El Guillatún

¡Quemémonos juntos!

Cara de fuego es una obra escrita por Marius Von Mayenburg, dramaturgo alemán que pone en la mesa temas como la crisis de la identidad en el proceso de la adolescencia, el desarrollo de la sexualidad, la incomunicación existente en el seno familiar, los conflictos generacionales y la ruptura de los lazos afectivos. Kurt es un joven que se siente incomprendido y que sólo ve apoyo y desahogo en su hermana Olga, que le enseña un mundo desconocido para él y poco a poco lo hace «crecer» en torno a su sexualidad y la relación con el mundo.

La puesta en escena de la compañía Los hijos de la china resulta dinámica, sencilla y ágil. Basada en la traducción argentina del texto original realizada por Claudia Baricco, la adaptación de Consuelo Zamorano resulta hilarante y con tintes muy cercanos a la realidad juvenil chilena en la actualidad. Si bien el texto original está en alemán y su lectura se dificulta bastante, esta adaptación se vislumbra como una espléndida acomodación para los fines y propósitos con que el grupo la ha utilizado.

El director, Daniel Cartagena, logra traspasar las ideas temáticas mencionadas anteriormente, además de agregarle sutiles toques artísticos que permiten al espectador mantener la atención centrada en la obra. Un ejemplo de ello son los juegos de luces que crean ambientes sin necesidad de una escenografía compleja, la música utilizada, los quiebres en los ritmos escénicos y los recursos usados como efectos de humo, fuego o incendio. Con esto, también se aplaude el trabajo de Gonzalo Velozo, Juan Carlos Valenzuela y Juan Esteban Vega, encargados del diseño integral, la música y audiovisual, respectivamente. Sin embargo, en esta interesante propuesta la obra toma un ritmo creciente, que si bien termina de muy buena forma, empieza vacilante, lento y con toques de inseguridad y que de a poco toma forma y se consolida con la entrada de Cristián Soto.

En relación con la actuación, se puede calificar de suficiente o bien lograda. Un equipo con trabajos dispares, pero que consigue afiatarse en el escenario y estar mutuamente en complicidad. Se va mejorando en el desempeño individual en el transcurso de la obra, cuesta un poco asimilar a los personajes al principio y se finaliza con un verdadero y emotivo final. En lo grupal no hay mayores diferencias a lo largo del montaje, con un nivel muy bueno que responde a una correcta escucha, reacciones justas y adecuadas, emociones verdaderas y movimientos relacionados con un «sentir del personaje» más que con una planta de movimiento preestablecida.

El final viene siendo de lo mejor y se puede entender como una síntesis de las características positivas que hemos señalado en los párrafos anteriores. El contenedor dramático —entiéndase la familia, los padres o el sistema— se rompe violentamente por el único medio que Kurt tiene frente al mundo, el fuego, su espacio de liberación, de escape.

El montaje de la compañía Los hijos de la china es una vertiginosa aventura que se arriesga en la búsqueda de un lenguaje propio. Bastantes puntos a favor podemos encontrarles y resulta ser un sorpresivo trabajo lleno de matices para no sólo hacer entretener al público sino para que reflexione y se vaya pensando para la casa.El Guillatún

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