El Guillatún

Afiche en el ojo

Afiche por Diego Becas

Afiche por Diego Becas

Hijo de la modernidad, hermano de sangre de la ilustración, comprometido en matrimonio con la publicidad, pero amante eterno del arte, el afiche parece encontrar un terreno fecundo de desarrollo en periodos históricos de gran intensidad.

Desde que se instaló en Chile durante la segunda década del siglo XX de la mano de artistas como Isaías Cabezón y posteriormente, a partir de los años 30’ y 40’, Camilo Mori, Francisco Otta, Kitty Goldmann o Santiago Nattino, supo ser espacio para las inquietudes de quienes buscaban terminar con el provincianismo nacional y dar la bienvenida a una nueva época, alejándose de las tradiciones, soñando con un país pujante, orgulloso y de progreso, abriendo los brazos a los movimientos culturales y sociales que sacudían Europa.

En la década de los 60’ y los 70’, y especialmente durante el gobierno de la Unidad Popular, el afiche fue reflejo de las luchas, carencias y alegrías del pueblo. Para testimoniarlo ahí están los afiches creados para la Polla Chilena de Beneficencia por Waldo González y Mario Quiroz que buscaban generar conciencia sobre la importancia de proteger a los niños, su salud y nutrición. Ahí están también las obras de Vicente Larrea y Luis Albornoz que cantan llenas de color la esperanza de una utopía y mantienen conservados como en una burbuja los sueños de una época que terminó, literalmente, de golpe.

Hoy, en medio de movilizaciones sociales, la incertidumbre política y la crisis de representatividad, el afiche vuelve a emerger desde distintos lugares. Se le ve, espontáneo y rabioso, en las marchas gritando al mundo el descontento de estudiantes, profesores y trabajadores. También en museos, espacios culturales y académicos, como un medio de expresión vigente, cuyo impacto social, postura ética y aporte estético sigue causando interés.

«Los afiches son una suerte de termómetro de lo que pasó o lo que está sucediendo», señala Julián Naranjo, uno de los más importantes afichistas chilenos contemporáneos, quien acaba de inaugurar en el Centro Cultural Palacio La Moneda una muestra que reúne cerca de 80 trabajos de su autoría y que posteriormente se presentará en Valdivia y Antofagasta. «Estamos en un momento crucial donde, ya sea artistas o diseñadores, tenemos que dar cuenta más que nunca de la voz de la gente», agrega.

Sus palabras hacen eco en toda una nueva generación de cartelistas jóvenes, muchos de ellos agrupados en torno a Afichile, una asociación que busca fomentar y dar a conocer la creación actual en el país y el exterior.

Con una impronta personal, de gran carga pictórica y expresividad en el trazo, el diseñador Diego Becas también está logrando abrir un lugar en el mundo para sus carteles. Ya ha sido seleccionado para participar en varias muestras internacionales y este año será invitado a la prestigiosa Bienal del cartel de Bolivia.

En esta recuperación del afiche chileno, la mirada histórica tampoco está ausente. El 18 de julio próximo se abre en el Museo de la Solidaridad la muestra 40 años de afiche político en Chile: 1970-2011, que por primera vez reúne una amplia selección de piezas gráficas de la Unidad Popular, los años de la dictadura, el regreso a la democracia y los conflictos sociales más recientes.

La exhibición está a cargo del diseñador e investigador Mauricio Vico, quien ya había publicado junto a un grupo de académicos el libro El afiche político en Chile, un extenso análisis sobre el rol de los carteles como vehículo de ideologías, espacio para la representación de nuevos agentes sociales y de construcción de una visualidad identitaria.

Pese a todo, resulta paradójico que en nuestra época altamente tecnologizada, donde la imagen en movimiento se ha vuelto omnipresente, la precariedad del afiche —hecho nada más que de papel y trazos de tinta— logre infiltrarse para robar unos minutos de nuestra atención.

Afiche por Julián Naranjo

Debe ser que su franqueza, esa capacidad de hablar de frente al espectador lanzando a nuestros rostros un signo de interrogación sobre el presente y un llamado de urgencia a la acción, nos ayuda a estar alertas. Debe ser que en su fragilidad material contrasta con su potencia simbólica, con su capacidad para remecer neuronas y clavar su mensaje en nuestros ojos. O como ha dicho Diego Becas: «Un cartel en cada una de sus formas debe transmitir al público un “Hazte cargo”. Ese es el mensaje transversal de todo cartel (y de toda obra de arte verdadera): recordarnos que debemos hacernos responsable de lo que hemos provocado, de lo que hemos hecho».

Y en los tiempos que corren, con eso ya es bastante.El Guillatún

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