El Guillatún

Guitarra Argentina

Juan Falú
Juan Falú. Foto: Maque Falgás

En octubre de 1999 fuimos invitados junto a Antonio Restucci al festival «Guitarras del mundo», que organiza Juan Falú, en Argentina.

Este festival, en el que participan guitarristas de diversos géneros y estilos (guitarra clásica, flamenco, jazz, guitarra popular y folclórica), se lleva a cabo durante dos semanas a lo largo de toda Argentina; aquel año, se realizó en 29 ciudades (el 2008, segunda edición a la que fui invitado, ya iba por las 60 ciudades, y el 2011 ya eran 90…). En cada sede se presenta un guitarrista local, uno nacional y uno extranjero, y estos dos últimos tocan en varias sedes.

Al final del festival se realiza un concierto de cierre, en Buenos Aires, en el que participa la mayor parte de los guitarristas, tocando una pieza cada uno.

En aquella ocasión en el concierto de cierre tocarían cerca de 30 guitarristas, y la verdad es que nos imaginamos un concierto larguísimo, cansador, aburrido. Nos armamos de paciencia, esperando nuestro turno (nos tocaba cerca del final) y comenzó el desfile.

Todavía recuerdo el asombro que nos invadió cuando se fueron sucediendo chacareras, zambas, milongas, tangos, gatos, tonadas y cuecas cuyanas, chamamés, vidalas, bailecitos, malambos… arreglos de los propios guitarristas de temas populares o creaciones inspiradas en esos ritmos y danzas… ¿Qué pasa con nosotros —me pregunté—, qué pasa con Chile? Los guitarristas clásicos chilenos no tienen relación con el folclor y no componen, y los guitarristas populares chilenos no se han desarrollado como solistas…

La impresión que me causó ese concierto, y el estímulo que significó el contacto con Juan Falú en viajes posteriores, reafirmaron mi necesidad de desarrollarme como guitarrista–solista compositor, y me llevaron a trabajar en el grupo de piezas que publiqué en 2002 bajo el título de Piezas esenciales para guitarra, y que se ha transformado en parte constitutiva del repertorio de muchísimos guitarristas chilenos.

Como «Instrumento de concierto» se suele vincular la guitarra a la guitarra clásica, el flamenco y el jazz; sin embargo la excelencia que ha alcanzado en diversos estilos populares y folclóricos en Latinoamérica hacen necesario dar un sitial destacado a esta «guitarra popular latinoamericana».

La guitarra es, sin duda, el instrumento principal de la mayor parte de la música popular y folclórica latinoamericana. Está presente en todos los países, casi en todas las casas. Fundamental en el acompañamiento del canto y del baile y columna vertebral de conjuntos vocales e instrumentales, la guitarra popular latinoamericana se ha desarrollado también como solista en varios países de Latinoamérica, y en especial en Argentina.

La música argentina siempre estuvo presente en mi historia. Mis primeros referentes guitarrísticos fueron los amigos de mi segundo padre (Roberto Espina), que llegaron a vivir a nuestra casa en Ciudad de México en 1976 huyendo de la represión de la dictadura militar argentina: Naldo Labrín, Delfor Sombra y Carlos Díaz «Caíto», quienes formaron allí el conjunto «Sanampay» (y grabaron, entre otras maravillas, el disco Guitarra negra junto a Alfredo Zitarrosa). A través de ellos conocí personalmente a Silvio Rodríguez y Noel Nicola, que en sus giras a México se relacionaban con los músicos exiliados sudamericanos (¿Se acordará Silvio de aquel niño chileno de 12 años que tocaba Mariposas y componía canciones contra Pinochet y Videla?). También, a través de Naldo, conocí la música de quien él llamaba su principal maestro: Atahualpa Yupanqui.

Algunos años después, en Madrid, volví a ver a mi papá, con quien había perdido el contacto días antes del golpe de estado en Chile. Nosotros, con mi mamá y Roberto nos fuimos al sur de Argentina; él a Alemania. Se había casado con quien es su esposa, la gran cantante venezolana Soledad Bravo, y en aquel mágico viaje a España en 1980 recorrimos Andalucía y el sur de Portugal mientras Soledad daba conciertos acompañada por Dioni Velázquez, guitarrista argentino —de Entre ríos— que también trabajó junto a Zitarroza. Canciones del folclor venezolano y de la trova cubana constituían principalmente su repertorio, al que después se incorporaron tangos y boleros. Dioni encarnaba a la perfección ese guitarrista latinoamericano que acompaña el canto con una guitarra de una gran riqueza rítmica, armónica y contrapuntística (20 años después tuve el privilegio de tocar con ambos ya no en el living de la casa de mi papá en Caracas sino acá en Santiago, en el teatro Oriente, y en el festival de Olmué).

El tango se metió en mis venas gracias a Roberto. En Mozambique escuchábamos sus discos de Carlos Gardel, pero sobre todo de Fiorentino y Ángel Vargas (con cuyas orquestas me cuenta que solía bailar en su juventud). Pero un disco en especial llegó durante mi adolescencia (para quedarse): Tangos y milongas de Edmundo Rivero, acompañado por las guitarras del gran Roberto Grela, principal referencia de la guitarra en el tango en los años 50 y 60.

Vuelvo a Juan Falú. Al año siguiente de aquella primera participación en «Guitarras del mundo» volví a Buenos Aires y fui a su casa. «Nos visita un chileno; hay que descorchar un buen vino tinto». Toqué algunas composiciones, entre ellas la Tonada por despedida. Elogió mi rasgueo, y se alegró de que alguien en Chile estuviera haciendo lo que él llama «folclor de proyección». Sin embargo descubrió algo esencial: «Se nota que tocas casi siempre en grupo». Tenía razón: Terra Nova, Entrama, el cuarteto del Toño Restucci, el trío con Francesca Ancarola. Ya algunos años antes Fernando Carrasco (el «Huaso») me había hecho la pregunta: «¿Por qué entre medio de tantos instrumentos?». Pero es que en Chile no teníamos tradición de guitarra solista. Ricardo Acevedo, que fue protagonista de la escena popular de los años 60 acompañando a muchos cantantes y grabó discos para guitarra sola y podría, por lo tanto, haber hecho escuela, vivía desde hace muchos años fuera de Chile, y era poco conocido. Sergio Sauvalle no desarrollaba mayormente la composición a partir del folclor. Nuestra principal referencia, más bien, fue Horacio Salinas, y esa guitarra fundamental sobre la que se construyó el sonido de Inti Illimani.

Quedé con tarea. De aquel viaje me traje muchos discos de guitarristas: Juanjo Domínguez Trío (A doña Cata), Carlos Moscardini (El corazón manda), Ernesto Méndez (Alma guaraní), Ricardo Moyano (El aveloriado), Quique Sinesi (Cuentos de un pueblo escondido), Luis Salinas (Música argentina I y II).

Después de eso ya no fui el mismo.

El encuentro con la guitarra argentina me llevó a hacer una guitarra chilena; a componerla y a tocarla.

El 2000 le ayudé a Alberto Cumplido a organizar nuestro propio festival de guitarra: «Entrecuerdas». Los únicos invitados extranjeros, en aquella primera versión, fueron, cómo no, argentinos: Juan Falú y Cacho Tirao, guitarrista extraordinario que integró uno de los grupos de Piazzolla. Quienes lo vimos ese viernes en el Goethe Institut no podíamos saber que asistíamos a una de sus últimas presentaciones en vida.

Se acerca el final de esta columna, y no puedo dejar de mencionar a Osvaldo Burucuá y su hermosa versión de la Chacarera de las piedras, a Juanjo Domínguez acompañando al polaco Goyeneche, a Roberto Grela junto a Anibal Troilo, a Eduardo Falú, a Juan Quintero con Luna Monti o Aca Seca Trío, al Polo Martí y a mi gran amigo Sergio Menem, uno de los más grandes.

Para terminar, referirme a quien es en mi opinión el guitarrista cumbre argentino y latinoamericano: Juan Falú. Su musicalidad y capacidad improvisadora, totalmente única y diferente de la jazzística —no con la histeria del virtuosismo urbano sino con la tranquilidad y tiempo de la provincia—, y su guitarrismo contrapuntístico, totalmente diferente del acordal típico del bossa nova, constituyen una luz que ilumina nuestro camino guitarrero. Además de haberlo visto en muchos conciertos, he tenido la alegría de compartir varias guitarreadas: ellas constituyen la esencia de nuestra manera de ser con la guitarra, jugando, cantando, recordando, llorando, riendo, brindando.

Los videos que acompañan esta crónica son cuatro composiciones inspiradas en el folclor argentino, y una versión de un tango muy popular.El Guillatún

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