El Guillatún

Les Pêcheurs de Perles: «¡Una mujer apareció! ¡Creo verla todavía!»

Diana Damrau en «Los pescadores de perlas»

Diana Damrau en «Los pescadores de perlas». The Metropolitan Opera

El 16 de enero pudimos disfrutar de la primera ópera del año en la capital. El Nescafé de las Artes nos deleitó con Los Pescadores de Perlas, la segunda ópera de Georges Bizet (1838–1875) estrenada en París en 1863, en transmisión Live in HD desde el Metropolitan Opera House de Nueva York y que en Chile se representó por última vez en 2009.

Oír y ver esta ópera es un verdadero placer. El argumento es sencillo —se ha criticado la baja calidad del libreto— y la música, realmente preciosa. El leitmotiv tomado del dúo entre los amigos Nadir y Zurga es, tal vez, uno de los más bellos y emocionantes del repertorio y la partitura permite grandes lucimientos a los solistas, especialmente a la hora de imprimir sensibilidad a sus roles, requiriendo variedad de colores, matices, pianissimos y trinos.

El libreto de Eugène Cormon y Michel Carré es una historia romántica, de amor y de conflicto de lealtades. Como fue comentado en I due Foscari en septiembre pasado, donde se debaten el amor paterno con el ejercicio legítimo del poder, en Les Pêcheurs de Perles, la sacerdotisa Leïla se divide entre sus votos sagrados y el amor y Zurga, entre el amor junto a la amistad y su deber como soberano, mientras Nadir es más apasionado y constante en su amor y Nourabad, implacable en su rol de sumo sacerdote. En un pueblo de pescadores de perlas, Leïla debe orar en un estricto régimen para proteger la temporada de pesca, no obstante, es descubierta violando sus votos y Zurga enfrenta los celos al ver a su amigo Nadir junto a la mujer a la que ambos renunciaron en su juventud. Zurga los condena a morir, pero luego cambia de opinión, enterándose de que años atrás Leïla había puesto en riesgo su vida por salvarlo. Finalmente, Zurga renuncia a su deber de soberano y su propia vida, por lealtades personales.

La dirección musical estuvo a cargo del italiano Gianandrea Noseda, uno de los más importantes conductores de orquesta actuales y de su generación. El sonido de la orquesta fue maravilloso y se oyó a la perfección en transmisión Live HD. No ocurrió así con las voces de los solistas, que a momentos se escucharon con eco o demasiado fuertes, ni con el coro, que no destacó como sin duda lo hizo en vivo. Dejando fuera dichas salvedades, el sonido, como siempre, fue ideal.

Los solistas fueron cuatro estrellas: la soprano Diana Damrau (que trabajó previamente con Noseda en su álbum Fiamma del Belcanto) como Leïla; el tenor Matthew Polenzani como Nadir, el barítono Mariusz Kwiecien en el rol de Zurga y el bajo barítono Nicolas Testé (marido de Diana Damrau) encarnando a Nourabad. Los tres primeros resaltaron por sobre el último por la mayor extensión de sus roles, pero todos los cantantes destacaron por sus bellas voces y gran capacidad actoral e interpretativa. Entre todos se encargaron de dar vida y credibilidad a la historia. Siendo la única mujer del elenco, especialmente llamativa fue Damrau, capaz de dotar de sensualidad e histrionismo a Leïla y enfrentando con energía las partes más graves de la partitura, complejas para una soprano lírico-ligera como ella. Momentos altos fueron el dúo entre Nadir y Zurga, el aria de Nadir en el primer acto y prácticamente la totalidad de las intervenciones de Damrau. Kwiecien pasó con maestría del gobernante y amigo justo, al hombre dominado por los celos, que luego se arrepiente y sacrifica; Polenzani fue en todo momento un enamorado.

Esta nueva producción que trajo de vuelta al Met a Los Pescadores de Perlas tras cien años, fue dirigida por Penny Woolcock y, objetivamente, al comienzo se hacía poco agradable a la vista. Trasladada a una época contemporánea, se trataba de una serie de construcciones en madera, junto o sobre el agua, que representaba al pueblo de pescadores de perlas en que se desarrolla la trama. Desplazándose por esa locación estaban el coro y los solistas, lo que hacía que al comienzo se viera en exceso sobrecargado el escenario. Sin embargo, el movimiento de las estructuras, acompañado de una fabulosa iluminación y un excelente uso de proyecciones, permitieron que la arquitectura funcionara a la perfección. Solo el primer cuadro del tercer acto se desarrolló en otro espacio, una gran oficina llena de documentos, correspondiente al despacho (originalmente tienda) de Zurga. Fue impresionante el sentido de amplitud de ese lugar, aunque demasiado gris y poco congruente con la sencillez del pueblo de los pescadores. El vestuario de Leïla y de la parte femenina del coro fue muy bello, basado en el traje tradicional del hinduismo, con muchas capaz de tela, colores y accesorios. Por su parte, el de los hombres era más sencillo y se veía poco prolijo. La capacidad de actuación de todos los artistas sobre el escenario fue impecable. Finalmente, la iluminación y las proyecciones, como ya se dijo, simplemente impresionantes. Fueran las luces del pueblo, o efectos de agua o de fuego, fueron tan logradas que no puede más que decirse que resultaron encantadoras.

El Met, nuevamente confirma que es merecido su lugar como una de las mejores y más importantes casas de ópera del mundo. A veces es cuestión de gusto que una producción agrade o no, pero el esfuerzo enorme y la preocupación por dar espectáculos brillantes son innegables. Afortunadamente en este caso, además, vimos cantantes en los mejores momentos de sus carreras que hicieron de Los Pescadores de Perlas una velada llena de belleza, que pudo mostrar no solo el aspecto amoroso de la historia, sino que también el drama moral y político que hay de por medio, representando toda una obra romántica que merece ser representada más a menudo en todo el mundo.El Guillatún

¡Mirad, es la diosa! ¡Aquí, entre las sombras, viene y hacia nosotros extiende los brazos!

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