la que en 2012 presentó Memorial del Bufón, y ahora, en una nueva broma la llama «Veteranos Emergentes», que serían el brazo armado de Locos del Pueblo.

Con sus Veteranos Emergentes da otro paso, nos presenta con mucha música y una larga serie de locuras, el peso milenario de la religión. Personajes e historias de La Biblia han sido el centro de sus últimas obras. El Príncipe Desolado es una historia bíblica, Informe para nadie, nos traslada a situaciones y personajes del Génesis, y aquí, en Fieramente Humano entramos al Nuevo Testamento y a la historia de Jesús. Los temas bíblicos le rondan, pero no es que sienta necesidad de lo absoluto, es que su radical preocupación por el hombre lo hace ver ese aspecto de la cultura occidental como una de las causas del sometimiento de las grandes masas de desposeídos.

Llega a ser sorprendente su erudición. Los personajes, los lugares y las situaciones que sirven de base a El Príncipe Desolado aparecen efectivamente en libros relacionados con La Biblia. Alusiones secundarias que parecen parte de las bromas de Fieramente Humano, como las del endemoniado garadeno y los cerdos, o su amor por los zelotes, se basan en pasajes de Los Evangelios a los que él da una interpretación graciosa.

El nombre inicial de la obra fue «Jesús se detuvo en Olivos 837» que se refiere a la Casa de Orates ubicada en Recoleta, en la calle Olivos, e implica una alusión a la novela Cristo se detuvo en Eboli, de Carlo Levi. El nombre «Fieramente humano» corresponde más al estilo de Radrigán y al sentido central de la obra, que presenta el enojo de Jesús al ver que después de más de dos mil años de su prédica, los hombres siguen todavía sumidos en el dolor y la pobreza.

Los personajes de la obra son todos locos: Néstor, el gracioso viejo chico, las emprende contra una silla y la quiere romper, Damián hace música para todo, Horacio es el violento inteligente, Melania es una santóloga que tiene una empresa de adivinación y Natalia es la buena persona, comprensiva pero que en sus gestos y movimientos muestra con más claridad la locura. Entre ellos está Jesús, presentado con respeto como el Maestro, sus palabras son inteligentes y recuerdan enseñanzas de Cristo, no parece propiamente loco, aunque quizás el querer hacer el bien a los demás y pensar en un mundo sin desigualdades sea una locura. Su barba blanca, su túnica y la forma en que habla son respetuosas con el personaje al que parece representar, pero en realidad no es Jesús del Nuevo Testamento, es otro asilado en Olivos y su locura es plantearse el gran dilema «¿Qué ha pasado con mis prédicas? Las he ido diciendo en tantas partes y desde hace más de dos mil años, pero todo sigue igual, el perdón, la caridad y la bondad, no han cambiado el mundo», «Hemos resistido la noche, pero nunca hemos visto el amanecer, la vida no puede ser de esa manera hermanos». Y por eso ya no quiere seguir siendo sacrificado cada año en la cruz.

Radrigán ironiza sobre las luchas, las interpreta con humor: lo primero que vemos es que los locos han iniciado un movimiento en que piden el alta, en su marcha gritan, «El alta, el alta, querimos el alta»… «Robotil, Metadona, el loco no perdona», «¡Sin pacos y sin corriente, asamblea constituyente!». Otro loco les hace ver que están mezclando las cosas, pero es claro que no sólo en la casa de orates se mezclan gritos y consignas.

Papel central tiene la música en las últimas obras de Radrigán. Pero no es algo de este último tiempo, lo vimos ya en 1995 en su ópera El Encuentramiento con música de Patricio Solovera. La tendencia se acentuó con la dirección de Mariana Muñoz para Amores de Cantina y ahora la música de César Pacheco tiene un papel central en Fieramente Humano. César Pacheco se constituye en un personaje más de la obra. Dirige al comienzo un preludio en el que con un palillo de tambor como batuta, va haciendo entrar los instrumentos de una invisible orquesta, oboes, violoncelos, percusión. A ratos, sentado sobre una caja, Pacheco va guiando la acción con el ritmo de sus palillos en la madera; otras veces los juntará a todos en un coro.

La interpretación del conjunto es excelente. Víctor Faúndez es un muy gracioso viejo chico, arrebatado y peleador, Leo Santana sigue siendo el violento que mostró en Memorial del Bufón, pero un poco atenuado, César Pacheco que antes fue el músico ciego sentado al piano, ahora dirige la orquesta imaginaria y el coro, toca diversos instrumentos y se convierte en personaje muy central; Ximena Morales interpreta a una adivina que maneja a su empleado con la amenaza del despido, y Leni Hidalgo da rasgos bien elegidos y eficaces a su personaje Natalia, la más convincente de todos los locos.

Párrafo aparte merece Renzo Oviedo con su representación de Jesús. Su caracterización concreta lo que ha sido la iconografía tradicional de Jesús, lo hace respetable con su amplia túnica blanca. Su voz, sus gestos corresponden a los del Maestro y su paso al rebelde Hijo de Dios Padre que ya no está dispuesto a seguir representando todos los años la Pasión, con toda la explosiva crítica que implica, lo representa con contención y dignidad.

Humor, música y muy buenas actuaciones dan atractivo teatral a esta obra en que Radrigán hace más clara su crítica a las enseñanzas bíblicas, a las que culpa de la pasividad del pueblo. Parece una gran y sostenida broma sobre locos pero, en realidad es una crítica radical a las enseñanzas contenidas en el Nuevo Testamento. Las últimas palabras de este Jesús antes de morir en un fallido electro shock son «Bienaventurados los que tienen puños y los usan porque de ellos será el reino! Bienaventurados los que defienden su vida con su vida»… No a la pasividad, no a poner la otra mejilla, y su invariable afirmación, no al perdón. Es un Radrigán de cuyo panorama Pinochet salió hace rato, y ahora las emprende contra El Padre, que «nunca viene, nunca está».El Guillatún

Exit mobile version