El Guillatún

Guitarra Chilena. Parte 2

Los Parra - Violeta Parra

Los Parra (Violeta Parra, 1964-1965). Fundación Violeta Parra

I. INTRODUCCIÓN

Juan Falú, Juanjo Domínguez y Luis Salinas son probablemente los tres guitarristas argentinos más conocidos que encarnan la «guitarra argentina». Son los representantes más visibles de una extensa y extraordinaria pléyade de guitarristas como Quique Sinesi, Ricardo Moyano y Carlos Moscardini entre muchos, y son los herederos de una tradición riquísima que tuvo a figuras notables como Roberto Grela, Eduardo Falú y Cacho Tirao.

En Brasil, Baden Powell, Raphael Rabello y Yamandú Costa constituyen los puntos más altos de la «guitarra brasilera» de sus respectivas generaciones, cada una de ellas pródiga en cantidad y calidad de guitarristas de gran nivel.

En Perú se destacan Raúl García Zárate, Manuelcha Prado, Oscar Avilés, Félix Casaverde y Álvaro Lagos como los más renombrados guitarristas de la «guitarra peruana».

Si bien en estos tres países se cultiva también la guitarra clásica, el flamenco y el jazz, los guitarristas nombrados son cultores de otro género: la música popular y folclórica de sus respectivos lugares de origen. Es así como en Argentina se interpreta y desarrolla el tango y el folclore argentino (zambas, chacareras, milongas, chamamés, etc), en Brasil el choriño, el bossa nova y todos los ritmos del extenso folclore brasilero, y en Perú la música andina o ayacuchana y la música criolla (valses, landós, festejos, entre muchos otros ritmos).

Lo primero entonces que define a estos guitarristas como representantes de una guitarra nacional es el repertorio: folclórico y popular de sus propios países.

Si bien su música puede escribirse, ni la han aprendido a través de la tradición de la lecto–escritura, ni la escriben para poder tocarla. Es música de tradición oral, que recuerdan gracias al desarrollo del «músculo de la memoria», por así decir, y que se conserva y difunde por medio del registro en grabaciones. Y esto está directamente relacionado con una característica central: todos estos guitarristas son creadores. Prácticamente toda la música que tocan es propia, ya sea composiciones originales o arreglos hechos por ellos de música de otros autores (o tradicionales de sus países). Todo músico que interpreta su propia música (como es el caso de los músicos populares) suele tener muy desarrollada la capacidad de memorizar. Esto se debe fundamentalmente al hecho de que la creación se va desarrollando en las manos, improvisando, buscando (o encontrando, como diría Picasso), y una vez terminada, su primer «soporte» es entonces la memoria. Asimismo esta música, al ser popular y estar vigente en la vida cotidiana de una comunidad, requiere que sus cultores conozcan y recuerden muchísimas canciones y estilos, y que tengan las herramientas para acompañar e improvisar en los encuentros que llamamos «guitarreadas». Es decir, que conozcan y recuerden las canciones, o que las inventen.

Esta guitarra popular y folclórica latinoamericana acompaña el canto (conjuntos o solistas acompañantes), acompaña el baile, integra y constituye la médula de conjuntos, se acompaña en manos de cantores o «cantautores» y finalmente se cristaliza como guitarra solista. Todos estos «campos de acción» constituyen el quehacer de esta guitarra, tan definida y particular como lo es la guitarra clásica, el flamenco y el jazz.

Hablar de las características particulares y de los intérpretes que cultivan esta guitarra en Chile es entonces la idea de este artículo.

II. CHILE

Lo primero es decir que en Chile hay muchos y muy buenos guitarristas de raíz folclórica y popular. Definitivamente es el nuestro un país de tradición guitarrera, pero ésta no se ha desarrollado mayormente a nivel solístico. Su campo de acción se ha circunscrito a 3 aspectos: los conjuntos (dúos, tríos y cuartetos) que acompañan el canto, la base para la formación de grupos (con canto e instrumentales), y el desarrollo en manos de los cantautores. Sin embargo, también me referiré a lo que se ha desarrollado en el ámbito de la guitarra solista.

A) Iniciadores

1.- De la guitarra en los conjuntos que acompañan el canto es necesario mencionar, en los años 50 y 60, a Humberto Campos y a Ricardo Acevedo. Protagonistas fundamentales de la escena musical popular y folclórica (tanto en escenarios como en grabaciones), encarnaron un tipo de guitarrista virtuoso con un perfecto conocimiento de los géneros y estilos populares, tales como el bolero (en la línea del trío «Los Panchos») o el vals peruano (uno de cuyos más característicos sonidos, años más tarde, fuera la conocida introducción de La joya del pacífico en la versión de Lucho Barrios), pero muy especialmente de la tonada chilena, desarrollando allí la manera de acompañar el canto a varias guitarras propia del folclore cuyano, en Argentina. Uno de los pocos grupos que ha continuado esta manera de arreglar el acompañamiento (una o dos guitarras rítmicas, dos o tres guitarras melódicas con uñeta), es «Diapasón Porteño», de Valparaíso.

De estos primeros guitarristas fundacionales, es necesario recordar que Ricardo Acevedo grabó entre 1964 y 1969 dos discos como solista, con arreglos de música chilena y composiciones basadas en el folclore: Así te siento, tonada y El arte de Ricardo Acevedo. Sin embargo pareciera que esto constituyó más bien un suceso excepcional que el impulso para el desarrollo de un movimiento, puesto que recién 40 años después un guitarrista clásico de Valparaíso —Antonio Rioseco— inició el trabajo de rescatarlo del olvido.

2.- De la guitarra como base para la formación de grupos, sin duda el guitarrista fundamental es Horacio Salinas y el trabajo desarrollado junto a Inti Illimani. Fue a partir de él que muchísimos músicos chilenos elegimos la guitarra e iniciamos un camino musical, continuando y ampliando su legado. Admirador de Eduardo Falú y con estudios de guitarra clásica, en su obra encontramos por una parte el folclore latinoamericano —fundamentalmente ritmos de Perú, Bolivia, Ecuador, Venezuela, México y Cuba (aunque también composiciones que no necesariamente corresponden a ritmos tan definidos, como Ta ta ti y Alturas)—, y por otra parte, tanto piezas que se acercan al repertorio de los compositores latinoamericanos que han compuesto música para guitarra inspirados en lo popular (como Antonio Lauro, Agustín Barrios Mangoré, Villalobos o incluso Leo Brouwer —en esta línea se inscribe Cristalino, grabada primeramente por John Williams—), como también piezas influenciadas por ritmos de otros folclores, especialmente lo que conoció en sus años de exilio en Italia (El mercado de testaccio). Sin embargo, si bien la importancia de la guitarra es esencial y constituye la columna del conjunto, no es solista. Junto al charango, el tiple, la quena y el bombo —además de sus voces características—, el sonido de Inti Illimani (actualmente dividido en dos grupos), que recrea y reinventa «su» folclore latinoamericano, se instala en la memoria sonora de Chile, influenciando a varias generaciones.

El otro conjunto también emblemático de la Nueva Canción Chilena en el cual la guitarra cumple un rol central, es Quilapayún. Sin embargo, a diferencia de Inti Illimani, no hay un solo o principal guitarrista, sino varios: Patricio Castillo, Hugo Lagos, Guillermo García y Patricio Wang (en diferentes épocas y también en dos facciones divididas, una residente en la Francia en que vivieron el exilio, la otra en Chile). Una de las acciones importantes que realizó este conjunto durante los años de la Unidad Popular, fue la creación de una escuela de «Quilapayunes» para jóvenes, que multiplicaron bandas como ellos en todo Chile. Por estos talleres pasó el compositor y guitarrista Fernando Carrasco (actual director del Departamento de Música de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile e integrante del Quilapayún chileno), quien después de integrar el «Dúo Coirón» y «Barroco Andino» formó a fines de los 70 «Cruz del Sur» y después «Aranto», con quienes colaboré en los años 90.

Habiéndonos conocido al coincidir como transcriptores para el libro Clásicos de la música Popular Chilena volumen II, con Fernando realizamos una serie de trabajos musicales en conjunto: la participación en diversos festivales de la canción —él como director y arreglador, yo como guitarrista— acompañando primero a Mariela González y luego a Roberto «Pachi» Rojas; la composición compartida del tema Guitarrosa, incluida primeramente en el 3er volumen del disco Música de este lado del sur (concurso de la SCD en los años 90); y la mencionada colaboración con «Aranto» en el disco Misa de Chilenía, que se llamó más adelante Chilenías de cielo y tierra. A raíz de este trabajo conocí, en manos de Fernando, una guitarra chilena que no había escuchado antes: a su conocimiento práctico de la música folclórica y popular chilena campesina (ritmos, rasgueos, afinaciones traspuestas), se sumaba la capacidad de análisis y elaboración provenientes del mundo académico. Presente está en mi memoria su pieza Quirihuana, para 3 guitarras traspuestas, que interpretáramos los dos más el guitarrista Ian Moya. Fernando fue testigo —e impulsor, en cierta medida— de mis inicios profesionales en la composición, y recuerdo especialmente sus comentarios a raíz del tema Mediterránea (grabado en el 2º volumen del disco Música de este lado del sur), cuyo arreglo —inevitable tentación de juventud— efectivamente terminó repleto de sonidos: «Chicoria, tu guitarra se pierde entre tantos instrumentos…» estas palabras calaron, y de algún modo han tenido que ver con mi interés por crear e impulsar una guitarra solista chilena. Lo paradójico es que el propio Fernando nunca desarrolló su guitarrismo solista…

También de la guitarra como base para grupos pero principalmente instrumental, el vuelo y la musicalidad del compositor, mandolinista y guitarrista Antonio Restucci a nadie deja indiferente. A pesar de que la mayor parte de sus composiciones están inspiradas en ritmos folclóricos sudamericanos (aires de chacarera, zamba, chamamé, choriños, forrôs, festejos, huaynos, joropos, cuecas y tonadas), la constante presencia de la improvisación en su música de algún modo lo acercan al jazz y a la llamada «fusión». Asimismo su vivencia en España le han agregado aires mediterráneos, incluso flamencos, y su colaboración —de ida y vuelta— con músicos que integraron el sexteto de Paco de Lucía —como Carles Benavent y Jorge Pardo— refuerzan esa sonoridad (su primer registro, Hilando fino, junto al grupo «La hebra», es mucho más cercano al mundo de la fusión que al del folclore). Con el Toño nos une una amistad de más de 20 años, y hemos compartido varios proyectos musicales (con su grupo, acompañando a Francesca Ancarola, a dúo, y actualmente con Sagare trío); y sin duda es uno de los músicos que más me ha marcado. La primera formación que le escuché en vivo —guitarra, viola, cello y cajón con plumillas— definió mi camino: a partir de allí supe que me dedicaría a esto. Con 7 discos solistas a su haber —más 3 que vienen en camino— el Toño es uno de los músicos chilenos más influyentes para músicos de diferentes géneros, y ha logrado imprimir a su música y a su forma de interpretarla un sello único: así como uno puede adivinar que quien suena en la radio es Piazzolla, Hermeto Pascoal o Pat Metheny, asimismo Antonio Restucci (en especial su mandolina) es absolutamente reconocible.

3.- De la guitarra desarrollada en manos de cantores, uno de los músicos que le otorgó un sello clarísimo, proponiendo formas de llevar a la guitarra ritmos del campo chileno, es Víctor Jara. El guitarrón chileno y la manera como se toca en el canto a lo poeta, están claramente reconocibles aunque adaptados y transformados en el acompañamiento de canciones como Luchín, Paloma quiero contarte, El amor es un camino y ¿Qué saco rogar al cielo?, además de la introducción de Te recuerdo Amanda. Junto con todo su maravilloso legado poético–musical, ésta es una puerta abierta para que los guitarristas creadores caminemos en la misma dirección.

Antes del descubrimiento de las grabaciones caseras con las piezas instrumentales para guitarra de Violeta Parra (las 5 anticuecas) más el Gavilán gavilán, ya la forma de acompañarse ella en los discos editados públicamente tenían una fuerza y una personalidad única. Todas las canciones estaban basadas, de partida, en ritmos chilenos. Ejemplos: por una parte, rasgueos: de cueca en De cuerpo entero, de tonada en La jardinera, de parabién en Casamiento de negros, de sirilla en Maldigo del alto cielo, de rin en El rin del angelito, de pericona en La pericona se ha muerto, de aire mapuche en El guillatún, de aire nortino en Arriba quemando el sol, de chapecao en El día de tu cumpleaños, etc.; por otra parte, arpegiados: de habanera en Ausencia, de lamento en Una copla me han cantado, de vals en Qué pena siente el alma, de mazurca en Mazúrquica modérnica, de refalosa (que suele hacerse rasgueada!) en Cantores que reflexionan, y de canción–sirilla (he aquí uno de sus principales aportes) en Volver a los diecisiete y en Gracias a la vida. Sólo este universo rítmico, de rasgueos y arpegiados, sería suficiente para querer imitarla y continuar ese legado. Pero la aparición de las mencionadas grabaciones caseras, nos abrió la cabeza: allí estaba una música para guitarra, chilena, diferente, simple por la mecánica que la originaba, compleja por el resultado sonoro. Con las «anticuecas» y el Gavilán gavilán se abre un mundo para la guitarra chilena.

Dos cantautores surgidos en el llamado «Canto Nuevo» desarrollan una guitarra compleja y muy interesante en el acompañamiento: Eduardo Peralta y Hugo Moraga. En el primero se puede distinguir la presencia de dos músicos fundamentales: el cubano Silvio Rodríguez, quien constituye una referencia y una influencia esencial para infinidad de cantautores, guitarristas y músicos a lo largo de toda Latinoamérica, y el francés Georges Brassens, de quien Eduardo Peralta ha realizado muchísimas versiones y adaptaciones. La guitarra de Silvio Rodríguez se alimenta de dos fuentes: la vieja trova santiaguera, y Leo Brouwer, quien fuera su maestro. Es una guitarra elaborada, técnica, y con un rico sentido de la armonía. Yo siempre digo que fue sacando las canciones de Silvio Rodríguez en mi adolescencia, que aprendí armonía aplicada en la guitarra. La guitarra de Eduardo Peralta es también elaborada y armónica. Hugo Moraga, mientras tanto, está más vinculado al bossa nova, y se advierte su gusto por el jazz, el funk e incluso el jazz–rock. En los años 80 nos sorprendió su guitarrismo diferente, complejo, y las canciones Romance en tango y La vida en ti se instalaron en nuestro mundo sonoro.

B) Continuadores

Dentro de los continuadores de la escuela de Horacio Salinas —por así llamarla—, se destacan Manuel Meriño, Eli Morris, César Jara y Raúl Céspedes.

Extraordinario guitarrista, a Manuel Meriño lo conocí cuando integramos el grupo que acompañaba a Magdalena Matthey a mediados de los 90, y al poco tiempo lo convoqué para que formáramos lo que sería «Entrama». Él formaba parte también de la banda que acompañaba a Alberto Plaza tocando guitarra de cuerdas de metal. La mezcla entre ese tipo de guitarra, con presencia de la improvisación en un contexto de «balada pop», y la guitarra elaborada clásica latinoamericana —de la escuela de Horacio Salinas— es el guitarrismo que Manuel aportó a «Entrama», más un par de composiciones notables incluidas en el disco Centro: Joropo y Trauco. En Trauco posiblemente esté más clara la influencia de Horacio Salinas, mientras que Joropo tiene un lenguaje más personal. Por esas vueltas de la vida, la guitarra de Manuel Meriño se ha constituido en la base de la facción de los Inti Illimani que lidera Jorge Coulon luego de la división del grupo, y también le ha correspondido asumir las nuevas composiciones.

Eli Morris (gran intérprete de esta guitarra como base para la formación de conjuntos, pero también cantora que se acompaña a sí misma) es en mi opinión la más grande compositora chilena de música de raíz folclórica actualmente viva. Con ella fuimos compañeros en la universidad; yo estudiaba Licenciatura en Música, ella Tecnología en Sonido. La recuerdo integrando (como guitarrista, percusionista y coros o segundas voces) primero el grupo «Fa–fandango», que lideraba Juan Flores; luego el ya mencionado grupo de Magdalena Matthey (que nos reunió a los tres junto a Manuel Meriño); más adelante un trío con la misma Magdalena y con Laura Fuentes, y después un dúo junto a José Seves; hasta que le dio rienda suelta a su veta creadora y como solista se ha constituido en uno de los músicos fundamentales de su generación. Sólida instrumentista, es gran conocedora de la forma de interpretar los ritmos folclóricos latinoamericanos en que se basan sus composiciones (fundamentalmente desde la guitarra), y de algún modo su música suena como la continuación más natural del mejor Inti Illimani clásico. Sin embargo, un aire nuevo la acerca a músicos de otros géneros: su composición Décimas por ejemplo, es parte del repertorio del músico argentino Pedro Aznar.

César Jara, talentosísimo guitarrista que estudió en el Pedagógico y a quien tuve el honor de tener como alumno un tiempo breve, también integra junto a Manuel Meriño el Inti de los Coulon. No logré convencerlo (siempre lo intento con los buenos guitarristas) que le dedicara tiempo a la creación para guitarra solista de raíz folclórica. Después de haber visto en primera persona la realidad de la guitarra en Argentina cuando fuimos a dúo con Antonio Restucci al festival «Guitarras del Mundo» (ver el capítulo Guitarra argentina), sentí el imperativo de contribuir a la formación de un movimiento de guitarristas creadores chilenos que se inspirara en la raíz folclórica chilena y latinoamericana. Recuerdo un muy interesante arreglo de César Jara de La pericona, de Violeta Parra.

A Raúl Céspedes, colega desde hace muchos años en la única escuela de música que en Chile ha propuesto una sistematización del estudio de la guitarra de raíz folclórica latinoamericana, el Arcis (ad portas actualmente de la hecatombe), lo conocí a fines de los 90 cuando me contactó para que lo reemplazara temporalmente en el grupo que acompañaba a Patricio Manns, «Parabelum», que dirigía el ya nombrado Ian Moya. Gran guitarrista, Raúl suma a su natural conocimiento de la raíz folclórica latinoamericana (dirigió el grupo «Amaru» y el grupo que acompaña a Max Berrú) los estudios de guitarra clásica y de composición, ambos en la Universidad Católica. A él si he logrado «contagiarlo»: actualmente se encuentra trabajando en una serie de composiciones para guitarra sola inspiradas en el folclor, tanto en la grabación de un disco como en la publicación de las partituras.

Debo mencionar acá a dos muy buenos guitarristas: Guillermo Correa, del grupo «Entrama», que asumiera el guitarrismo que dejamos Manuel Meriño y yo, y Melvin Velázquez, habitual acompañante del charanguista Freddy Torrealba.

Una extraordinaria generación de guitarristas está continuando con la «posta» de la guitarra como base para la formación de conjuntos. Entre otros: Paulo Albornoz integró varios años el grupo de Eli Morris y actualmente forma parte de «Charanku», de Ítalo Pedrotti; Sebastián Seves ha integrado «La comarca», «Cántaro» y «La bizikleta» (este último grupo en París); Felipe Valdés, del grupo «Merkén» y del dúo «Sankara»; Diego Cabello, de «Los trukeros» y «De caramba»; Dante Scorza y Rodrigo Montes, de la «Orquesta Andina» que dirige Félix Cárdenas, en Valparaíso.

Dentro de los guitarristas que han desarrollado la faceta de cantautores, que son muchos, quiero mencionar a tres muy buenos: a Emilia Díaz, con dos discos solistas, que en la misma línea que Eli Morris trabaja una guitarra como base para la formación de conjuntos, pero también la de cantautora; a Mauricio Gutiérrez, autor de canciones inspiradas en el folclore y también de arreglos instrumentales de canciones de Víctor Jara; y a Rodrigo Santa María, actualmente residente en Berlín, quien formara y dirigiera el grupo «Santa Mentira», y cuya estética es muy pariente de la de Hugo Moraga.

Quedaban pendientes dos creadores extraordinarios: Daniel Delgado y Simón Schriever. Con Daniel compartimos varios años en «Entrama», y algunas de las más inspiradas creaciones de ese colectivo son suyas (Escrito en papel verde, Tema de Yak, Paréntesis). Tiene también un disco solista y un interesantísimo dúo junto a Simón González. Simón Schriever, en tanto, formó y dirigió —junto a Aline Gonçalves—, el maravilloso grupo «Verdevioleta», cuyo primer y único disco contiene arreglos de canciones de Violeta Parra.

Antes de terminar, y si bien no es de buena crianza hablar de sí mismo (aunque peor es pecar de falsa modestia), tengo que decir que el auge que ha tenido la guitarra chilena en los últimos años muy probablemente se deba a mi propia labor como compositor y guitarrista. Prácticamente todos los guitarristas clásicos chilenos están tocando música mía, y no sólo los clásicos, y no sólo en Chile: la Tonada por despedida es parte del repertorio de guitarristas de Argentina, Colombia, Brasil y Perú. También el trabajo que desarrolláramos con Antonio Restucci acompañando a Francesca Ancarola ha significado un hito importante, que parece ser ha marcado a varios músicos. Uno no es muy consciente de lo que provoca; yo sólo he querido plasmar de la manera más honesta posible mis vivencias en mi música, privilegiando siempre expresar mis emociones y mis búsquedas lúdicas, ya sea en una elaborada composición instrumental o en una canción para niños.

He querido dejar para el final a quienes son, probablemente, los más sólidos y virtuosos guitarristas creadores de la escena guitarrística chilena, y que sí están desarrollando la guitarra solista: Simón González y Javier Contreras. Con un disco de su cuarteto y un próximo disco de guitarra sola, el reciente ganador del premio Altazor al mejor instrumentista popular Simón González es poseedor de una técnica exquisita y a pesar de su juventud es gran conocedor de los lenguajes de la música popular y folclórica latinoamericana, así como también del jazz. Tiene también un muy hermoso disco a dúo junto a la cantante y compositora Daniela Conejero. Javier Contreras, en tanto, completó sus estudios de guitarra clásica con José Antonio Escobar, y desde hace varios años ha dejado la interpretación para concentrarse en la composición y la creación de un repertorio solista, basado fundamentalmente en el folclore latinoamericano y especialmente argentino, que es el que suele escucharse en su natal Punta Arenas. En sus composiciones se encuentran los mundos académico y popular, al igual que en las de un músico que él admira, como es Egberto Gismonti. Sin embargo, el virtuosismo fuera de lo común de Javier las lleva a territorios únicos, personales. Con Simón González y Javier Contreras, la guitarra chilena solista tiene asegurada una larga y saludable vida.

Hasta aquí llega este recuento. No están todos los guitarristas que hay en este país (este espacio es insuficiente), pero sí los que conozco o he ido conociendo, pero sobre todo los que me han dicho algo. Muy posiblemente con el pasar del tiempo esta lista deba crecer.El Guillatún

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