El Guillatún

Otro día de sol

La la land

Ryan Gosling y Emma Stone en «La la land». Foto: Dale Robinette

La radio de los automóviles anuncia 30 grados de calor. El sol y un infernal tráfico acompaña la primera postal de Los Ángeles, California, con que comienza La la land (2016). No muy distinto al panorama actual en Santiago de Chile, el demencial devenir de las carreteras se muestra como parte de lo cotidiano de la ciudad, sin embargo, la música rompe con la rutina y a punta de color y ritmo comienza la segunda entrega del director norteamericano Damien Chazelle, esta vez, bajo la forma de un musical.

Mia (Emma Stone) y Sebastian (Ryan Gosling) se conocen batallando y tratando de conseguir una oportunidad en Los Ángeles: ella como aspirante a actriz acude sin mucho éxito a todas las audiciones que puede conseguir, y él, es un obstinado músico de jazz inmerso en la búsqueda de un proyecto que lo represente como artista. Ambos comienzan su periplo romántico en este escenario, no exento de problemáticas, música y color.

Lo cierto es que Mia y Sebastian se enamoran y comienzan una vida juntos, para ese entonces, los proyectos personales de ambos comienzan lentamente a despegar, como si estar juntos hubiese facilitado este proceso. Mia se encarga de crear su propia obra de teatro y Sebastian toca en un grupo liderado por Keith (John Legend), entre giras y la ardua labor de creación, la relación comienza a experimentar los primeros desencuentros. El éxito se interpone entre ambos, y es la distancia la que permite que se cimente una nueva relación, esta vez quizá más profunda, que termina por sorprender y emocionar al espectador en su desenlace.

Desde el punto de vista técnico, La la land se nutre directamente del cine clásico de Hollywood. Algunos de los miembros de la producción han descrito algunas de las escenas como un encuentro entre Birdman (2014) y Singing in the rain (1950), lo cual revela mucho del estilo visual propuesto. La cámara actúa con decisión y originalidad propias de la contemporaneidad, sin dejar de lado la influencia clásica, en especial, desde el género propuesto. Destaca en este aspecto una interesantísima escena donde la cámara salta a la piscina junto con uno de los bailarines, se sumerge en el agua y luego, emerge para captar la acción desde el mismo lugar, así, el punto subjetivo cambia creando una especial atmósfera.

Asimismo, la fotografía y dirección de arte actúan con limpieza en representar la visión del director. El uso del color en el vestuario y sets es un elemento fundamental en la película, marca los ritmos narrativos y permite distinguir una especie de evolución en los personajes, fundamentalmente en Mia. Si bien el relato tiene lugar en nuestros días, el vestuario presenta claras reminiscencias de época, creando una estética propia, cercana a algunas producciones europeas como La grande bellezza (2013) de Paolo Sorrentino.

Resulta importante examinar a La la land desde el punto de vista de su antecesora inmediata, Whiplash (2014). Si bien las exigencias y claustrofobias que hicieron de Whiplash una de las mejores producciones del año, se observan con un poco de distancia en esta entrega. Lo cierto es que Chazelle no deja de lado una de sus líneas narrativas más interesantes: el talento, la frustración, el fracaso y éxito.

En este punto, algo adelantó la misma Stone en el discurso con el que recibió el Globo de Oro a mejor actriz hace un par de semanas: las problemáticas a las que Mia y Sebastian se enfrentan, son las complejidades que tiene la búsqueda de una carrera en la que se tiene tanta pasión y en la que se ha entregado tanto. La idea idílica de cumplir los sueños, adquiere en La la land una dimensión verosímil para el espectador, y de alguna manera, no es sino la historia del fracaso, y de la valentía que hay en intentarlo una y otra vez, con gran convicción, hasta lograrlo.

Otra de las líneas interesantes, viene dada por la ruptura entre el tradicionalismo y la revolución. Si bien este conflicto se manifiesta en la historia de Sebastian y en su método de acercarse a la interpretación del jazz, también es algo que puede leerse de la experiencia de Chazelle —de sólo 31 años— como director, y la evolución que existe en su escritura. En ese sentido, y mirando hacia el futuro, es una evolución que vale la pena experimentar y replicar también en la relación personal del espectador con el cine.

Por otro lado, uno de los elementos con los que Chazelle experimenta con mayor soltura en esta ocasión, es con el humor. Algunas escenas de la primera sección del film están construidas en base a esta dinámica y a la interpretación actoral. En este último punto, la calidad actoral de Stone y Gosling es fundamental en esta ocasión. Asimismo, cuenta con un buen elenco secundario encabezado por Rosemarie DeWitt y John Legend y, por cierto, un magnífico elenco de bailarines.

La banda sonora es, por cierto, otro de los elementos a destacar. Tratándose de un musical, el desafío es mayor, sin embargo Justin Hurwitz —también encargado de estas labores en Whiplash— logra entregar una banda sonora de gran calidad y originalidad. Mezcla hábilmente el jazz y los ritmos clásicos de los musicales hollywoodenses, y compone inconfundibles piezas con las que esta producción será recordada en el imaginario colectivo como City of stars, Another day of sun, y Someone in the crowd.

Finalmente, La la land es una película excepcionalmente escrita. La pluma del norteamericano es certera y en general, no recurre a ornamentos innecesarios para entregar un relato coherente, esto último es fundamental hacia la tercera parte de la película y en su desenlace final. De alguna manera, pone de manifiesto la necesidad de intentarlo de nuevo, ya que siempre hay otro día para buscar aquella oportunidad y de paso, encontrar algo más de lo que se cree.El Guillatún

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