El Guillatún

Si es que hay un más allá

Daniel Melero

Daniel Melero.

Admiro la verborrea en algunas canciones. Admiro a veces ese derroche de palabras, cierto gusto por la honestidad y la ambición para contar una gran historia o intentar decir algo contundente en su extensión. Muchas veces textos que son acompañados y compensados por patrones musicales sencillos y repetitivos, como se me viene a la memoria el caso del argentino Fito Páez y su reflexión de más de 10 minutos sobre el vecino país llamada «La Casa Desaparecida». Pero lo que admiro aún más es la síntesis y la austeridad, porque intuyo que el autor partió sabiendo mucho más de la canción de lo que terminó plasmando en 3 o 4 estrofas. Y uno como auditor disfruta de ese misterio no revelado, de esa parte que a lo mejor ni alcanzó a precisar de palabras y una vez que la canción trasciende se transforma en leyenda, ampliando las fronteras de la letra a niveles insospechados.

Es la idea que —en literatura— el escritor norteamericano Ernest Hemingway concibió como método para escribir sus cuentos: la Teoría del iceberg (también conocida como «Teoría de la omisión»), la cual descubrí hace poco tiempo y me permitió entender muchas cosas que también pueden ser llevadas a cabo en la composición de canciones, o que por lo menos yo ya intuía. Entrenado en la escritura por años como periodista, Hemingway aprendió que la verdad de una historia generalmente se esconde bajo la superficie, tal como un témpano, el cual flota en el mar mostrando solo un octavo de su parte. No todo lo que el escritor conoce sobre la historia que quiere contar es indispensable para su entendimiento, e incluso llenar de información innecesaria puede llegar a ser perjudicial para la narración. Es el lector (o auditor en la analogía que nos compete) quién con su imaginación y sentimientos termina completando la historia y dilucidando una (gran) parte de lo que se oculta.

Otro argentino, el asimismo llamado no-músico Daniel Melero, conocido principalmente por ser un inquieto experimentador y productor de otros artistas a lo largo de sus 30 años de carrera, ha demostrado desde un comienzo una fina habilidad como letrista y compositor de canciones en las que encuentro este mismo afán: trozos de icebergs que se avistan en el mar, pero cuya base oculta es amplia y forma un todo entrelazado en su obra. Lo que podemos llamar identidad y rigor en el método. Una canción como «Cielo», publicada en el año 1999, podría ser perfectamente tomada como ejemplo. «Quiero verte en el cielo / Te quiero volver a encontrar / Te quiero volver a encontrar / Tenemos una cita más» reza algo que podríamos llegar a llamar estribillo, un engañoso punto cúlmine de esta pequeña canción que a la primera nos sugiere que la persona a la cual es dirigida ha muerto y hay un pasado compartido. O por lo menos es lo que he comprobado cuando he comentado esta canción con más gente. Claro, si lo enlazamos con la frase «si es que hay un más allá» que precede al estribillo todo hace un poco más de sentido y la base del iceberg se hace más sólida y visible. El cielo en el imaginario occidental como un lugar donde se concentra cierta vida después de ella misma inevitablemente nos sugiere al reverso la omitida palabra muerte, como esta oscura masa submarina que no es necesario mostrar. Pero yo sí creo que hay un más allá, pero un más allá en esta canción, un más allá de lo obvio y la dualidad vida/muerte.

Me quedo con las gélidas palabras que leí —buscando más al respecto— de un neurocirujano sobre lo que podría ser la idea del cielo en un cerebro aproximándose a la muerte (estado de coma, por ejemplo): «la actividad en el bulbo raquídeo primitivo es lo que conduce a la variedad de experiencias espirituales». Pero… ¿También esta canción puede ser la historia de dos amantes clandestinos que no tenían por qué volver a encontrarse en «un más allá / Lejos de toda voluntad / Improbable como este lugar»?El Guillatún

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