El Guillatún

¿Para qué escribimos canciones?

Nick Drake

Nick Drake.

Una pregunta que nunca me hice hasta hace poco, cuando ya llevo más de la mitad de la vida en esto. Mientras me preparo para escribir esta columna googleo la frase «Escribo para que me quieran», que creo haber leído por ahí sin recordar a qué escritor está atribuida. Descubro que la frase pertenece al recientemente fallecido Gabriel García Márquez, y la cita correcta es «Escribo para que me quieran más mis amigos», aunque también se le atribuye originalmente al poeta Federico García Lorca. Todo esto para responderme la pregunta ¿Para qué escribimos canciones? Mucha gente lo hace por plata y fama, y ahora con el paraíso de la monetización en internet, más aún. También hay gente que quiere cambiar el mundo con una canción, y con eso recuerdo al irónico Jorge Gonzalez y su «un poquito de amor puede cambiar al mundo, muchachos, cambiémoslo con esta canción».

Pero pongámonos románticos y pensemos en que lo hacemos para dar y recibir amor, o sea conectar, las canciones son vehículos de conexión, no solo entre artista y público, sino que entre los mismos humanos (pensando en el artista como una especie de deidad extraterrestre). No, mejor pongámonos en otra situación: son las canciones quienes nos quieren. El compositor termina su trabajo, la canción empieza a dar vueltas y nos encuentra, nos quiere, nos hace compañía, nos relata lo que queremos escuchar en determinadas situaciones y se produce la empatía. La canción es un ente con vida propia, nuestra amiga, nos entiende de algún modo y nos explica lo que está pasando; al diablo con el autor-deidad extraterrestre, que ya está pensando en otras canciones que vendrán y aumentarán su cuenta bancaria.

Pero volviendo al «escribo para que me quieran», recuerdo mis días de adolescencia y que mi himno era la canción de The Smiths How soon is now («I am the son and the heir of a shyness that is criminally vulgar…»), es decir, la canción me estaba acompañando y explicando que yo estaba bien y no había nada malo en ser heredero de una timidez criminalmente vulgar, porque a Morrissey también le había pasado en los ochentas y ya lo ves como está ahora, convertido en un megalómano y caprichoso rockstar que vive de su pasado y de canciones nuevas que cuentan con ingeniosos títulos pero poca sustancia (sí, soy fan de Johnny Marr). Es decir, la canción te puede llevar a desarrollar ciertas habilidades sociales que no creías poder tener, porque es un vehículo de comunicación… siempre cuando quieras comunicarlas. ¿Cuántas canciones jamás habrán sido comunicadas? Me viene a la memoria el ejemplo de algunos artistas atormentados que quizás jamás quisieron que sus canciones salieran de casa, como el caso de Nick Drake, de quién se cuenta que dio poquísimos conciertos, los cuales no disfrutó y en los que no logró conectar con el público, antes de acabar con su vida en 1974. Su conexión con un público vendría años después, con sus grabaciones y el culto que siempre es un poquito sobredimensionado y forzado en el caso de los músicos muertos. Sobre esto último Morrissey escribió en los ochentas, poniéndonse en el lugar del fan: «At the record company meeting, on their hands —at last!— a dead star! / But they can never taint you in my eyes…» (Paint a vulgar picture, The Smiths).

A lo mejor Nick Drake de verdad quiso que lo quisieran, y vaya que lo terminamos queriendo. Más que las compañías discográficas. Eso se llama conexión.El Guillatún

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