El Guillatún

Lynch en el espejo

David Lynch: The art life

David Lynch.

Un sol de media tarde invade Hollywood Hills. El rumor de la ciudad de Los Angeles a lo lejos y el taller de David Lynch en escena. Vemos aparecer al mítico director estadounidense a paso lento entre lienzos, bastidores y pinturas. Luego de un tiempo comienza a trabajar con gran esmero sobre una tela en blanco, totalmente alejado de la figura de enigmático cineasta que se ha construido alrededor de él.

A partir de lo anterior el largometraje documental David Lynch: The Art Life (2017), recién estrenado a lo largo del país en la Red de Salas de Cine de Chile, inicia un recorrido íntimo por los hitos más relevantes en la vida de Lynch, la cual estuvo marcada por una permanente sensación de conflicto con su entorno.

Dirigida por Jon Nguyen, Rick Barnes y Olivia Neergaard-Holm, esta pieza audiovisual prescinde del recurso más utilizado para hablar de un personaje a la altura de David Lynch como lo es la entrevista y, por el contrario, es él mismo quien con una memoria envidiable de sus años de juventud, nos va relatando las dificultades que tuvo para llevar a cabo sus inquietudes artísticas más personales; una voz en off que a veces se revela en pantalla como un Lynch fumando frente a un micrófono en un pequeño cuarto dentro de su taller de pintura.

En este sentido, el documental se plantea como una real profundización en el pasado de este director, cuestión que para un neófito de su obra resulta un acercamiento diferente al que comúnmente se puede realizar a esta figura tan destacada dentro del cine y la televisión mundial.

La pintura aparece, por tanto, como aquello que estuvo antes de cualquier imagen en movimiento que haya podido elaborar de forma posterior; un lugar de escape para sus mayores frustraciones. De hecho, fue observando una pintura suya cuando comenzó a imaginar que todo lo que estuviera presente en ella adquiriera esa faceta atractiva de lo moviente.

Ahora bien, este camino acompañado por las artes visuales no fue fácil. Tanto su familia como su núcleo más cercano (amigos) fueron para él fuente de sus más grandes decepciones y miedos. Ante la imposibilidad de que estos pudiesen comprender el camino que estaba tomando su carrera, el director de Twin Peaks opta por erradicarse en Filadelfia, donde con algo de dificultad logra consolidar su autonomía creativa.

Acompañado de su pequeña hija Lula Boginia Lynch en su taller en Hollywood Hills, la cabeza tras Lost Highway (1997) pareciera estar en su propio mundo, al igual que un niño que juega solo en su habitación, imaginando universos que los adultos ya han optado por olvidar. La cuidada fotografía que retrata estos momentos es acompañada muchas veces por travesuras acometidas desde el montaje, permitiéndonos visualizar parte de las pinturas que ha desarrollado en aquel lugar como a lo largo de su vida.

Mención aparte merece el diseño sonoro presente en este documental, el que como pocas veces se ve en películas de este género, presta especial atención al tema abordado y busca en sí mismo una forma de generar un cierto tipo de experiencia audiovisual en relación al trabajo de este afamado director, dejando de lado el simple hecho de acompañar a la imagen.

Es así que películas como ésta vuelven a plantear el poder que tiene el cine para indagar en aquellos que le han dado vida a través de su trabajo, la manera en que el formato documental puede ayudar en ello y por sobre todo, la innovación que significa hacerlo cuando aquellos que son íconos de una industria cinematográfica aún están vivos. David Lynch: The Art Life es un buen ejemplo para entender qué hay detrás de la figura de un director de fama internacional, algo que suele ser opacado por esta misma popularidad.El Guillatún

Exit mobile version